John Huss nació en el siglo XIV en la ciudad de Hussinec. A los 32 años Dios lo salvó leyendo la Biblia. A partir de este momento, empezó a predicar a Cristo sin avergonzarse del evangelio. Él escribió: fiel cristiano busca el evangelio, escucha el evangelio, aprende el evangelio, ama el evangelio, habla el evangelio, aférrate al evangelio, y defiende el evangelio.[1] ¡Y vaya si lo defendió! En 1408 se le prohibió predicar este mensaje. Pero Huss continuó proclamándolo hasta que fue arrestado. Un año más tarde, lo condenaron a morir en la hoguera, pero no sin antes ofrecerle una última oportunidad para que se retractase. Se negó rotundamente.[2]

Huss no se avergonzó del evangelio frente a sus enemigos porque creía firmemente en su poder para salvación de todo el que cree, tal y como el apóstol Pablo escribió siglos antes en Romanos 1:16-17. Este pasaje bien conocido presenta dos razones por las que los creyentes no deberíamos avergonzarnos del mensaje de Cristo. La primera razón es que:

  1. No nos avergonzamos del evangelio porque es poder de Dios (Rom 1:16)

Pablo escribe la epístola de Romanos porque tal y como dice en Romanos 1:15 estaba deseoso de predicar el evangelio a los gentiles. Por eso quería visitar a la iglesia en Roma para que le ayudasen a llegar hasta España y así seguir proclamando la salvación en Jesús. ¿Cuál era la razón por la que el apóstol no se aguantaba con las ganas de evangelizar a todo el Imperio romano? Romanos 1:16 responde: Porque no me avergüenzo del evangelio, pues es el poder de Dios para la salvación de todo el que cree; del judío primeramente y también del griego.

Pablo no tenía ningún problema en predicar la cruz haya a donde fuese porque no se avergonzaba del evangelio. Si somos honestos, la razón por la que nosotros a veces no lo hacemos es porque sí nos avergonzamos. Cuando nos preocupa más qué pensarán los demás que predicar el evangelio, nos estamos avergonzando de él. Es interesante que Pablo diga a esta iglesia que él no se avergonzaba, porque Roma era una ciudad que ridiculizaba el mensaje de Cristo. La presión para no hablar de Él era enorme. Los romanos se reían de la predicación de la cruz de Jesús. De hecho, en una excavación arqueológica en Roma se encontró una pintura de un cristiano ante un burro clavado en una cruz. La tentación para esta iglesia a avergonzarse del evangelio era real. Sin embargo, Pablo les dice: yo no me avergüenzo del evangelio. Les está confesando que esté donde esté, digan lo que digan, pase lo que pase no se avergonzará de este mensaje. Y, por tanto, siempre estará dispuesto a predicarlo aun en Roma.

¿Cómo era posible que Pablo no se avergonzase del evangelio? Porque es poder de Dios para salvación. A veces se tiene dicho, que la palabra griega que se traduce por “poder” es dunamis, de donde se deriva la palabra española dinamita. De tal modo que el evangelio sería la dinamita de Dios que revienta las paredes de piedra del corazón para que el hombre se acerque a Él. El problema es que la dinamita no se descubrió hasta el siglo XIX por lo que Pablo no puede estar hablando de explosiones espirituales. Y segundo, y más importante todavía, esta ilustración presenta el evangelio como una ayuda para que el hombre llegue a Dios. En este caso, el evangelio sería ese último empujón que necesitamos para que de nuestra propia voluntad busquemos a Cristo. Sin embargo, la palabra “poder” que Pablo usa matiza que el evangelio es una capacitación externa al hombre. Esta fuerza ajena a nosotros que hace posible lo imposible se origina sólo en Dios, por eso es el poder de Dios para salvación. En definitiva, el evangelio es el medio por el cual Dios da al hombre la salvación que él nunca podría lograr por sí mismo.

Unos versículos más adelante, en Romanos 1:18, Pablo explica de qué necesitamos ser rescatados: Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que con injusticia restringen la verdad. El verdadero problema del hombre sin Cristo, su mayor amenaza, su más inminente peligro, no es la muerte, ni el pecado, o Satanás, por muy terribles que sean, es Dios mismo. Si estamos bajo la ira de Dios sólo Él puede libranos de ella. De ahí, que Dios mismo, en la Segunda Persona de la Trinidad, se encarnase y muriese en la cruz del Calvario por nuestro pecado. Y lo más hermoso es que es poder de Dios para la salvación de todo el que cree, del judío primeramente y también del griego.

El evangelio es tan poderoso que se extiende a todas las naciones. Es suficiente para salvar a españoles, rumanos, brasileños, venezolanos, colombianos, a gente de todo pueblo, lengua y nación. Por eso Pablo no se avergonzó del evangelio, y por eso mismo nosotros tampoco deberíamos hacerlo. ¿Acaso existe otro mensaje que haya salvado a un romano hace 2000 años, y que puede seguir salvando a un español 2000 años después? No hay barrera histórica, cultural o nacional que frene su poder. La segunda razón por la que no deberíamos avergonzarnos de este mensaje es que:

  1. No nos avergonzamos del evangelio porque es justicia de Dios (Rom 1:17)

Pablo acaba de afirmar que el evangelio es poder de Dios para salvación, sin embargo, podría surgir la pregunta: ¿por qué el evangelio tiene ese poder? La respuesta la encontramos en Romanos 1:17: el evangelio es capaz de salvar porque en él la justicia de Dios es revelada.

Esta frase no significa que el evangelio revela a un Dios justo, que lo es, sino que se refiere a la justicia que sólo Dios otorga al pecador. Es decir, el evangelio da a conocer cómo es que un Dios justo puede declarar justos a seres injustos sin dejar de ser justo. Gracias al evangelio, Dios nos viste con Su perfecta justicia. Pablo no se avergonzaba de este mensaje porque es el único que tiene la capacidad de transferir la justicia de Cristo al hombre. Esas son las buenas noticias del evangelio. Si Dios te ha salvado, te ve justo para siempre, porque te ha envuelto completamente con la justicia divina.

A veces, sin quererlo, limitamos el poder del evangelio al perdón de los pecados, lo cual es muy necesario y también son buenas noticias. Pero ¿de qué vale que cada uno de nuestros pecados sea perdonado si ante los ojos de Dios seguimos siendo injustos? Porque Él en Su perfecta santidad no permitirá que nada injusto entre en Su presencia por muy perdonado que haya sido. Si reducimos el poder del evangelio al perdón, podríamos acabar convirtiéndolo en un trozo de madera al que nos agarramos en un naufragio para mantenernos a flote en medio del océano. No sé vosotros, pero si yo estuviese flotando a la deriva agarrado a una madera, no diría: ¡Qué bien he sido salvado!

El evangelio no es el poder de Dios para sobrevivir, sino que es la justicia de Dios para vivir plenamente disfrutando Él. El evangelio es precioso y sublime, porque logra lo inconcebible. Este mensaje es capaz de hacer que pecadores como tú yo, ante Dios seamos igual de justos que Cristo Jesús, el Justo. Si conoces a Dios, en ningún momento en tu vida, estés haciendo lo que estés haciendo, dejará de verte igual de perfecto que a Jesús. Incluso cuando somos tentados, o caemos en pecado. Y si realmente hemos entendido esta verdad, no nos llevará a pecar más, sino a vivir en justicia porque Dios nos ha declarado justos. Esta es la justicia que revela el evangelio, la justicia que Dios nos imputa por pura gracia por medio de la fe. Debido a que es la obra exclusiva de Dios porque es el poder de Dios, entonces es un regalo de Dios. De tal modo que sin fe nadie podrá ser justificado, de ahí que Pablo diga que en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe.

La expresión por fe y para fe es una frase hecha que alude a la fe como el único y exclusivo medio para la salvación. Nuestra fe debe descansar en lo que Él hizo, no en lo que nosotros podamos hacer, en lo que Él sufrió y no en lo que lleguemos a sufrir. Y esto no es algo nuevo, siempre ha sido así. Por eso Pablo a continuación cita al profeta Habacuc. Fijaos, versículo 17: como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá.

Habacuc vivió en una época de absoluta corrupción e impiedad. Dios estaba a punto de enviar a los Caldeos para castigar y desterrar a los judíos malvados que oprimían a los justos de Israel. Sin embargo, esta nación vendría contra todo el pueblo judío, por lo que Habacuc se pregunta: ¿cómo podrán sobrevivir los justos que estaban siendo oprimidos? Dios responde en Habacuc 2:4, el justo vivirá por la fe.

Los justos fueron aquellos que creyeron a Dios cuando les ordenó dejarse conquistar por los Caldeos e ir al exilio con ellos, porque después de 70 años los traería de vuelta a la tierra. Los impíos que no creyeron esta promesa de Dios pelearon contra los invasores y murieron, pero los que confiaron en Él vivieron. Pablo utiliza este pasaje del Antiguo Testamento, para demostrar que la fe en la palabra de Dios trae vida. En el caso de Habacuc creer en Dios resultó en vida física, pero en Romanos, creer en Su evangelio es para vida espiritual. Por tanto, el justo es toda persona que ha creído en el evangelio y confiado en la exclusiva obra de Cristo, y aunque pase por el exilio de la muerte, recibirá la vida eterna.

¿Conoces otro mensaje que tenga este mismo poder? Sólo el evangelio es poder de Dios y justicia de Dios. Si es así ¿cómo podemos avergonzarnos de él? ¡Imposible! De tal manera que al igual que Pablo, si no nos avergonzamos del evangelio, anhelaremos, proclamarlo hasta los confines de la tierra. Charles Spurgeon dijo lo siguiente y con esto termino: No os avergoncéis del evangelio, recordad es el mismo mensaje por el que murieron los mártires, y pelearon los Reformadores. Pero, sobre todo, es la verdad de Dios que ni el infierno mismo podrá derrotar… así que predica el evangelio y sólo el evangelio.[3]


[1] John Huss, citado en Thomas Fudge, “Hussite Theology and the Law of God,” en The Cambridge Companion to Reformation Theology, ed. David Bagchi y David C. Steinmetz (Cambridge: Cambridge University Press, 2004), 28.

[2] John Huss, citado en Elliot Ritzema et al., eds., 300 Citas Para Predicadores de La Iglesia Medieval, trad. Juan Pablo Saju y Juan Terranova, Serie Pastorum (Bellingham, WA: Lexham Press, 2013), n.p.

[3] C.H. Spurgeon, “Preface” en Thirty-Two Articles of Christian Faith and Practice or Baptist Confession of Faith (Londres: Alabaster and Passmore, 1855), n.p.

Rubén Videira

Autor Rubén Videira

Decano académico de Seminario Berea. Profesor de exégesis. Master en Divinidad y Teología.

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