Para la mayoría de los países de la comunidad internacional, las armas de destrucción masiva suponen un gran peligro para la paz y la seguridad. Según las Naciones Unidas, dichas armas pueden ser nucleares, biológicas y químicas y son una amenaza para la humanidad debido a su incomparable poder destructivo. Por eso, el derecho internacional prohíbe su uso y su proliferación, y cada año se dedican millones de recursos para la prevención, localización y desarme de este tipo de capacidad destructora.

Lo paradójico de esta estrategia internacional es que una de las armas de destrucción masiva más poderosa está dentro de nosotros mismos. La lengua hiere y destruye, trae amargura y enojo, provoca peleas, enciende iras, derriba relaciones, se enorgullece y divide, menosprecia, quebranta el ánimo y mata. La lengua puede aplastar a personas, destruir ejércitos y aniquilar naciones. Unas pocas palabras son suficientes para cambiar el curso de la historia. Como dice Proverbios 18:21, “La muerte y la vida están en poder de la lengua”. Por eso, el salmista clama (Sal.141:3), “Señor, pon guarda a mi boca, vigila la puerta de mis labios”. La lengua es una grave amenaza para la paz.

1. La lengua es destructiva

Santiago advierte y llama la atención de sus hermanos al hecho de que, aun siendo un miembro pequeño, la lengua es poderosa para destruir (Sant 3:6). Es como un pequeño fuego capaz de incendiar un gran bosque, así como miles de hectáreas pueden ser consumidas en pocas horas por una pequeña chispa de fuego. Así es la lengua. Es una pequeña llama de fuego inflamada por el calor abrasador, que se propaga incansablemente de rama en rama y se autoalimenta con otras llamas, avanzando sin temor y destruyendo todo a su paso.

Además, su poder destructor se observa también en que es “un mundo de iniquidad”. Es un sistema de maldad, caracterizado por la injusticia, del cual sale ira, enojo, maledicencia, gritería, malicia, producida por celos amargos, contención, jactancia, mentiras, perturbación e hipocresía. Este sistema es parte de nosotros mismos, porque “está puesta entre nuestros miembros”. La lengua es una organización de maldad dentro de nuestro cuerpo, que propaga su injusticia y afecta negativamente a toda la persona. Hace salir la maldad de nuestro corazón y nos contamina por completo, corrompe y daña.

La lengua incendia la rueda o el curso de la creación. Es decir, tiene el poder de inflamar toda nuestra existencia, de principio a fin. No hay momento en el cual estemos libres de este poder destructor sobre nosotros mismos. Y “ella misma es inflamada por el infierno”. Es decir, es avivada e incendiada por ese lugar de tormento eterno donde la llama de fuego no se apaga jamás, siendo influenciada e instruida por el mismo diablo, el engañador.

Por tanto, la lengua derriba las relaciones. La simple chispa de una palabra mal dicha puede producir una gran devastación. La lengua destruye por medio de la murmuración, propagando rumores, habladurías, chismes, críticas. La lengua destruye por medio de la adulación, tiende una red delante de sus pasos, engaña, daña y hace resbalar.  Cuidado con tu lengua.

2. La lengua es incontrolable

En segundo lugar, la terrible destrucción de la lengua se debe a que es incontrolable (3:7-8). Así como el fuego es peligroso, el fuego descontrolado es catastrófico. Y así es la lengua. Los hombres son capaces de dominar sobre todo tipo de animales porque Dios les dio dominio absoluto sobre todos ellos (Gén 1:26). Pero, sin embargo (v.8), “ningún hombre puede domar la lengua”. Los animales han sido domados por el ser humano a lo largo de toda la historia, pero el hombre natural no puede domar su propia lengua. La lengua es humanamente indomable. Por eso, Santiago la llama “un mal turbulento”. Es decir, algo que no está firme, es cambiante, voluble, y por tanto poco fiable. Es como una fiera salvaje que anda suelta e incontrolada.

Además, Santiago dice que está llena de “veneno mortal” (v.8). Como dice el Salmo 10:7, “Llena está su boca de blasfemia, engaño y opresión; bajo su lengua hay malicia e iniquidad”. Como una serpiente preparada, la lengua está dispuesta para herir y envenenar con sus palabras. Por eso, Dios nos ha dado el Espíritu Santo, para desechar la mentira y hablar verdad de modo de que ninguna palabra mala salga de nuestra boca, sino sólo la que sea buena para edificación (Ef 4:22-29).

3. La lengua es hipócrita

En tercer lugar, Santiago también advierte de la incoherencia de la lengua. La lengua puede ser usada para la tarea más honrosa, y al mismo tiempo ser usada para lo más vil y vergonzoso. Con la lengua podemos bendecir a Dios, le ensalzamos por Su poder, le enaltecemos por Su amor, hablamos bien de Su carácter y le alabamos porque es nuestro Padre. Pero, con la misma lengua también podemos maldecir a los hombres, hablando mal de ellos, aborreciéndoles, ultrajando, calumniando y murmurando. Por eso dice (v.10), “de la misma boca proceden bendición y maldición”. Y esto es incoherente. No debe ser así. No debemos rendir adoración a Dios, mientras manifestamos enojo e ira contra alguien. No debemos cantar a Dios y murmurar contra el hermano.

Santiago ilustra esta incoherencia con el ejemplo de una fuente (v.11). Un manantial de agua no echa agua dulce ahora y un minuto después echa agua amarga. No puedes beber agua dulce y agua amarga de la misma abertura. Del mismo modo, no debes echar por la misma boca palabras dulces y apacibles, y también palabras amargas y desagradables. Es hipócrita. Huyamos del engaño, la mentira, y la hipocresía. Seamos sinceros, hablemos verdad, con toda honestidad.

Conclusión

En conclusión, la lengua es un arma letal capaz de destruir sin control. Seamos cuidadosos en cómo y para qué la usamos. Guardemos nuestra boca y dominemos nuestras palabras en el poder del Espíritu Santo. Porque “El que guarda su boca y su lengua, guarda su alma de angustias” (Prov 21:23). Lo que sale de nuestra boca manifiesta lo que somos. Si somos una nueva criatura en Cristo Jesús, cuidemos nuestras palabras.

David González

Autor David González

Pastor de la Iglesia Evangélica Teis en Vigo (España) y profesor adjunto del Seminario Berea en León (España). Tiene una Maestría en Divinidad de The Master’s Seminary. David está casado con Laura y tienen 2 hijas (Noa y Cloe).

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