El temor del Señor es el principio de la sabiduría;
los necios desprecian la sabiduría y la instrucción.
Proverbios 1:7
Los jóvenes siempre han sido señalados por su irreverencia y falta de sabiduría. Aristóteles, Heródoto o Séneca acusaban a la juventud de su época de ser guiados por sus propias pasiones, excederse en su comportamiento y pretender saberlo todo. Esto puede parecer un rasgo exclusivo de la juventud, pero no es otra cosa que la manifestación de un corazón pecador. El ser humano caído menosprecia la sabiduría, sobre todo aquella que viene de Dios y busca ideas que sean agradables a su pecado.
Entonces surge una pregunta: ¿cómo animar a nuestras congregaciones a aferrarse a la sabiduría de lo alto? O más concretamente, ¿cómo animar a una nueva generación a rechazar las ideas del mundo en que les ha tocado vivir y perseverar en Cristo? Salomón sale a tu encuentro para mostrarte cual es el fundamento de la sabiduría. De esta manera, a través de Proverbios 1:7 puedes conocer como trabajar con la nueva generación para animarlos a perseverar en el temor y la sabiduría de Dios y por tanto en Cristo, el poder y la sabiduría de Dios (1 Cor. 1:24).
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Guía a una nueva generación a Cristo
El problema de los seres humanos es un problema de corazón, nacemos muertos en nuestros pecados. Salomón enseña que, la base de una vida caracterizada por la sabiduría es un corazón temeroso de Dios. Pero el ser humano no puede “construirse” un corazón a “medida” sino que depende de que Dios haga esa obra (Eze. 36:26). Por lo tanto, el primer paso que debes hacer con la nueva generación es llevarlos a Cristo. Predícales el evangelio para que Dios los salve. No te canses en esta tarea por mucho que hayan crecido en hogares cristianos o sean “niños de iglesia”. Repetir aquello que escuchamos o saber comportarnos en medio de la iglesia no producen regeneración en la vida del ser humano. El principio de la sabiduría es el temor del Señor que sólo un corazón regenerado puede tener. El temor del Señor describe una actitud de reverencia y respeto que se tiene por Dios, la cual se manifiesta en la vida práctica. En palabras de Charles Bridges “el temor del Señor es esa reverencia afectuosa por el cual el hijo de Dios se somete humilde y cuidadosamente a la ley de su Padre”. El hombre que teme a Dios buscará siempre hacer aquello que le agrade y se cuidará de hacer o decir algo que ofenda a Dios. Cuando haya pecado derramará su corazón compungido en arrepentimiento.
La conclusión es clara, no hay verdadero conocimiento sin piedad. Por eso es necesario que primero guíes a los jóvenes a Cristo para que Él haga aquello que tú no puedes hacer, transformar el corazón de la nueva generación.
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Exhorta a una nueva generación a tener la mente de Cristo
Jesús nos ordenó no sólo predicar sino también a hacer discípulos y enseñarles a guardar sus mandamientos (Mat. 28:19-20). Dejar a un nuevo creyente sin guía es tan grave como no alimentar a un bebé recién nacido. Ser discípulo fiel de Cristo es un proceso en el cual la Palabra nos capacita para obedecerle (2 Tim. 3:16-17). Por medio de ella, el Espíritu Santo nos otorga la sabiduría divina, permitiéndonos desarrollar la mente de Cristo (1 Cor. 2:6-16). Esto implica que el discípulo transforma sus motivaciones, afectos y emociones, sometiéndolos a Dios como lo hace Cristo. Vivimos en una sociedad que no piensa, sino que reacciona. La reflexión y el pensamiento crítico se han perdido, y se responde visceralmente sin discernimiento. Estas reacciones están llenas de visceralidad, emociones descontroladas y palabrería vana. En contraste, Salomón enseña que el creyente debe priorizar la sabiduría de Dios sobre las emociones momentáneas. Tener la mente de Cristo significa examinar toda información bajo la luz de la Palabra y tomar decisiones guiadas por la sabiduría divina.
Por lo tanto, exhorta a la nueva generación a desarrollar la mente de Cristo, para tomar decisiones que honren a Dios. Acompáñalos en este proceso, ayúdales a crecer en sabiduría y perseverar como discípulos de Cristo.
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Advierte a una nueva generación acerca del peligro de la necedad
Ánimo y advertencia son dos caras de una misma moneda en muchos mandamientos divinos. En este caso, la advertencia busca evitar la necedad, que se caracteriza por despreciar la sabiduría y la instrucción. Necio es un término que define a una persona ignorante, pero con el matiz de ser obstinado o terco en su ignorancia. Alguien que ante la evidencia o corrección se enroca en sus ideas equivocadas. El culmen de esa necedad es la negación misma de Dios “Dice el necio en su corazón: No hay Dios” (Sal. 14:1). El necio necesita esta negación de Dios o de alguno de sus atributos para la justificación de su pecado. Si Dios no existe, no es justo, o no es bueno, entonces no habrá represalias por el pecado. Como señala Sproul “Así como el temor del Señor es el principio de la sabiduría, así también la negación de Dios es el colmo de la necedad”. Por eso, quien vive de manera necia, lejos de la sabiduría divina, actúa como un ateo, aunque afirme ser hijo de Dios.
Es aquí donde debes advertir a la nueva generación de que tomar decisiones necias es una muestra de una vida que por fuera puede aparentar ser de Cristo, pero por dentro huele a muerte (Mat. 23:27-28). Las decisiones rápidas y arrastradas por unas emociones no sometidas a la Palabra de Dios son el caldo de cultivo de la necedad que aleja del temor del Señor. Así como un atalaya advierte al pueblo (Eze. 3:17), advierte a los jóvenes de los peligros de la necedad y guíalos hacia el camino de la sabiduría y el temor del Señor.
Conclusión
¿Cómo puedes animar una generación de jóvenes a que sean leales a Cristo? Los primero es entender que no puedes hacerlo. La transformación que se produce por la regeneración es una obra exclusivamente divina, por eso debes primero llevarlos a Cristo. Ora para que Él los salve. Luego, con los que ya sean creyentes debes pastorear sus vidas exhortándolos a tener la mente de Cristo para amar lo que nuestro Señor ama, rechazar lo que nuestro Señor rechaza y vivir una vida para la gloria de Dios. En tercer lugar, no cierres tu boca a la advertencia. Corrige e instruye desde la Palabra, se atalaya en medio de la generación que Dios te ha puesto para que puedas advertirles del peligro de la necedad y así perseverar en Cristo.