En mayor o menor medida todos nosotros sufrimos. ¿Quién no ha experimentado enfermedad, rechazo, desprecio, soledad, necesidad, o incluso la muerte de un ser querido? ¿Quién no se ha sentido en algún momento superado por las circunstancias, y ahogado en sus propias emociones? Pero la pregunta es: ¿cómo podemos hallar y disfrutar de consuelo en esos momentos tan duros y difíciles de nuestra vida? El Salmo 23:4 responde a esta cuestión, y dice: Aunque pase por el valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estás conmigo; tu vara y tu cayado me infunden aliento.

Este pasaje a menudo se cita en funerales, como si de alguna manera, el salmista, tuviese en mente la protección que Dios ofrece a sus hijos cuando tienen que pasar por la muerte. Y aunque es verdad que Dios ha vencido a nuestro peor enemigo, la muerte, cuando David menciona el valle de sombra de muerte se refiere a una realidad por la que tenemos ahora en esta vida. Este pasaje ha sido escrito para cuando nos encontramos abrumados por las circunstancias del presente. Es aquí, en esta tierra, cuando David explica la clave para encontrar consuelo, y no es otra que la presencia de Dios en medio del dolor, la cual según este versículo nos consuela de dos maneras.

  1. La presencia de Dios nos infunde confianza

David afirma que no temería porque Dios estaba con él. El salmista no está diciendo que confiará en Dios cuando todo va viento en popa, o cuando cada circunstancia es de su agrado. Sino que está hablando de un momento de profundo temor. Un momento cuando la ansiedad y agonía son la respuesta natural. Un momento cuando lo normal, humanamente hablando, es estar abatidos, sin esperanza, llenos de dudas, perplejos y abrumados porque hasta incluso parece que Dios nos ha abandonado.

David lo describe como “el valle de sombra de muerte.” Esta imagen es común para el pastor y las ovejas, y sirve para ilustrar una realidad de desesperación y angustia. Al atardecer, el pastor tenía que descender con el rebaño desde las montañas para llevarlo al redil a pasar la noche. El camino era a través de valles pedregosos, rodeados de árboles, rocas y montañas. El sol, al estar más bajo, causaba que las sombras de los árboles y las montañas se volviesen más alargadas y extendiesen sobre el camino. Estas sombras se convertían en gigantes que asustaban a las ovejas. Eran escondites perfectos para los depredadores que estaban al acecho buscando apresar y devorar a sus presas. La respuesta natural de las ovejas a este valle es el miedo.

Nuestro valle de sombra de muerte son las circunstancias que se extienden más allá de lo que nuestros ojos alcanzan a ver. Situaciones que nos rodean y cubren con oscuridad y pesar. Momentos cuando ni somos capaces de vislumbrar la luz. Con cada paso que damos parece que nos adentramos más y más en este bosque aterrador. Las montañas se nos echan encima y nos cierran el paso. Nos encontramos totalmente sumidos en una situación desesperante. Hasta el punto de que realmente podemos decir que las circunstancias nos han desbordado. No sabemos cómo encararlas, y tiene sentido porque ¿alguna vez has peleado con una sombra? Aunque desenvaines y empuñes tu espada, y ataques una y otra vez, la sombra sigue ahí, intacta, sin inmutarse. Es un enemigo que no puedes vencer y del cual no puedes huir. El valle de sombra de muerte, humanamente hablando, nos debería dejar sin esperanza alguna. Es en medio de esa situación, cuando te has quedado sin fuerzas, cuando estás emocionalmente vacío, espiritualmente seco, que el ancla que te mantendrá a flote, la roca firme que te sostendrá es la presencia de Dios.

El Señor tu buen Pastor está contigo. Esta verdad nos debe infundir seguridad en medio de la angustia, pero ¿por qué? Porque si el Pastor está con nosotros eso significa que seguimos en el sendero por el cual el Pastor nos quiere llevar. No nos hemos perdido. No nos confundimos de cruce. Nuestro valle de sombra de muerte no es un despiste del Pastor. Cuando parece que los sufrimientos nos dicen que estamos en el lugar equivocado, la presencia del Pastor afirma lo contrario. ¡Sí! Puede que sigamos sin entender por qué vamos por ese valle. Puede que continuemos desbordados por las dudas, incertidumbre, y oscuridad, y que no vislumbremos cuándo llegará su fin. Pero nuestra única preocupación, en lo único que necesitamos pensar, es que el buen Pastor está con nosotros. Sigo en el camino por el cual Él me quiere guiar, ¿y qué mejor consuelo que este?

  1. La presencia de Dios nos infunde fortaleza.

David escribe en la segunda mitad del versículo: tu vara y tu cayado me infunden aliento”. Este lenguaje indica que la presencia del Pastor nos fortalece para seguirle. Dios no sólo nos está diciendo: “sígueme en medio de la oscuridad, no tengas miedo porque Yo estoy contigo,” sino que además añade: “te doy las fuerzas para que me sigas,” ¿cómo? Con su vara y cayado.

La vara y el cayado eran las dos herramientas principales del pastor. La vara constituía un bastón corto y grueso que empleaba como arma de defensa para proteger a las ovejas. El cayado es un bastón más largo con un extremo en forma curva a modo de gancho para guiar y conducir a las ovejas. Por lo que la vara representa la protección del pastor, y el cayado Su dirección. Nos ataquen las fieras salvajes que nos ataquen, un golpe certero de la vara del Pastor acabará con nuestros enemigos. Vayamos donde vayamos, aún si nos alejamos del rebaño, Su cayado nos guía y nos trae de vuelta junto al resto de las ovejas. Constituyen una protección y dirección única y especial que nos recuerdan que el Pastor está con nosotros.

La presencia de Dios nos consuela en medio del dolor y nos da la fortaleza necesaria para seguirle por el valle de sombra de muerte. Sin embargo, dicho esto, si somos honestos, cuando pasamos por adversidad esta verdad no siempre nos alienta o consuela. ¿Cuál es la solución en esos casos? La respuesta es sencilla, tal y como dice la canción:

Cuando estés cansado y abatido,

Dilo a Cristo, dilo a Cristo.

Si te sientes débil y confundido,

Dilo a Cristo, dilo a Cristo.

Finalmente, Cristo es la respuesta. Son Su protección y dirección las que nos fortalecen, de hecho, según Juan 10, Él es nuestro Buen Pastor. Por lo tanto, los mismos cuidados del Pastor que David describe en el Salmo 23 son los mismos cuidados que disfrutamos en Cristo. Y mucho más. Cristo ha dado Su vida para que ninguna de Sus ovejas se pierda por el camino. Dios Padre no va a desperdiciar ni una sola gota de la sangre que Su Hijo amado derramó. Por tanto, en esos momentos cuando te parece que estás a punto de rendirte, cuando no sabes cómo dar el siguiente paso ponte de rodillas y vete a Cristo. Búscale hasta que te consuele y fortalezca con Su presencia.

Rubén Videira

Autor Rubén Videira

Decano académico de Seminario Berea. Profesor de exégesis. Master en Divinidad y Teología.

Más artículos de Rubén Videira