El historiador judío Flavio Josefo fue, seguramente, el primer escritor que utilizó el término “teocracia”. Lo hizo para diferenciar el tipo de gobierno del pueblo de Israel con respecto a otros gobiernos. Existen monarquías, oligarquías, democracias… pero para Josefo Israel era una teocracia. La monarquía es el gobierno de un individuo. La oligarquía es el gobierno de una élite, de un grupo selecto. La democracia es el gobierno del pueblo, y la teocracia es el gobierno de Dios como rey.

Y existen muchos reinos en este mundo, muchos gobiernos y formas de gobernar. Pero Dios está por encima de todos. Y aunque no lo parezca, lo cierto es que Dios reina. Él ha reinado desde siempre, y no ha dejado de reinar. Y para el creyente es fundamental recordar y reconocer esta realidad. Es cierto que muchas cosas parecen estar fuera del control de Dios, y que la inmensa mayoría de los gobernantes no creen en Dios. Pero eso no significa que Dios no está reinando. Y pasajes de la Escritura como el Salmo 93, nos ayudan a recordar que nuestro Dios no deja de tener el control ni por un momento, de manera que todo en nuestra vida sigue siendo dirigido por el Rey del universo.

El salmo 93 es parte del cuarto libro de los salmos, que posiblemente fue compilado después del exilio de Israel, en un momento de la historia en que este pueblo estaba bajo el dominio de reyes extranjeros, bajo el gobierno de otros pueblos. Sin duda era un momento en que el pueblo de Dios necesitaba recordar que Dios seguía reinando. Que así como había utilizado a reyes profanos para llevar a su pueblo al cautiverio, también los utilizaría para traerlos de vuelta a su tierra. Esta época de la historia fue una demostración muy particular del gobierno de Dios sobre los gobiernos de este mundo (Isaías 10:5-7; Jeremías 29:10; Esdras 1:1-3).

Fue en esta época en la que Dios habló también por medio del profeta Daniel, quien estando bajo el reinado de Nabucodonosor, proclamó: “Sea el nombre de Dios bendito por los siglos de los siglos, porque la sabiduría y el poder son de El. El es quien cambia los tiempos y las edades; quita reyes y pone reyes; da sabiduría a los sabios, y conocimiento a los entendidos.” (2:20-21) Y a Daniel Dios le reveló los reinos que habrían de venir después del imperio babilónico, hasta la llegada de un Rey que establecería un reino firme y eterno, el reino del Mesías, el reino de Jesús, ante quien toda rodilla se doblará.

Así que, en la época de la historia cuando la teocracia estaba más en entredicho, Dios demostró a su pueblo que Él reina. Y su pueblo necesitaba cantarlo. Su pueblo debía tenerlo en mente continuamente. Su pueblo no podía bajar los brazos, o llenarse de temor, o dejarse llevar por las circunstancias que parecían pintar un panorama lleno de incertidumbre. Su pueblo debía recordar que, desde la antigüedad y hasta la eternidad, Su trono está establecido.

Este salmo describe el reino de Dios. Y tal descripción nos anima a continuar confiando en Su soberanía, independientemente de cuales sean nuestras circunstancias actuales. Ya sean dificultades personales o globales, tenemos un Dios que reina, y lo hace de manera absoluta. En ningún momento de la historia ha dejado de reinar, y en la época de Su iglesia en el mundo, el Señor sigue reinando.

Los primeros versículos (1-2) nos muestran la naturaleza de Su reino; Es un reino legítimo. Su majestad apunta a su rango, a su estatus de soberano. Él mismo se vistió de magnificencia. Él mismo se ha hecho rey. Su reino está afirmado en Su propio poder, y ningún otro poder supone una limitación para Su reinado. 

No es como las monarquías y gobiernos actuales. Dios no depende de nada ni de nadie para mantener Su reino. Su dominio no depende de poderes humanos. ¡Él es quien sostiene y dirige el mundo! Son los grandes imperios de este mundo los que están a Su merced (Daniel 4:34-35). Los gobiernos de este mundo surgen y se diluyen. Pero Dios no ha tenido que conquistar a nadie, porque siempre ha estado ahí y siempre estará ahí… “desde la eternidad y hasta la eternidad… tú eres Dios” (Salmo 90:1-2)

Al seguir leyendo (3-4) vemos también el alcance de Su reino; Dios tiene un control total sobre todo y todos. Tiene un control absoluto sobre toda la creación. Usó grandes ríos para hacer Su voluntad (Salmo 106:9; 114:3). Creó los mares y controla los mares (Job 38:4-11, 31-38). Tiene también un control absoluto sobre todas las criaturas. Es una ilustración que también apunta a poderes humanos (Isaías 17:12-13), de los reinos que se levantan contra el Rey eterno, pero que son insignificantes frente al poder de Dios (Salmo 2:1-6).

Y en el último versículo (5) observamos la firmeza de Su reino; Dios tiene un carácter perfecto, nadie está a Su altura. Un carácter absolutamente fiel, digno de toda confianza. Todo reino es establecido sobre leyes, y la ley de Dios está por encima de cualquier ley. Está a la altura de Su nombre (Salmo 138:2) Y Dios tiene también un carácter absolutamente santo. La santidad caracteriza Su reino, “adorna” su casa (Salmo 33:1). Ningún Rey ha existido jamás con un carácter así (Isaías 40:18-25).

Todo esto para recordarnos que el gran remedio contra el desánimo, sea cual sea su causa, es recordar quién es nuestro Dios: el Rey que reina con una capacidad incuestionable, un control insuperable, y un carácter incomparable. Ante la incertidumbre y la inestabilidad de este mundo, el creyente encuentra su ánimo firme en la realidad de que nuestro Dios reina con autoridad absoluta.