Si Jesús ha puesto al mundo patas arriba con once pescadores sin preparación, ¿para qué necesitamos ir al seminario? ¿De verdad vale la pena el esfuerzo, tiempo y dinero que requiere? Antes de dar respuesta a estas cuestiones es necesario aclarar que, primero, estos hombres sí que estaban preparados. Jesús mismo los instruyó día y noche en cuestiones profundamente teológicas durante tres años. Y segundo, un seminario no es una iglesia local, ni tampoco debe funcionar independientemente de ella. Es una institución al servicio de la iglesia que busca equipar con las herramientas adecuadas a los santos para la obra del ministerio. No obstante, quien llama al ministerio es Dios, y quien confirma el llamado es la iglesia local, no el seminario. Ahora bien, regresando a la pregunta inicial, ¿por qué debería ir al seminario? Tres son las razones principales por las que la educación teológica debe ser prioritaria para cada creyente, y en especial para los líderes de la iglesia.

  1. Debo ir a seminario por lo que es la iglesia.

Pablo, en 1 Timoteo 3:15, describe a la iglesia como «columna y sostén de la verdad». Esta imagen que surge de la arquitectura contemporánea al apóstol atribuye la responsabilidad de sostener y promover la verdad a la iglesia. Por tanto, la iglesia no sólo debe conocerla, sino que además necesita enseñarla, con el fin de equipar a los creyentes para defenderla y entregarla sin corromperla a la próxima generación. Aunque, el lenguaje de este versículo indica que el rol de la iglesia con relación a la verdad es pasivo, es decir, la iglesia no es la fuente ni el origen de la verdad, no la exime de su responsabilidad como su última línea de defensa. La verdad, de la cual la iglesia es columna y sostén, es axiomática (Judas 3). En otras palabras, esta verdad es la suma de proposiciones teológicas entregadas a los santos, esto es, la iglesia, en la Escritura, y de ahí que deba ser aprendida y explicada. Por esta misma razón el ministerio de los apóstoles, quienes pusieron el fundamente de la iglesia, se centró en enseñar la verdad (Hechos 6:4), y la iglesia primitiva se entregó de continuo a ella (Hechos 2:42), ocupándose en la enseñanza (1 Tim 4:13). Para los primeros cristianos fue inconcebible una iglesia sin instrucción teológica.

  1. Debo ir al seminario por lo que se le pide a la iglesia.

Otra razón por la que la educación teológica debe ser prioritaria para la iglesia es que sus lideres han de de ser «aptos para enseñar» (1 Tim 3:3; 2 Tim 2:24). Esta frase en castellano es la traducción de una sola palabra griega que significa «competente en la enseñanza»[1], y que enfatiza dos aspectos. El primero sería que, «apto para enseñar» conlleva que esa persona es lo suficientemente virtuosa como para instruir a otros en virtud[2], y el segundo, que ese individuo ha sido entrenado en la verdad, y, por ende, está cualificado para enseñarla[3]. La implicación es clara: si el líder cristiano, quien debe ser irreprochable, tiene que ser competente en la enseñanza, necesita ser instruido en el contenido y en el modo de dicha enseñanza. El apóstol Pablo entendió a la perfección el requisito «apto para enseñar», y consecuentemente, la piedad caracterizó su vida, y la instrucción fue parte esencial de su ministerio. De ahí, su exhortación a los corintios a que le imitasen de la misma manera que él imitó a Cristo (1 Cor 11:1), y el centro de entrenamiento teológico que estableció en la ciudad de Éfeso donde estuvo enseñando durante casi tres años (Hech 18:9-10). Para la iglesia debería ser inconcebible tener líderes incompetentes en la enseñanza.

  1. Debo ir al seminario por lo que debe hacer la iglesia.

La Gran Comisión confirma que la educación teológica debe ser prioritaria para la iglesia (Mat 28:19-20). Jesús, antes de ascender al Padre, encomendó a los creyentes que hiciesen «discípulos de todas las naciones». Esta frase, que significa «promover el desarrollo de aprendices»,[4] está arraigada en la autoridad suprema de Cristo (Mat 28:19). La iglesia se encuentra bajo la obligación de convertir incrédulos en estudiantes y seguidores de Jesús, instruyéndoles a guardar todo lo que Él ha ordenado (Mat 28:20). Por consiguiente, una congregación que descuida la enseñanza no está siguiendo los pasos de la iglesia del Nuevo Testamento, ni tampoco cumpliendo la Gran Comisión, y por tanto «ha perdido su derecho bíblico a existir»[5].

El principio básico de la Gran Comisión es plantar iglesias llenas de discípulos de Cristo. Este tipo de iglesia bíblica no puede ser establecida sin un liderazgo que antes no haya sido equipado para «implementar los modelos bíblicos de predicación, adoración, liderazgo, comunión, oración, y por supuesto, evangelismo y misiones».[6] Todas estas tareas son teológicas y no suceden por ciencia infusa, necesitan ser enseñadas y cultivadas para ser ejecutadas con precisión y así cumplir la misión de la Iglesia.

Una breve aclaración, esto no significa que cada iglesia local tenga que fundar su propio seminario, o que no puede confirmar a líderes que no hayan obtenido un título teológico. Sino que recalca la necesidad crucial de la educación teológica para que florezca y prospere la iglesia universal. La iglesia en Éfeso, por ejemplo, llegó a ser la punta de la lanza en la región de Asia Menor después de que, curiosamente, Pablo estableciese su escuela de teología en esa ciudad.[7]

En definitiva, según la Gran Comisión, los creyentes son aprendices permanentes de Cristo con la meta de hacer más cristianos, quienes, a su vez, son estudiantes llamados a hacer otros discípulos. Si esto es así, ¿qué puede haber más teológico que la Gran Comisión? Cada cristiano ha sido salvado para aprender a Jesús, y por tanto es inconcebible que haya cristianos que no están siendo equipados teológicamente.

En conclusión, ¿por qué debería ir al seminario? Porque la educación teológica es vital para la iglesia debido a que la iglesia ha de proclamar y promover la verdad, a que sus líderes han de enseñarla, y sus fieles han de aprenderla. Por consiguiente, ser instruido en teología no es una carrera para algunos, sino un llamado para todos. Sin educación teológica, tanto la congregación como sus respectivos líderes se volverán analfabetos espirituales. La teología es necesaria para preservar la pureza del evangelio, y garantizar la madurez espiritual de la generación actual de creyentes y la estabilidad teológica de la siguiente.

[1] William Arndt, Frederick W. Danker, Walter Bauer, y F. Wilbur Gingrich, «διδακτικός», en A Greek-English Lexicon of the New Testament and Other Early Christian Literature, 3a. ed. (Chicago: University of Chicago Press, 2000), 240.

[2] Filón de Alejandría cada vez que empleó esta palabra lo hizo para referirse a un individuo «apto para enseñar» virtud a otros, porque ese maestro la había aprendido primero (véase Filo, De congressu eruditionis gratia, §35; De mutatione nominum, §83, 88, 255; y De praemiis et poenis, De exsecrationibus, §27, en Peder Borgen, Kare Fuglseth, y Roald Skarsten, The Works of Philo: Greek Text with Morphology [Bellingham, WA: Logos Bible Software, 2005]).

[3] La defensa de Origen frente a Celso quien acusó a los cristianos de ser ignorantes y faltos de educación fue que Pablo exigió a los líderes de la iglesia que fuesen entrenados, y, por tanto, habían recibido educación teológica. Origen cita 1 Timoteo 3:3 y dice que «ser apto para enseñar» significa, «estar capacitado para convencer a los que se oponen» y «haber sido instruido» (véase Origen, Ωριγενουσ Κατα Κελσου, 3.48, en J. P. Migne, Patrologia Graeca: Greek Text, Patrologiae Cursus Completus [Paris: J. P. Migne, 1857], 11:984).

[4] A.T. Robertson, Word Pictures in the New Testament (Nashville: Broadman Press, 1930), 245.

[5] Oswald Smith en 40 Questions about the Great Commission, eds., Daniel L. Akin, Benjamin L. Merkle, y George G. Robinson, 40 Questions Series, ed., Benjamin L. Merkle (Grand Rapids, MI.: Kregel Academic, 2020), 108.

[6] Tan y Brooks, «Theological Education as Integral Component of World Mission Strategy», World Mission: Theology, Strategy, and Current Issue, eds., Scott N. Callaham and Will Brooks (Bellingham, WA.: Lexham Press, 2019), 179.

[7] Algunos de esos estudiantes fueron los fundadores de las iglesias en Colosas, Laodicea y Lica. Véase Simon J. Kistemaker, y William Hendriksen, Exposition of the Acts of the Apostles, New Testament Commentary, vol. 17 (Grand Rapids: Baker Book House, 1990), 684; y F.F. Bruce, The Acts of the Apostles. The Greek Text with Introduction and Commentary, 3rd., rev. (Grand Rapids, MI.: William B. Eerdmans, 1990), 409.

Rubén Videira

Autor Rubén Videira

Decano académico de Seminario Berea. Profesor de exégesis. Master en Divinidad y Teología.

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