Una luz de alarma se suele “encender” cuando hablo con hermanos en Cristo, y tiene que ver con su vida privada de oración. No hay duda, estamos de acuerdo en lo importante que es para un creyente tener un compromiso con la oración. No podemos dar un solo paso, ni tomar una sola decisión de cualquier magnitud si antes no la hemos puesto delante del Señor en oración con el fin de alinearnos y entender Su voluntad. Pocas veces me he encontrado con una opinión contraria. Sin embargo, reconocemos en este compromiso una carencia importante, y solemos coincidir en que es un área de la vida cristiana en la que se puede mejorar.

¡Se enciende la luz de alarma!

Sí, por una parte, reconocemos que es sumamente importante, pero por otra parte observamos nuestra falta de compromiso con una vida de oración plena. ¿Qué está sucediendo? ¿Es importante… o no lo es tanto? ¿Depende de la magnitud de nuestra situación que dediquemos más tiempo a la oración?

Vivimos un momento en el que parece que a un creyente haya que motivarlo para todo. Existe un desánimo general a estudiar o leer la Palabra, e incluso a orar. No creo que sea algo erróneo sentirse motivado para algunas cosas, pero no todo es cuestión de motivación, incluido el compromiso del creyente con la oración.  Si nuestra vida de oración tiene que estar motivada por algo, nos estaremos equivocando. En la Palabra de Dios no observamos el concepto de motivación para la oración. Lo que se nos enseña es la necesidad de la oración en la vida del creyente. Por lo tanto, debemos ver la oración como una necesidad insustituible y establecerla en nuestra vida (1 Ts. 5:17).

¿Cómo podemos hacer de la oración una prioridad insustituible en nuestra vida?

  1. La oración es una disciplina.

El ejemplo principal de disciplina lo encontramos en la persona de Jesús.  Los evangelios nos enseñan su constancia en la oración. Fuesen cuales fueran sus circunstancias demostró una disciplina ejemplar en pasar tiempo a solas con Dios. Cuando observamos el comienzo tan activo de su ministerio podríamos encontrar una excusa perfecta para no pararse a orar, pero Jesús hace todo lo contrario, para Él era necesario: Oró en su bautismo y los cielos fueron abiertos” (Lc. 3:21). Ante la tentación, la predicación, el cuidado y sanación de muchos. Aun después de sanar a un leproso nos dice el texto: “Mas él se apartaba a lugares desiertos, y oraba” (Lc. 5:1-16). El que se juntara mucha gente para oírle y ser sanada no le impedía dedicarse a la oración (v. 15- 16).

Lucas también nos muestra lo que sucede con la elección de los apóstoles (Lc. 6:12-16). La noche anterior a su elección nos indica el tiempo que paso Jesús orando: “En aquellos días él fue al monte a orar, y pasó toda la noche orando a Dios”. ¡Qué ejemplo tenemos en el Señor! Si orar para él era una necesidad insustituible y mostraba una disciplina ejemplar ante cualquier situación, ¿cómo no lo va a ser para el creyente que ha sido reconciliado con Dios por medio de la sangre de Cristo?

 

  1. La oración tiene que ser bíblica.

La vida de oración de Cristo fue un ejemplo para sus discípulos. Hasta el punto de pedirle a Jesús que les enseñara a orar, y con ese fin les dejó la oración modelo (Lc. 11:1-4). ¿Cómo es nuestra oración? ¿Somos conscientes de lo mucho que tiene que escuchar el Señor de nuestros labios, conociendo nuestro corazón? (Hch. 1:24). La oración engloba muchas cosas: querer, ansiar, desear hablar con Dios, relacionarnos con el Padre, intimar reverentemente con Él. Es un acto de adoración, una actitud de gratitud y responde a una necesidad de prevención y provisión divina, ¡qué privilegio! Pero no podemos hacerlo de cualquier manera. La forma en que planteamos nuestra oración tiene que provenir de conocer a Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo, y esto lo aprendemos conforme conocemos Su Palabra. Es fundamental que la Palabra de Dios more en abundancia en nosotros (Col 3:16-17). Todo en nuestra vida tiene que estar controlado por la Palabra de Dios incluida la oración. La oración con base en la Escritura es dirigida por el Espíritu con el fin de alinearnos a la voluntad de Dios y no a la nuestra.

 

  1. La oración debe ser para Gloria de Dios.

La oración guiada por el conocimiento de la Palabra glorifica a Dios. ¡Qué grato para el creyente confiar en las promesas de Dios! Juan 14:13 dice: “y todo lo que pidierais al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo”. La idea no es que todo lo que pidamos en el nombre de Jesús nos será concedido, sino, todo lo que está de acuerdo en la voluntad del Padre con relación a Su Soberana voluntad. La oración debe estar de acuerdo con Cristo y con sus propósitos. Por eso oramos en Su nombre y culminamos con la convicción plena de que solo Él merece la gloria.

Qué tranquilidad nos da el saber que tenemos un Dios que es inmutable en Su esencia y en Su consejo (Mal; 3:6; Sal. 33:11). El orar y disciplinarme en una vida de oración nunca debe ser con la intención de influenciar a Dios en su decisión “inmutable”. La oración en la vida del creyente transforma nuestros pensamientos, cambia nuestros deseos y nos dispone a hacer lo que Él quiere conforme a la dirección de Dios. La oración me posiciona en un lugar de dependencia de Dios cuyo fin es que Él reciba toda gloria.

¡Establece la oración en tu vida como una prioridad insustituible!

Domingo Bosquet

Autor Domingo Bosquet

Anciano y obrero del Señor en La Carolina y graduado del Seminario Berea.

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