En el año 2020 el Coronavirus llegó a España y a partir de ese instante cambió nuestro modo de vida. Si se pudiese destacar algo positivo de esta pandemia sería que en cierto sentido forzó al mundo evangélico a digitalizarse. Un sinfín de predicadores comenzaron a emitir en directo sus predicaciones vía Internet, facilitando que la Palabra de Dios se extendiese con mayor rapidez. No obstante, esto también causó un serio problema, y es que algunos creyentes dejaron de congregarse, porque, al fin y al cabo, ¿para qué salir de casa si se puede «asistir a la iglesia» desde el sofá del salón? Obviamente hay situaciones particulares y legítimas en las que es imposible congregarse, pero ¿qué dice la Biblia respecto a una persona que, sin ningún impedimento para reunirse, no lo hace porque cree que también puede «congregarse» desde su hogar?

Este problema se debe a una limitación errónea del propósito por el cual debemos ir a la iglesia. A grandes rasgos se suele decir que nos congregamos para cantar y escuchar la Palabra. Si estas fuesen las únicas razones para reunirse, y ahora es posible realizarlas desde casa, entonces tiene sentido concluir que no es necesario asistir a la iglesia. Sin embargo, por muy importante que sea el canto congregacional y la predicación de la Palabra, no constituyen la única razón por la que necesitamos reunirnos. El autor de Hebreos nos presenta otras dos razones que no se pueden llevar acabo «asistiendo» a distancia, de tal modo que, congregarse como iglesia se convierte en un mandato indispensable.

  1. Debemos venir a la iglesia porque es una necesidad vital.

La primera razón sería porque congregarse es una necesidad vital. Por norma general cuando alguien deja de reunirse solemos citarle la frase de Hebreos 10:25: «no dejando de congregarnos». Esta afirmación es verdadera, pero si la separamos de su contexto inmediato, desembocaremos en una especie de legalismo religioso que enseña que hay que venir a la iglesia porque sí. Sin embargo, a la luz del contexto de este versículo entendemos que el no dejar de congregarse es vital y absolutamente necesario.

Los versículos 19 al 25 del capítulo 10 de Hebreos contienen tres ruegos para los creyentes que fluyen directamente como resultado de la obra de Cristo (Heb 10:1-18). El primero es que nos acerquemos al Padre (Heb 10:22). El segundo sería que perseveremos en la fe (Heb 10:23) y, el último, que nos estimulemos al amor y a las buenas obras (Heb 10:24). Bajo este ruego, encontramos el versículo 25 que aclara que no podremos obedecer el versículo anterior sin reunirnos. Estas tres suplicas están relacionadas entre sí y no deben separarse. Precisamente, por esta razón en particular se concluye que, si los dos ruegos de los versículos 22 y 23 son vitales para el creyente, también lo será el ruego de Hebreos 10:24-25.

Si la sangre de Jesús nos ha abierto el camino al Padre y Su ministerio como Sumo Sacerdote garantiza que siempre esté abierto (Heb 10:19-21), entonces la aplicación lógica sería el ruego del versículo 22: «acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, teniendo nuestro corazón purificado de mala conciencia y nuestro cuerpo lavado con agua pura». En el Antiguo Testamento era inconcebible presentarnos delante de Dios. Cualquier persona que no fuese el Sumo Sacerdote y hubiese atravesado el velo para entrar en el Lugar Santísimo donde Dios manifestaba Su presencia habría muerto de inmediato. Sin embargo, este acceso extremadamente limitado ha cambiado radicalmente gracias a Cristo. Su cuerpo, colgado del madero, fue el velo rasgado que abrió las puertas de par en par a la presencia del Padre. Su sangre derramada nos purificó delante de un Dios incapaz de tolerar el pecado, por lo tanto, podemos y debemos acercarnos a Dios sin miedo ni temblor, porque en Cristo no hay razón para que nos devoren las llamas de fuego consumidor divino.

El versículo 23 presenta el segundo ruego: «Mantengamos firme la profesión de nuestra esperanza sin vacilar, porque fiel es el que prometió». En otras palabras, perseveremos en nuestra fe en Cristo y en Su obra, confiados de que Dios, quien no puede mentir, ha prometido guardarnos hasta el fin. ¿Es posible imaginarse a un hijo de Dios que no busque disfrutar de la presencia de su Padre celestial? ¿Qué sucedería con un supuesto creyente que deja de perseverar en la fe, alguien que en el pasado profesó a Cristo, pero ahora lo rechaza? Realmente es una contradicción que alguien, haciéndose llamar cristiano, no busque al Padre ni mantenga su fe en Cristo. De hecho, si ese fuese el caso, tal persona no podría ser salva. De ahí que los dos ruegos de Hebreos 10:22 y 23 sean vitales. Buscar al Padre y perseverar en Cristo manifiestan la vida espiritual recibida en la salvación. Pero no buscar a Dios ni perseverar en la fe en Jesucristo revela que no hay vida.

Con esto en mente, llegamos a los versículos 24 y 25, dónde el autor de Hebreos nos ruega que nos estimulemos los unos a los otros al amor y a las buenas obras, y para ello necesitamos congregarnos. Así como no puede existir un creyente que no persevere en la fe ni busque al Padre, de la misma manera, tampoco existe un cristiano que no se congregue. ¿Significa esto que simplemente asistir a la iglesia ya suple esta necesidad que tenemos como cristianos? Es decir ¿es suficiente con que una persona siempre llegue un minuto antes de la reunión y se vaya justo después? La verdad es que no, tal y como demuestra la segunda razón que nos presenta el autor de Hebreos por la que debemos venir a la iglesia…

  1. Debemos venir a la iglesia porque es un estímulo esencial.

Hebreos 10:24 nos ordena a que «consideremos cómo estimularnos unos a otros al amor y a las buenas obras». Por lo que congregarse no se limita a meramente asistir, sino que se trata de reunirse con otros creyentes para poder servirles y bendecirles. Debemos estar dominados por el deseo de «empujar» a otros hermanos al amor y las buenos obras. De tal manera que la comunión fraternal se convierte en el estímulo indispensable para las buenas obras. En este contexto las buenas obras son todo aquello que nos anime mutuamente a acercarnos a la presencia del Padre y a perseverar firmes en Cristo hasta el fin (Heb 10:22-23).

¿Qué significa esto a efectos prácticos? Cuando vengas a la iglesia debes recordar que te congregas para estimular a otros a que amen más a Cristo. Necesitamos preguntarnos cómo provocar en ellos un mayor deseo por disfrutar de la presencia del Padre, y cómo fortalecerles para que sigan fieles al Hijo. Llevar esto acabo puede ser algo tan básico como simplemente preguntarle a un hermano qué aprendió durante la predicación, y cómo va a ponerlo en práctica, u orar por él, con él, en ese instante.

Para venir a la iglesia con esta mentalidad tenemos que vivir centrados en el evangelio, recordando que Cristo nos lavó y purificó para que todos, como un solo cuerpo, entremos en la presencia del Padre. Precisamente esto mismo es lo que está haciendo el autor de Hebreos. Sus lectores estaban siendo perseguidos por su fe, a punto de abandonar el congregarse para evitar la persecución. La solución del autor no fue mandarles que se reuniesen, sino recordarles la obra de Cristo para así avivar el amor de sus corazones hacía Dios y Su iglesia. El escritor Al Mohler expresó esto mismo con las siguientes palabras: «Los cristianos deberían hacer todo lo posible para reunirse, no sólo porque necesitan ser alimentados por la Palabra, sino que además porque parte de su confesión como cristianos es estimularse los unos a los otros al amor y las buenas obras».[1] En resumen, si vivimos en el evangelio desearemos estar con quienes también viven en el evangelio.

 


[1] Al Mohler, Exalting Jesus in Hebrews, Christ-Centered Exposition Commentary, eds., David Platt, Daniel L. Akin, y Tony Merida (Nashville: Holman Reference, 2017), 158.

Rubén Videira

Autor Rubén Videira

Decano académico de Seminario Berea. Profesor de exégesis. Master en Divinidad y Teología.

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