A lo largo de la historia, el mayor peligro de la iglesia cristiana siempre ha sido el apartarse del mensaje de Dios, esto es, del Evangelio. El apóstol Pablo dijo a las iglesias de Galacia: “me maravillo de que tan pronto hayáis abandonado al que os llamó por la gracia de Cristo, para seguir un evangelio diferente” (Gal. 1:6). La sociedad y la cultura de cada época influye grandemente y ejerce presión sobre la iglesia para que ésta se amolde a su ideología y siga su sabiduría. De esta manera, hoy en día, es común oír un evangelio mundanal, es decir, un evangelio amoldado al mundo, adaptado a lo que el ser humano busca y desea.

Esto sucedía en la iglesia de Corinto, donde los creyentes, atraídos por la elocuencia y la excelencia, habían sucumbido a la sabiduría humana. Estos hermanos se estaban apartando del evangelio y aun por encima estaban envanecidos. El apóstol Pablo fue consciente de este peligro y por eso se dedicó a predicar el evangelio sin adulterarlo con la sabiduría humana para no hacer vana la cruz de Cristo (1 Cor. 1:17). Este fue su cometido, no solo en Corinto sino en todo lugar, proclamar a Cristo crucificado (1 Cor. 1:23; 2:2). Porque la palabra de la cruz no necesita aditivos ya que es sabiduría de Dios y poder de Dios.

  1. El Evangelio es sabiduría de Dios

En este pasaje, Pablo declara que la sabiduría del hombre es necedad. Los sabios y entendidos de este mundo son realmente insensatos, porque su aparente sabiduría es pasajera, se desvanece y es inútil (1Cor.1:19-21). Por lo tanto, lo que el hombre pueda aportar para conocer a Dios carece de algún valor. Sus filosofías son irrelevantes, sus razonamientos son vanos. Nada del hombre puede traer luz al conocimiento de Dios. El ser humano necesita la sabiduría de Dios. No necesita oír los argumentos del hombre sino los argumentos de Dios.

El evangelio es sabiduría de Dios porque la palabra de la cruz, Cristo crucificado, es lo que Dios ha determinado para salvar a los que creen (1Cor.1:21). Para el hombre este mensaje es una locura porque no entiende cómo Jesús muriendo en la cruz pudo expiar el pecado. Además, le causa ofensa y tropiezo porque la cruz demuestra que el hombre es incapaz de salvarse a sí mismo (1 Cor. 1:23). El evangelio frustra su sabiduría. El ser humano quiere pruebas, evidencias que sacien su razón. Como juez, busca explicaciones que satisfagan sus pretensiones. Pero esto no cambia el mensaje porque el evangelio es la sabiduría. Por eso, el apóstol afirma “pero nosotros predicamos a Cristo crucificado” (1 Cor. 1:23). No predicamos lo que la gente quiere oír, sino lo que tiene que oír. No proclamamos lo que piensa que necesita, sino lo que Dios sabe que necesita. No pretendemos saciar sus inquietudes, sino que conozcan la verdadera sabiduría. No buscamos satisfacer sus demandas, sino que conozcan las demandas de Dios. De esta manera, no es nuestro llamado charlar y motivar a las personas con las excelencias de la sabiduría humana (filosofías, sociologías o psicologías) sino proclamarles a Jesucristo, y éste crucificado, porque el evangelio es la sabiduría de Dios (1Cor.2:1-2).

  1. El Evangelio es poder de Dios

En segundo lugar, el evangelio es poder de Dios porque éste salva al hombre de su perdición eterna (1 Cor. 1:18). En contraste con la incapacidad e ineficacia de la sabiduría humana, la palabra de la cruz es suficiente y exclusiva para salvar a los que creen (1 Cor .1:21). Para éstos, quienes Pablo identifica como los “llamados” (1Cor.1:24), el evangelio no es una locura o una ofensa, es ciertamente el poder de Dios. Este poder se evidencia en la obra divina de salvación. Los que creen el evangelio lo hacen porque han sido llamados por Dios, y éstos han sido llamados porque Dios los escogió. De manera que, no son salvos por su sabiduría, capacidad o condición (1 Cor. 1:27). Dios salva aun a “lo que no es” para que nadie tenga de qué jactarse (1 Cor. 1:28-29). Este es el poder de Dios, por el cual el evangelio, Cristo crucificado, justifica, santifica, y redime al escogido. Por eso, el apóstol reconoce que no confió en su habilidad oratoria de presentar el mensaje sino en el poder de ese mensaje (1 Cor. 2:4-5). Pablo proclamó a Cristo crucificado y descansó en su poder. Como dijo Charles H. Spurgeon: “El poder del evangelio no está en la elocuencia del predicador, porque de ser así los hombres serían los que convertirían las almas … Podemos predicar hasta que nuestras lenguas se cansen, hasta que se agoten nuestros pulmones y muramos, pero nunca se convertirá un alma a menos que el Espíritu Santo use la Palabra de Dios y dé el poder para transformarla”.

Este es el poder del evangelio y así debemos predicarlo para que la fe de los que creen no esté basada en un convencimiento intelectual o en un estado emotivo, sino en la obra transformadora de Dios (1 Cor. 2:5). Nuestro llamado no es predicar para que las personas levanten su mano, sino para que Dios resucite sus corazones. Anunciamos a Cristo porque es poder de Dios.

Conclusión

¡No hay otro mensaje! El evangelio es sabiduría de Dios de manera que cualquier intento de añadir o retocar su contenido es un ataque contra la infinita inteligencia de Dios. Además, el evangelio es poder de Dios, de manera que la salvación no depende de la capacidad del hombre ni de su respuesta humana. Dios obra con Su evangelio. Por tanto, si este mensaje es sabiduría y poder de Dios, proponte predicar solo a Cristo y éste crucificado.

David González

Autor David González

Pastor de la Iglesia Evangélica Teis en Vigo (España) y profesor adjunto del Seminario Berea en León (España). Tiene una Maestría en Divinidad de The Master’s Seminary. David está casado con Laura y tienen 2 hijas (Noa y Cloe).

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