Cuando mis tres hijos eran pequeños y empezaban a dar sus primeros pasos, diferentes personas me decían la misma frase: “¡Ahora vas a tener que quitar de su alcance todas las cosas para que no las rompan, o se las tiren encima y se hagan daño!”. ¿Realmente era esa la solución? No. La solución no era adaptar el camino por el que los niños empezaban a dar sus primeros pasos, sino enseñarles por dónde podían andar y qué es lo que podían o no podían tocar. La Biblia también nos enseña a los creyentes cómo debemos de andar por este mundo, que podemos o no podemos tocar para evitar hacernos daño y, sobre todo, cómo vivir vidas que le den la gloria a nuestro Dios.

Una de las enseñanzas más claras respecto a esto la encontramos en Efesios 5:15-21. En el v.15 leemos: “Por tanto, tened cuidado cómo andáis; no como insensatos, sino como sabios”.

El apóstol Pablo nos exhorta a vivir en este mundo sabiamente. La pregunta lógica que nos surge ante esto es: ¿cómo podemos lograr esto?, ¿cómo podemos andar como sabios? La respuesta la encontramos en el v.18: “Y no os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución, sino sed llenos del Espíritu”. Podemos andar sabiamente siendo llenos del Espíritu. Pero ¿qué significa ser lleno del Espíritu?

En la Biblia se utiliza en muchas ocasiones la expresión “ser lleno de…” para hablar estar controlada por algo. Por ejemplo, en Lucas 5:26 las personas “se llenaron de temor” cuando vieron a Jesús curar a un paralítico; y en Lucas 6:11 unos fariseos “se llenaron de ira” contra el Señor Jesús cuando sanó en el día de reposo a un hombre con la mano seca. Nosotros también usamos en nuestros días esta expresión de “ser llenos de” con este mismo significado. No es lo mismo sentir miedo o sentir ira, que estar lleno de miedo o lleno de ira. Una persona que siente miedo puede gritar, cerrar los ojos muy fuerte, pero si está llena de miedo, éste le puede controlar al punto de quedarse paralizada sin poder reaccionar, o a saltar si pensarlo dos veces desde un 8º piso para huir de lo que le da miedo. Tristemente, en más de una ocasión hemos visto en las noticias cómo alguien lleno de ira o de celos ha asesinado a su pareja y después ha declarado arrepentido que no era su intención, que la ira o los celos de ese momento habían nublado su voluntad y no tenía control de sus actos.

Ser lleno del Espíritu no es otra cosa que estar controlado por el Espíritu que mora en el creyente. En la ilustración que nos ha dado el apóstol Pablo en Efesios 5:18, compara el control que toma el alcohol de la mente y la voluntad del borracho en contraste con el control del Espíritu en la vida del creyente, que le hace andar sabiamente. Pero hay que hacer un inciso en esta comparación ya que, de la misma manera que podemos ver similitudes comparativas entre estar lleno de vino y ser lleno del Espíritu, también hay una diferencia abismal entre ambas: En contraste con el comportamiento fuera de control de la persona llena de vino, el creyente lleno del Espíritu se somete voluntariamente al control de éste.

Ahora bien, ser lleno del Espíritu no significa ser poseído de forma esotérica por el Espíritu o tener algún tipo de encuentro místico con Él que nos lleve a algún tipo de éxtasis sobrenatural. La llenura del Espíritu es el resultado de la lectura, la meditación y la sumisión a la Palabra de Cristo, permitiéndole a las Escrituras que penetren en nuestros corazones y mentes. Podemos llegar a esta conclusión cuando leemos el pasaje paralelo a Efesios 5:18-21, el cual se encuentra en Colosenses 3:16-17. Hacer que la palabra de Cristo habite en abundancia (Colosenses 3:16) es lo mismo que ser lleno del Espíritu (Efesios 5:18). El resultado que trae el ser lleno del Espíritu Santo es el mismo que se produce cuando dejamos habitar la Palabra en abundancia en nosotros.

Por lo tanto, podemos establecer una relación directa entre la llenura del Espíritu Santo y nuestro estudio, meditación y obediencia a la Palabra de Dios. Somos llenos del Espíritu cuando estamos llenos de la Palabra, la cual Él inspiró y a la cual le da poder. Cuando conocemos la verdad bíblica y la aplicamos a nuestra vida diaria, nos ponemos cada vez más bajo el control del Espíritu.

De la misma manera que un guante es por sí solo inútil y sólo cumple con su función cuando es llenado por una mano que lo utilice, el creyente sólo es útil cuando es lleno del Espíritu Santo. Ser lleno del Espíritu es entregar nuestro corazón a la autoridad de Cristo permitiendo que su Palabra domine nuestro pensamiento, nuestra actitud, nuestras emociones, nuestra voluntad, nuestras acciones.  El mejor ejemplo de una vida llena del Espíritu lo tenemos en nuestro Señor Jesucristo.

Él dijo: “Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra” (Juan 4:34).

Su gozo supremo era hacer la voluntad de su Padre y para ello se sometió por entero al control del Espíritu. Cuando nos llenamos de la Palabra de Dios alineamos nuestro pensamiento y nuestra voluntad con la mente de Cristo. A medida que nos rendimos a la verdad de la Palabra, el Espíritu Santo nos guiará a andar sabiamente como Dios quiere que andemos.

Vivir una vida cristiana plena requiere ser vivida en el poder del Espíritu Santo:

Es el Espíritu Santo el que nos capacita para agradar a nuestro Padre celestial andando sabiamente. Es el Espíritu Santo el que nos lleva a una mayor intimidad con Dios.

Es el Espíritu Santo el que nos ilumina para entender las Escrituras.

Es el Espíritu Santo el que glorifica a Cristo en nosotros.

Es el Espíritu Santo el que nos guía a la voluntad de Dios.

Es el Espíritu Santo el que nos fortalece y hace todo esto para conformarnos a la imagen de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.

Aceptar de corazón toda la verdad bíblica, someterse a ella y aplicarla en nuestra vida diaria, es disfrutar de la plenitud de la llenura del Espíritu Santo.

Juan Vicente Sánchez

Autor Juan Vicente Sánchez

Graduado del Seminario Berea y anciano en la Iglesia Evangélica de Orfila en Linares (España).

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