Hay un personaje bíblico que sería prácticamente anónimo de no ser porque se popularizó hace unos 20 años por un pequeño libro que se volvió viral; su nombre es Jabes. Aparece en apenas dos versículos en 1 Crónicas 4:9-10, siendo el versículo 10 una oración suya. Bajo el título “La oración de Jabes”, este libro promulgó esta invocación como una oración de la prosperidad para que Dios bendijese material y físicamente con riquezas y salud. Por supuesto que Dios es el que bendice tanto económica como saludablemente, pero es de acuerdo a Su voluntad, no en base a la repetición de ningún mantra, ni mérito alguno en nosotros. 

Hay otra oración en la Biblia que no es tan popular, pero que es una verdadera oración de prosperidad. Se encuentra en Efesios 3:14-19. No es de Jabes, es de Pablo. No se centra en uno mismo, sino en otros. Y además, no clama por prosperidad material, sino espiritual. 

La oración de la prosperidad espiritual comienza en Efesios 3:14-15, no dejando duda de que es una oración. Es la segunda plegaria que se encuentra en la epístola a los Efesios. La primera de ellas se haya en 1:15-19. Ahí Pablo oraba por su hermanos con gratitud y petición fraternal. Ahora, el apóstol movido por el Espíritu Santo, plasma una súplica por los efesios en base a que son nuevas criaturas en Cristo (2:1-10) y a que estaban unidos como una nueva humanidad en la iglesia por medio de Cristo (2:11-22). Esta oración va dirigida al Dios Creador de toda criatura en los cielos y en la tierra, pero que ahora además de ser el Padre de Cristo, también lo es de todos los que han confiado en Él como Señor y Salvador. 

Pablo dirige su oración al Padre Celestial, verbalizando dos peticiones para prosperar espiritualmente, dejándonos un modelo a seguir. La primera petición para prosperar espiritualmente consiste en orar por el fortalecimiento en el hombre interior. 

1. Ora por el fortalecimiento en el hombre interior (Efesios 3:16-17a)

La petición comienza en el versículo 16a, con la expresión explícita del deseo que pide a Dios por ellos, “que os conceda conforme a las riquezas de su gloria”. Esta concesión no es la de aquel que viene a Dios como si fuera el genio de la lámpara maravillosa, sino que está centrada en el Señor y en los demás, para los cuales es su petición. Las riquezas de la gloria de Dios son incalculables e inimaginables, y es de acuerdo a la plenitud de esa abundancia divina intrínseca que Pablo pide para sus hermanos con gran generosidad y plenitud, de acuerdo a las riquezas de su gloriosa persona. 

El contenido de la primera petición que Pablo hace para la prosperidad espiritual de los efesios, se encuentra en la segunda parte del versículo 16, “ser fortalecidos con poder por el Espíritu en el hombre interior”. El fortalecimiento no depende del que pide, sino del que da. El hombre no puede fortalecerse espiritualmente, sino que depende del Señor. El poder viene de Dios y, más concretamente, de su Espíritu, la tercera persona de la Trinidad que ya mora en nosotros, los creyentes. Este fortalecimiento es en el hombre interior, en contraposición al hombre exterior (cp. 2 Corintios 4:16). El hombre interior es dónde existe la vida espiritual. Y mientras el exterior va decayendo, el interior va revitalizándose. 

Cuando somos fortalecidos en el hombre interior por el Espíritu de Dios, ¿qué sucede? Resulta en una más profunda y excelsa habitación de Cristo en nosotros, los creyentes, como resalta la primera parte del versículo 17, “de manera que Cristo more por la fe en vuestro corazones”. Esto no quiere decir que Pablo ora para que Cristo venga a la vida de los efesios. Ya estaba en sus vidas como su Señor y Salvador. Habitar significa estar en una casa y, de hecho, en este contexto significa morar, estar instalado y arraigado. Cristo no es un “ocupa”, ni un visitante ocasional, sino que ha de morar plenamente en la vida de cada creyente, ejerciendo su señorío y disfrutando de su plenitud, estando plena y exclusivamente satisfechos en Él. 

Durante el confinamiento severo de la primavera del 2020, la mayoría de nosotros no pudimos hacer ejercicio físico, ni siquiera caminar como estábamos acostumbrados. Eso conllevó un empeoramiento de la forma física de la gran mayoría. Hay un mayor problema que estar flojo físicamente, y es ser un enclenque espiritual. Hemos de hacer nuestra la oración de Pablo por los efesios, y hacerla por nuestros hermanos: No seamos enclenques espirituales, sino fortalecidos en el hombre interior por el Espíritu según vivimos centrados y satisfechos en Cristo. 

¿Quieres ser próspero espiritualmente? Ora por el fortalecimiento en el hombre interior, no sólo para ti, sino también para otros creyentes. La segunda petición al Padre para prosperar espiritualmente consiste en orar por la profundización en el amor de Cristo. 

2. Ora por la profundización en el amor de Cristo (Efesios 3:17b-19)

El ser fortalecidos en nuestro hombre interior lleva a que Cristo se sienta a gusto, como en casa morando en la vida de los creyentes, lo cual nos mueve a crecer en amor. La vida del creyente en Cristo está arraigada y cimentada en amor (3:17b). Esto ya es una realidad en aquel que es una nueva criatura, pero hemos de proseguir profundizando en ella. Las dos metáforas semánticas apuntan a una misma idea: Arraigar significa literalmente “enraizar”, mientras que cimentar conlleva “estar establecidos, fundamentados”. El creyente ha de estar enraizado y fundamentado en Cristo (cp. Colosenses 2:7), y de manera especial en su amor. 

Pero hay que seguir profundizando, y que esas raíces vayan aún más abajo, y que esos cimientos sean más profundos en el amor de Cristo. Ese es el corazón de la segunda petición de prosperidad de Pablo. Los versículos 18 y 19 afirman,“seáis capaces de comprender con todos los santos cuál es la anchura, la longitud, la altura y la profundidad, y de conocer el amor de Cristo que sobrepasa todo entendimiento”. En realidad, esta es una misma petición compuesta, y se podría resumir así: Mi oración es que profundicéis aún más en el amor de Cristo, que ya tenéis y habéis experimentado.

Ser capaz de comprender significa una habilidad especial de entender, captar, abarcar con la mente. Y esto no sólo es para unos pocos, sino para todos los creyentes en Cristo Jesús, todos los santos. Todo creyente verdadero conoce en una u otra medida el amor de Cristo, porque lo ha experimentado. Pero igualmente todo hijo de Dios puede y debe seguir profundizando en ese mismo amor, ¡nadie ha llegado al fondo aún, ni nadie llegará! 

Ahora la anchura, longitud, altura y profundad del amor de Dios no se está refiriendo a cuatro clases del amor, ni a cuatro matices ocultos. Sino que está aludiendo a su carácter vasto y completo, realmente inabarcable, lo mires por donde lo mires. Hemos de profundizar en el amor de Dios desde una perspectiva tridimensional. Podrías emprender un viaje espiritual hasta los confines de la tierra, y allí estaría el amor de Dios. Si te embarcaras en unas vacaciones espaciales y fueras lo más alto posible, incluso fuera de la órbita terrestre, allí estaría. Si bucearas hasta las profundidades del océano más hondo, donde solo las máquinas pueden acceder, allí encontrarías su amor. Si fueras a dar la vuelta al mundo y recorrieras cada rincón de la tierra, allí estaría el amor de Dios. El amor de Dios es inabarcable.  

La oración de Pablo es que podamos captar más y más el vasto e inmenso amor de Dios, porque eso nos llevará a la prosperidad espiritual. Y concretamente, el amor de Dios en Cristo, que sobrepasa todo conocimiento (19a). Este verbo conocer implica no sólo captar con la mente, sino experimentar lo conocido. Sin conocer a Cristo, es imposible comprender este amor (Juan 15:13; Romanos 5:7-8; Filipenses 2:6-8). 

En la provincia de León, tenemos una de las cuevas visitables más bonitas y largas del país, e incluso de Europa: La Cueva de Valporquero. Cuando la visitas, hay distintas rutas: la normal, de 1,6km; la larga, de 2,5km; la insólita, de 3km. Pero no queda ahí todo, también puedes hacer espeleobarranquismo en el inferior de la cueva, más del doble de extensa que la parte visitable. Y además, hay otras zonas que sólo los expertos profesionales pueden acceder. Si has ido una vez, y sólo has hecho la ruta normal, no podrías decir que has profundizado en la cueva. El amor de Cristo tiene muchas más rutas y salas que cualquier cueva del mundo, y así hemos de profundizar en él toda nuestra vida, y de todas formas no llegaremos al fondo ya que sobrepasa todo entendimiento. ¿Cómo podemos profundizar en ese amor? Viviendo centrados en Cristo y su obra en nuestro favor, leyendo su Palabra y de manera especial los Evangelios para estar expuestos a la vida, obra y el amor de Cristo. 

El propósito de orar por el fortalecimiento en el hombre interior y la profundización en el amor de Cristo lo encontramos al final del versículo 19, “para que seáis llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios”. De hecho, la forma en que se expresan estos versículos nos da a entender que cada cuestión está relacionada con la posterior, es decir, son acciones encadenadas. Ser fortalecidos en el hombre interior por el Espíritu lleva a que Cristo habite como si estuviera en su casa en el creyente. Así, cuando Cristo mora en nuestra vida lleva a un amor abundante, en el cual nos cimentamos y arraigamos. Y este amor nos ha de mover a profundizar aún más en el amor de Cristo. Cuando esto sucede, desemboca en la prosperidad espiritual y seremos llenos de la plenitud de Dios. Así, nuestra plenitud y abundancia no dependerá de las emociones, las finanzas, el mercado laboral, la familia, ni ninguna otra cosa que no sea Dios, y especialmente, Cristo, nuestro Señor y Salvador y fuente de nuestra prosperidad, plenitud y satisfacción. Esta es la verdadera prosperidad y por ella hemos de orar. 

Es como esa historia de un hombre que era un sin techo que vagaba por las calles de su ciudad. Un día, este mendigo pidió unas monedas a una persona en medio de la calle. Cuando se dio la vuelta, ¡vio que era su propio padre! El mendigo, emocionado, le dijo: “Padre, padre, ¿me reconoces? Su padre le rodeó con sus brazos y emocionado entre lágrimas le contestó: “¡Ay, hijo mío. Al fin te encuentro! ¿Y quieres que te dé unas monedas? Todo lo que tengo es tuyo.”

No seamos mendigos espirituales, sino acudamos a nuestro Padre Celestial en boga de la prosperidad espiritual que sólo Él nos puede conceder.