Conforme nos aproximamos al final del curso académico y al “breve”, pero necesario y anhelado parón veraniego, tenemos por delante un buen tiempo para evaluar si hemos logrado lo que establecimos como nuestras prioridades o metas el curso anterior y, al mismo tiempo, cuáles son las metas que quisiéramos alcanzar en lo sucesivo. Pero debemos recordar que, por encima de todo, si eres un Hijo de Dios, el crecimiento espiritual y la obediencia al Señor, deben ser la máxima prioridad para ti, porque esto es lo que controla el resto de nuestras vidas.

A medida que buscamos agradar a Dios, debemos establecer prioridades bíblicas que definan nuestro estilo de vida. Y a medida que planificamos estas prioridades, hemos de asegurarnos de que todas ellas emanan de principios bíblicos y no de nuestras propias preferencias culturales o gustos personales. Esto ocurrirá cuando forjamos lo que Colosenses 3:2 nos enseña: “Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra.” Nuestra mente y nuestro corazón deben focalizarse en lo que Dios quiere, en alinearnos con su voluntad, en buscar lo que a Él le agrada, para que las distracciones de la vida no nos desenfoquen de lo que realmente tiene valor. Desafortunadamente, muchas veces permanecemos rebuscando algún tiempo “sobrante” para agregar a Dios a nuestra agenda, cuando en realidad es Él quien hace y permite nuestra agenda, y nos enseña cuándo y cómo hacer cada cosa.

Si Cristo se convierte en nuestra motivación de vivir, no importa lo que hagamos, porque lo haremos para Él. Sus prioridades serán las nuestras, nuestro obrar será según Su Palabra y Él será nuestra meta. Entonces estaremos aprovechando bien el tiempo porque caminaremos glorificándole a Él.  (1 Corintios 10:31)

  1. Integridad Espiritual y disciplina personal

El concepto “integridad” pervive menospreciado en nuestra sociedad, y casi no tiene valor. Sin embargo, tenemos que aferrarnos a la Palabra de Dios y ser animados y confrontados para vivir una vida de integridad para la gloria de Dios. Ser íntegros es asimilar nuestra práctica y conducta con nuestra posición en Cristo. Es decir, si somos Hijos de Dios convenimos vivir como Hijos de Dios, indagando para agradarle a Él en todo y en sujeción a Su Palabra. Pero vivir vidas de integridad espiritual nos será imposible a menos que conservemos una disciplina personal. Por eso Pablo exhortaba a Timoteo a ejercitarse para la piedad, y por eso 2ª de Pedro 3:18 dice: Creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.

El crecimiento espiritual no es algo contemplativo, sentimental ni psicológico. Es la obra del Espíritu Santo en nuestra vida, a medida que somos expuestos a Su Palabra y nos dejamos moldear para agradarle en todo. Estamos completos en Él (Col. 2:10); poseemos todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad (2 P. 1:3) y somos receptores de todas las bendiciones espirituales (Ef. 1:3); entonces, andemos nuestra vida diaria de una forma que corresponda con nuestra privilegiada posición en Cristo.

  1. Un hogar que agrada a Dios

Los capítulos 5 y 6 de Efesios resultan una porción bíblica clave que trata cada relación dentro del hogar. Y algunos aspectos del hogar que agrada a Dios y que debemos de examinar en nuestras vidas y llevarlos a la práctica son los siguientes.

Las esposas deben amar a sus maridos y a sus hijos. La Biblia llama a que sean sensatas y puras. Han de ser cuidadosas del hogar, es decir, su responsabilidad es para el hogar y siempre debe ser su prioridad.  Deben ser igualmente bondadosas, gentiles, consideradas, amables. Y también, a la luz de la Palabra, estar sometidas voluntariamente y con gozo a sus maridos. (Ef. 5:22-24; 1 Tim. 2:11-14, Prov. 31).

Por su parte, los maridos deben amar a sus esposas “como a sus mismos cuerpos”; este es un amor sin reservas, sacrificado, carente de egoísmo, como el de Cristo para con la Iglesia. También han de liderar el hogar con una autoridad bíblica. En el diseño divino, el marido es el cabeza de familia y debe ejercer esa autoridad con el temor del Señor. Además, la Biblia instruye a los esposos a proveer para sus familias. Esto implica trabajar y obtener el dinero suficiente para cubrir las necesidades de su familia. Ambos, marido y mujer han de reflejar a Cristo en su matrimonio; Cristo debe ser el centro de su unión.

Como padres, Efesios 6 nos enseña que debemos guiar, educar a nuestros hijos en el temor del Señor, enfocándolos en cada aspecto de su vida a buscar a Dios. Asimismo, los hijos, son llamados a honrar a los padres y obedecerles.

Este es el modelo de un hogar que agrada al Señor y ha de ser una prioridad cualquiera que sea nuestra posición en la familia.

  1. Nuestro lugar en la iglesia local

De acuerdo a la Escritura, cada cristiano ha recibido al menos un don espiritual para utilizarse en el servicio dentro del cuerpo de Cristo. (1Ped. 4:10-11; Ef. 4:11-16).

Un paso significativo para establecer la mejor forma de servir al Señor en la iglesia pasa por confirmar cuáles son nuestros dones espirituales. Por supuesto, no tenemos que saber cuál es nuestro don antes de empezar a involucrarnos en la iglesia. De hecho, con carácter general, descubriremos nuestros dones a medida que progresivamente nos involucramos en la actividad y servimos dentro de la congregación. (Rom. 12:6-8 y 1 Cor. 12:4-11,28).

Los cristianos debemos usar los dones espirituales en nuestro día a día, porque servir a Dios es un trabajo constante y duradero, que no se limita a una reunión dominical (Rom. 12:11). Mientras participamos de distintas tareas, aprendemos en qué somos útiles, que se nos “da bien” y qué nos apasiona más (1 Cró. 28:9). Nunca será un problema encontrar una necesidad o carencia en la iglesia local donde podamos colaborar. Siempre hay trabajo por hacer, desde evangelizar nuestra vecindad (algo a lo cual estamos llamados todos los cristianos, Hechos 1:8), hasta la limpieza del edificio de la iglesia.  Serán los pastores y ancianos de la Iglesia, conocedores de las diferentes necesidades existentes en tu iglesia local y de la salud espiritual de los hermanos, los que puedan orientarte sobre qué oportunidades hay en el contexto de la congregación. Pero cuidado, porque los cristianos podemos estar muy ocupados haciendo tareas de servicio, pero sin amor, y esto es vanidad (1 Cor. 13:1-3). Mientras servimos a Dios y a los demás, obremos con un espíritu de humildad y amor fraternal (Fil. 2:1-4).

Conclusión

Una vida marcada por los tiempos y ritmos de este mundo, no es una vida que agrade a Dios. Establezcamos prioridades bíblicas que agraden a Dios y contribuyan a la extensión de Su Reino. Esto tendrá un impacto en nuestra vida y en la vida de quienes nos rodean; nos ayudará en nuestros trabajos, en nuestras relaciones con personas del mundo, o aun en la toma de decisiones. ¡Que el Señor nos ayude!

“Pero buscad primero su reino y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mt. 6:33)

Gersón Heredia

Autor Gersón Heredia

Gersón Heredia es graduado del Seminario Berea en los programas de Predicación Expositiva y Biblia y Teología.

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