En los años 80, la banda de rock cristiano Petra lanzó una canción titulada “Lift Him Up!”, que exaltaba la adoración a Dios y la importancia de «levantar en alto» el nombre de Cristo. Una de sus líneas decía: “No necesitas mucha teología, solo levanta su nombre en alto…”. Esta canción, que resonó ampliamente incluso en los años 90, capturó el corazón de muchos creyentes con su mensaje simple y apasionado. Aunque el propósito de Petra era destacar la espontaneidad y sinceridad de la adoración, esta idea puede llevar a un malentendido: la adoración genuina no es solo un acto emocional, sino que debe estar fundamentada en un conocimiento profundo de Dios, el cual solo se obtiene a través de la doctrina bíblica.

En nuestra sociedad cristiana, la palabra “doctrina” suele evocar ideas negativas, como erudición inaccesible, reglas rígidas o incluso adoctrinamiento. Sin embargo, la doctrina bíblica es mucho más que un conjunto de conceptos teóricos; es la verdad revelada por Dios en Su Palabra, que guía nuestra fe, protege nuestro camino y transforma nuestra vida. A continuación, presento tres razones fundamentales por las que estudiar y abrazar la sana doctrina es esencial para todo creyente.

  1. La doctrina bíblica nos permite conocer a Dios tal como Él es

La sana doctrina proporciona el marco correcto para conocer a Dios según Su propia revelación. No podemos conocer al Creador plenamente a través de la intuición, las tradiciones humanas o las emociones, sino únicamente mediante lo que Él ha declarado en Su Palabra. Jesús afirmó en Juan 17:3: “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado.” La vida eterna comienza con un conocimiento verdadero de Dios, y ese conocimiento se fundamenta en la enseñanza fiel de la Escritura.

En Jeremías 9:24, Dios mismo declara: “Mas el que se gloríe, gloríese en esto: en entenderme y conocerme, que yo soy el Señor.” Este conocimiento no es meramente intelectual, sino relacional, espiritual y transformador. La doctrina bíblica nos revela el carácter de Dios —Su justicia, gracia, santidad y amor— para que podamos adorarlo “en espíritu y en verdad” (Juan 4:24). Como dice 2 Timoteo 3:16-17, “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra.” Sin la doctrina, nuestro entendimiento de Dios queda a merced de ideas humanas, lo que puede llevar a la idolatría o al error. Por el contrario, aferrarnos a la sana doctrina fortalece nuestra relación con Dios y nos guía hacia una adoración auténtica.

  1. La doctrina nos protege del engaño y el error

La sana doctrina actúa como un escudo que nos protege de errores y engaños que podrían infiltrarse en nuestra mente o en nuestro entorno. Al proporcionarnos un marco sólido de principios basados en la verdad divina, nos equipa para discernir entre lo correcto y lo incorrecto, resistiendo influencias negativas y distracciones que buscan desviar nuestro camino. Como dice Oseas 4:6, “Mi pueblo fue destruido, porque le faltó conocimiento.” Sin la doctrina bíblica, los creyentes quedan vulnerables a ideas falsas que distorsionan la verdad y debilitan la fe.

El apóstol Pablo enfatizó esta verdad en sus cartas a Timoteo y Tito. En 1 Timoteo 4:16, escribe: “Ten cuidado de ti mismo y de la enseñanza; persevera en estas cosas, porque haciéndolo asegurarás la salvación tanto para ti mismo como para los que te escuchan.” Aquí, Pablo exhorta a Timoteo a mantenerse firme en la sana doctrina, subrayando que no es opcional, sino vital para la salvación, tanto del maestro como de sus oyentes. En 2 Timoteo 4:3-4, advierte: “Porque vendrá tiempo cuando no soportarán la sana doctrina, sino que, teniendo comezón de oídos, acumularán para sí maestros conforme a sus propios deseos; y apartarán sus oídos de la verdad, y se volverán a mitos.” Este pasaje revela que rechazar la doctrina lleva al engaño, y el engaño al error, alejando a las personas de la verdad.

Asimismo, en Tito 1:9, Pablo instruye: “Reteniendo la palabra fiel que es conforme a la enseñanza, para que sea capaz también de exhortar con sana doctrina y refutar a los que contradicen.” La sana doctrina no solo enseña la verdad, sino que también sirve como una defensa activa contra las falsas enseñanzas. Quienes se aferran a la Palabra están equipados para proteger a la comunidad de fe de influencias que buscan distorsionar el evangelio.

  1. La doctrina impulsa nuestra piedad y santificación

La sana doctrina no solo informa nuestra mente, sino que transforma nuestro corazón y nuestra conducta, guiándonos hacia una vida de piedad y santificación. En Tito 1:1, Pablo conecta la doctrina con la vida piadosa al escribir: “Conforme a la fe de los escogidos de Dios y el conocimiento de la verdad que es según la piedad.” La verdad revelada en la Escritura produce una vida que refleja reverencia y obediencia a Dios, moldeando al creyente para que viva conforme al carácter de Cristo.

Jesús mismo destacó el papel de la verdad en la santificación cuando oró: “Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad” (Juan 17:17). La doctrina bíblica es el medio por el cual Dios nos aparta del pecado y nos conforma a la imagen de Su Hijo. Como afirma 1 Timoteo 4:6, un buen siervo de Cristo es aquel que está “nutrido con las palabras de la fe y de la buena doctrina”. Este alimento espiritual no solo fortalece nuestra fe, sino que también guía nuestras decisiones diarias, ayudándonos a vivir de manera que agrada a Dios.

Sin la doctrina bíblica, los creyentes son como barcos a la deriva, zarandeados por las olas de las opiniones humanas y las tendencias culturales, sin un ancla que los sostenga. En cambio, al abrazar la sana doctrina con compromiso y perseverancia, crecemos en santidad, reflejamos la gloria de Dios y bendecimos a quienes nos rodean con la verdad que transforma vidas.

Conclusión

Lejos de ser un concepto árido o rígido, la doctrina bíblica es la base de una fe vibrante y una vida transformada. Nos permite conocer a Dios de manera profunda, nos protege de los engaños del mundo y nos guía hacia una vida de piedad y santificación. Como creyentes, no debemos subestimar su importancia, sino estudiarla con diligencia y aplicarla con fidelidad, para que nuestra adoración sea genuina, nuestra fe inquebrantable y nuestro testimonio un reflejo del Dios verdadero.

Gustavo Pidal

Autor Gustavo Pidal

Fue decano de estudiantes del Seminario Berea durante más de una década. En la actualidad sirve como pastor en la Iglesia Faith Bible Church (California, Estados Unidos)

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