Hoy en día es popular escuchar eso de “Creo en Dios, pero no creo en la iglesia”. Sin embargo, esa afirmación no puede ser más errónea. No existe otra manera sana de vivir la vida cristiana que estando comprometidos con aquello que Cristo ama profundamente (Efesios 5:25). Estar en Cristo implica formar parte del cuerpo de Cristo y eso nos proporciona privilegios y responsabilidades para con Su Iglesia imposibles de alcanzar o experimentar de ninguna otra manera que no sea a través de la comunión con aquellos que han sido alcanzados por el Evangelio (Hechos 2:41). Este es el diseño y el deseo de Dios para con Sus Hijos. El Nuevo Testamento nos presenta, al menos, 5 beneficios esenciales e insustituibles de pertenecer a la Iglesia del Señor.
Obedecer al Señor (Hebreos 10:25).
Cinco años después de haber enfrentado un encierro global por causa de la crisis del COVID, muchas iglesias han venido potenciando sus emisiones en la esfera virtual y algunos se sienten como “pez en el agua” visionando contenido desde el sofá de su casa. No obstante, el estar juntos en un mismo espacio no es un capricho o un lujo innecesario. Cuando un creyente no se reúne con sus hermanos deja de beneficiarse de una multitud de privilegios: instrucción, dirección, ánimo, consuelo, rendición de cuentas, corrección, disciplina… Pero, además, tampoco podrá llevar a cabo sus responsabilidades para con los demás miembros del cuerpo. La Biblia enumera hasta 26 obligaciones que los creyentes tenemos para con nuestros hermanos en Cristo. Una llamada de zoom o un whatsapp pueden resultar útiles en un momento determinado, pero nunca serán un sustituto análogo a la comunión física y palpable de los santos. En el Nuevo Testamento no se concibe la idea de un creyente que no forme parte activa de una congregación (Hechos 5:14). Y dejar de congregarse por voluntad propia y sin un motivo “razonable” nos sitúa lejos del propósito de Dios para con Sus redimidos (esta es una manera amable de decir que estamos siendo desobedientes…).
Crecer espiritualmente (Colosenses 3:15–16)
Al contrario de lo que pudiéramos pensar, nuestra vida espiritual no es una cuestión “individual”. La santidad y la obediencia de un cristiano afecta directamente a todo el conjunto de la iglesia, porque lo que finalmente está en juego es el testimonio de Cristo y de Su Cuerpo. El que un individuo se aleje de la comunión de la asamblea o viva de espaldas a ella produce un daño difícil de cuantificar entre los inconversos, y provoca un vacío injustificable para con la familia de Dios. Dios ha diseñado Su Iglesia para que los suyos sean instruidos y capacitados con el fin de crecer en madurez y llevar a cabo la obra del ministerio (Efesios 4:11–13). No existe un contexto mejor para crecer que la comunión de los santos. Siendo parte de la iglesia recibimos la enseñanza de pastores y maestros que nos dirigen en el Señor. Somos confrontados con el pecado, pero también animados cuando progresamos en nuestro caminar con Cristo. Además, observamos la vida de otros creyentes que nos acompañan en medio de la lucha y llegan a ser ejemplos espirituales a los que imitar. ¡Nada de esto sucedería si viviésemos nuestra fe a la carta, como llaneros solitarios!
Desarrollar nuestros dones (Romanos 12:4–5)
Concebir la salvación del creyente en términos exclusivamente individuales resulta en una lectura pobre del Evangelio y nos conduce irremediablemente a un cristianismo caricaturesco. Al nacer de nuevo en Cristo Jesús somos trasladamos a una esfera distinta, la de Su mismo cuerpo. Pasamos a ser miembros los unos de los otros, teniendo a Cristo como cabeza y piedra angular. De la misma forma que un órgano, por muy vital que este sea, carece de sentido desconectado del resto del organismo. un creyente independiente de la congregación local resulta inoperante y fracasado. Sin embargo, aquel cristiano que forma parte activa de la iglesia se beneficia del servicio de otros y tiene la oportunidad de desarrollar los dones que Dios le ha dado. Y es que, finalmente, los dones no son nuestros, ni para nuestro propio beneficio. Se trata de una provisión especial de Dios planeada para el bien de toda Su Iglesia.
Salvaguardar nuestra alma (Gálatas 6:1–2)
Dios ha diseñado a la iglesia para suplir nuestras necesidades. Para fortalecer nuestras debilidades. Para animarnos en nuestras luchas. Para afianzarnos en nuestras tentaciones. Para corregir nuestros errores. Se trata de un privilegio incalculable para uno, pero constituye también una responsabilidad para con otros. La Biblia nos enseña que Cristo derramó su sangre para salvar a su Iglesia (Hechos 20:28). Y esto supone estar ligados de manera íntima con todos aquellos que han sido unidos juntamente con Cristo (Romanos 12:5). El pasar por alto la situación de un “miembro” alejado, desorientado o en una situación dudosa es negligente para con esa persona, pero también para con el cuerpo en su conjunto. Si un miembro sufre, todos los miembros sufren con él, y si un miembro es honrado, todos los miembros se regocijan con él (1 Corintios 12:26).
Confirmar el Evangelio (Efesios 4:1–4)
En 1 Juan 1:7 nos recuerda que, si realmente andamos en la luz, es decir, si hemos nacido de nuevo, entonces tenemos comunión los unos con los otros. Una de las marcas que ponen de manifiesto nuestra nueva naturaleza en Cristo tiene que ver con un deseo sincero de pasar tiempo con otros creyentes. Juan afirma que la verdadera comunión no se sustenta en afinidades personales sino en la obra de Cristo, quién por su sangre nos limpia de nuestros pecados. No hay vínculo mayor ni mejor en este mundo que el logrado por Cristo en favor de los que son verdaderamente suyos. Y esta unidad sobrenatural se convierte en el mejor testimonio para otros (Juan 17:21–23).
Uno puede llegar a formar parte de un club pagando una membresía, de una tribu urbana emulando sus costumbres ¡Hasta obtener la nacionalidad en un lugar distinto al que le vio nacer adquiriendo la ciudadanía! Pero, humanamente hablando, la comunión cristiana está fuera de nuestro alcance. Sin embargo, los que somos de Él formamos parte de la familia de Dios y esto es un regalo de la gracia de Dios (Efesios 2:8–19; 4:7). Él te ha salvado y te ha incorporado a Su Cuerpo con un propósito.
No pierdas la oportunidad de ser parte activa de Su Iglesia como miembro de una congregación local. ¡Es esencial!