El predicador inglés John Newton dijo: “¿cómo puede ser que haya cristianos que esperan que su vida sea un camino de rosas cuando la de Cristo estuvo plagada de espinos?”[1] Un siglo más tarde Spurgeon expresó la misma idea al escribir en uno de sus devocionales: “los creyentes deberían evitar la expectativa de que podrán escapar del sufrimiento… si la tienen se van a llevar un chasco, porque no hubo ni uno solo a lo largo de la historia que no sufriese.”[2]

Todos entendemos que en esta tierra pasaremos por aflicción, que sufriremos profundamente, y que el dolor nos abrumará. Aun así, podría darse que en este instante pensases que no sufres cuando reduces el sufrimiento a la enfermedad, la necesidad, o la pérdida de un ser querido. Sería lógico concluir que, si no estás pasando por ninguna de estas circunstancias, no estás sufriendo. Sin embargo, hay un tipo de sufrimiento común a todos los hijos de Dios que perdurará hasta el día de nuestra muerte. Un sufrimiento en el cual te encuentras inmerso ahora mismo. Y estoy hablando de la agonía que padecemos por nuestro pecado.

¿Quién de nosotros no se ha sentido culpable por haber caído una y otra vez en la misma transgresión? ¿Cuántas veces no has pedido perdón a Dios y anhelado con todo tu ser no volver a enfadarte, no volver a murmurar, o a no dar lugar al orgullo, o la lascivia, mentira, y aun así sigues haciéndolo? ¿Qué produce está lucha con el pecado en nuestra vida? Produce sufrimiento, pesar, dolor, frustración, y a veces, si tenemos una perspectiva errónea, nos lleva hasta la desesperación. Es a la luz de esta pelea brutal interior por la que pasamos todo creyente que el apóstol Pablo escribe un versículo glorioso que trae profundo consuelo a nuestros corazones.

Me refiero a Romanos 8:18, donde el apóstol escribe: “Pues considero que los sufrimientos de este tiempo presente no son dignos de ser comparados con la gloria que nos ha de ser revelada.” En cierto sentido podríamos decir que cualquier sufrimiento en esta vida por muy intenso que sea, ni se acerca a la suela del zapato del supremo gozo y satisfacción que nos esperan en la gloria venidera. Pero en este pasaje, el apóstol está siendo muy específico. No está hablando del sufrimiento en general, sino que lidia con el sufrimiento causado por el pecado.  A partir de Romanos 7:14 Pablo empieza a hablar de esta realidad.

Por gracia por medio de la fe en base a la obra exclusiva de Cristo, hemos sido declarados justos. Dios nos ve igual de perfectos, santos y agradables que Jesús mismo. No obstante, a tiempo presente, nuestra carne sigue vendida a la esclavitud del pecado. En este cuerpo no habita nada bueno. Lo que queremos hacer no hacemos, y lo que no queremos hacer, eso hacemos. ¡Miserable de nosotros! ¿Quién nos librará de este cuerpo de muerte?

En el capítulo 8, Pablo continúa con el tema del sufrimiento por el pecado, explicando cómo Cristo tuvo que sufrir por nuestro pecado, y cómo el Espíritu nos guía en esta lucha sufrida contra el pecado. Incluso, unos versículos después de nuestro pasaje, Pablo afirma que la creación también sufre por el pecado. En medio de todo esto, del sufrimiento del creyente por su pecado, del sufrimiento pasado de Cristo por nuestro pecado, del sufrimiento de la creación por el pecado de Adán, destaca Romanos 8:18.

La respuesta a los sufrimientos que padecemos en esta vida causados por el pecado es que estos sufrimientos “…no son dignos de ser comparados con la gloria que nos ha de ser revelada.” Pablo, en este versículo, no quiere que comparemos nuestro sufrimiento por el pecado con la gloria que nos espera. La idea no sería: “bueno, he vuelto a caer en el mismo pecado, estoy desanimado, me encuentro frustrado… pero esto no es nada a la luz de la gloria que ha de ser revelada. Así que necesito buscar fuerzas de donde no las tengo para seguir luchando contra el pecado, porque Pablo está afirmando que mi dolor no es nada comparado con el gozo que me espera.” Esto no es lo que está haciendo. No es un mensaje de autosugestión. No es un mantra que nos repetimos.

El apóstol no se está centrando en lo que nosotros tenemos que hacer sino en lo que Cristo ha hecho por nosotros. Por eso mismo, dice “no son dignos de ser comparados,” es decir, ni vale la pena compararlos. De hecho, está usando un refrán que era común en el griego clásico. Esta expresión se usaba en un contexto militar. Cuando las huestes de soldados romanos se alzaban contra un minúsculo ejercito, se solía utilizar la expresión que Pablo empleó en Romanos 8:18. Ni valía la pena comparar el poderío romano contra ese insignificante enemigo, ¿por qué? porque no tenían ninguna posibilidad de frustrar la victoria romana. Precisamente, es esto mismo lo que Pablo está afirmando.

Cuando sufres por tu pecado, cuando te vuelves a sentir culpable porque has caído otra vez, si eres un hijo de Dios que ha sido justificado, ningún pecado frustrará la gloria que te espera. El pecado es ese ejército diezmado de soldados moribundos y malheridos que se han alzado contra ti, cuando tú estás siendo protegido por los miles de millares de soldados del ejercito de Dios. El pecado no tiene ni la más remota posibilidad de impedir la victoria, porque Cristo arrasó por completo con nuestro enemigo.

Cuando sufrimos por el pecado, porque hemos vuelto a hacer lo que no queríamos, la respuesta no es hundirnos en la miseria del pecado, sino recordar que ningún pecado frustrará nuestra gloria. ¿Por qué? Porque si Dios es quién justifica, ¿quién nos acusará? Si nos ha dado a Su propio Hijo, ¿cómo no nos concederá con Él también todas las cosas? ¿De verdad crees que Dios envió a Jesús a sufrir por nuestro pecado para que ahora no alcancemos la victoria final? ¡Por supuesto que no! Si el murió para justificarnos, murió para glorificarnos. Las puertas del cielo nunca se cerrarán a ningún hijo de Dios, sea cual sea el pecado que cometa aun siendo salvo.

¿Cómo podemos terminar? De la misma manera que Pablo: si esto es así, entonces, estamos convencidos de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni lo presente ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada, incluso nuestros pecados como creyentes, nos podrá separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús Señor nuestro.

 


[1] “Can we wish, if it were possible, to walk in a path strewed with flowers when His was strewed with thorns?”. The Works of John Newton, v. 1 (Carlisle, PA: Banner of Truth, 1985), 230.

[2] “Good people must never expect to escape troubles; if they do, they will be disappointed, for none of their predecessors have been without them” (Morning and Evening, Morning: March 8)

Rubén Videira

Autor Rubén Videira

Decano académico de Seminario Berea. Profesor de exégesis. Master en Divinidad y Teología.

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