¡Ser, o no ser, es la cuestión! —¿Qué debe más dignamente optar el alma noble entre sufrir de la fortuna impía el porfiador rigor, o rebelarse contra un mar de desdichas, y afrontándolo desaparecer con ellas? Así comienza el soliloquio del príncipe Hamlet en la obra homónima de William Shakespeare: “Hamlet, príncipe de Dinamarca” escrita cerca del año 1603.

El argumento de esta tragedia gira entorno a una petición de venganza. El rey y padre de Hamlet fue asesinado por su hermano Claudio, actual rey, y le pide a Hamlet, presentándose en forma de fantasma, que vengue su asesinato. Como buena tragedia, Hamlet no puede evitar su destino catastrófico. De ahí que se plantee este archiconocido “ser, o no ser”.

¿Te ha ocurrido algo semejante con el bautismo? ¿Estás pensando en si debes bautizarte o no? Este artículo pretende ayudarte a tomar la decisión correcta basándote en lo que dice la Palabra de Dios sobre el bautismo. Y lo va a hacer respondiendo a una serie de preguntas, con el fin de que conozcas lo que afirma la Palabra acerca del bautismo.

1.- ¿Depende mi salvación del bautismo?

La salvación NO es por obras. La salvación es por gracia, por medio de la fe (Efe 2:8-9; Tito 3:5). El bautismo no salva. 

2.- ¿Quiénes tienen que bautizarse?

Los únicos candidatos para el bautismo son los creyentes en Cristo. El bautismo es un acto de obediencia posterior a la salvación. El bautismo es una evidencia pública de la fe salvadora. En el relato nuevo testamentario acerca de la iglesia, solo se evidencia el bautismo de creyentes.

Este es el motivo por el cual el bautismo se realiza al comprobarse, por medio del liderazgo de la iglesia, que el candidato muestra una vida de arrepentimiento y fe en la obra de Jesucristo en la cruz. En Mateo 28:19-20 Jesús ordena hacer discípulos, bautizarlos y continuar enseñándoles “a guardar todo lo que os he mandado”. Y esta es la práctica en el libro de los Hechos:

1. El día de Pentecostés – Hechos 2:41

2. Con la salvación de los samaritanos – Hechos 8:12

3. En la salvación del carcelero de Filipos – Hechos 16:32-33

4. Con Crispo y los Corintios – Hechos 18:8

De ahí que el bautismo sea de creyentes, y no de infantes, porque el bautismo es la identificación con Cristo y su obra, tanto en su muerte como en su resurrección. Y un bebé de semanas carece de la capacidad intelectual y espiritual para identificarse con Cristo. 

3.- ¿Qué implica el bautismo?

La respuesta tiene dos vías: la primera vía tiene que ver con Cristo. En primer lugar, existe una identificación con Cristo que implica una vinculación personal y pública con Cristo en su muerte, sepultura y resurrección (Rom 6:3-4; Col 2:12). Igualmente entraña morir a tu vida pasada, ajena y alejada de Dios, para abrazar una vida nueva, que lleva implícito una esperanza futura de resurrección corporal eterna con Cristo en gloria.

En segundo lugar, el bautismo comprende la confesión pública de una realidad privada (Heb 2:41). El bautismo es una imagen elocuente de la muerte al modo de vida antiguo y la resurrección a una nueva vida en Cristo, donde Cristo es tu Salvador y también tu Señor. De ahí que una vez salvado, tu responsabilidad es vivir obedeciendo la Palabra de Dios, en dependencia del Espíritu Santo para combatir el pecado en tu vida (Gál 2:20; Col 3:1-4).

La segunda vía tiene que ver con la iglesia local. El bautismo supone la incorporación del redimido al cuerpo de Cristo (la Iglesia local). Si te identificas con Cristo por medio del bautismo, es evidente que te identificas al mismo tiempo con su cuerpo, es decir, la Iglesia local (1 Cor 12:12-13; Rom 12:4-5). El bautismo es el medio de entrada a la comunión que existe en la iglesia local (Hec 2:41). En otras palabras, con el bautismo te identificas con una vida nueva y formas parte de la expresión local de los discípulos de Cristo, su iglesia.

En el libro de Hechos, nuevamente, puedes comprobar como el bautismo es prácticamente inmediato a la profesión de fe:

a. El eunuco etíope (Hechos 8:36)

b. La casa de Cornelio (Hechos 10:47)

c. El carcelero de Filipos (Hechos 16:33)

4.- Ya me he bautizado… ¿y ahora qué?

Esta pregunta podría dar lugar a un segundo artículo, pero brevemente quiero que recuerdes dos verdades:

A.- El bautismo no es la meta del creyente. Ahora comienza la carrera, así que no olvides alimentarte de la Palabra (1 Pedro 2:1-3; Salmos 1:1-3); no olvides orar (Efe 2:18; 1 Juan 5:14-15; Fil 4:6-7); no te guardes el evangelio, sino compártelo (Hec 1:8; 2 Tim 1:8); no descuides la comunión con los hermanos (Hec 2:42, Heb 10:25); evidencia el señorío de Cristo en tu vida y obedece (1 Cor 6:19-20; Efe 2:10).

B.- El bautismo supone una serie de privilegios, pero también de responsabilidades para con tu iglesia local: asiste, participa, pon a funcionar tu don (Rom 12:1-13; Mateo 25:14-30), ofrenda, ora por tus hermanos y por tus líderes (Heb 13:17; 1 Pedro 5:1-5).

Hamlet termina con un duelo, durante el cual el rey, la reina, el oponente de Hamlet y el propio Hamlet son asesinados. Una tragedia es precisamente una tragedia porque no termina con un “y fueron felices y comieron perdices”. Si Dios te ha salvado por medio de Cristo, la decisión de bautizarte es bíblicamente correcta. Así ha quedado demostrado. El bautismo no es una “tragedia” como “Hamlet”, sino el comienzo de una vida consagrada a tu Salvador y Señor, por este orden. 

Daniel Corral

Autor Daniel Corral

Sirve al Señor en una iglesia en Pontevedra y es profesor en el Seminario Berea (León, España).

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