¡Feliz año nuevo! Es una bendición detenerse a considerar la gracia de Dios cada momento, día a día, y año tras año. Dios es el mismo; confiable en cada estación de nuestras vidas (Is. 40:8). Qué maravilloso es el Eterno, habiéndonos prefijado el orden de los tiempos para que le busquemos (Hch. 17:26–27). Sin duda, Dios trae diferentes circunstancias con cada año, pero Su propósito permanece firme. Su Palabra nos enseña que es necesario aprender de Él a contar nuestros días, para que traigamos al corazón sabiduría (Sal. 90:12). Así que, doy gracias a Dios por el nuevo año que puedes comenzar a contar desde tu calendario. Ahora bien, ¿estás contando simplemente un año más… o también uno menos? La diferencia puede ser reveladora.

Mi hija Nora está aprendiendo a hacer sus pequeñas operaciones de matemáticas en el colegio. Todavía no comprende bien por qué su papá le enseña a restar, en lugar de sumar a tientas, cuando quiere encontrar el número que falta hasta cierto resultado; por ejemplo, si tiene 2 manzanas y quiere saber cuántas tiene que sumar para llegar hasta 10 manzanas… Nunca me gustaron las matemáticas, y tampoco soy fan de las manzanas, pero reconozco que una regla sencilla como comenzar la cuenta “desde arriba” –o digamos, restar desde el objetivo final– sirve de gran ayuda para diferentes problemas.

La vida cristiana demanda una regla similar: enfrentamos lo terrenal con la mirada en lo celestial. Nos enfocamos en el objetivo final de nuestra peregrinación, y contamos “desde arriba” el comienzo del nuevo año. En contraste a quienes sólo piensan en lo terrenal, Pablo dice a los filipenses: “Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo” (Fil. 3:20). Jesús dijo que nadie sabe el día y la hora de su regreso (Mt. 24:36–44), pero sí anunció que vendría en breve –de hecho, fue su último anuncio– (Ap. 22:20). Por tanto, no sólo sabemos que cada año nuevo puede ser “el año”, sino que las probabilidades sólo van en aumento.

Ahora bien, una cosa es “saber que Jesús dijo que vendría”, y otra distinta es esperar Su venida. No es lo mismo contar un año más –a ver qué nos encontramos– que contar un año menos, porque esperamos con gozo el cumplimiento de Su promesa. El primer advenimiento nos mostró el ejemplo de quienes lo esperaban realmente, conforme a las profecías del Antiguo Testamento. Observemos dos casos:

Por un lado, Simeón fue testigo de la presentación de Jesús en Jerusalén, y si bien no sabemos mucho de este hombre, Lucas lo describe como “justo y piadoso, (que) esperaba la consolación de Israel” (Lc. 2:25). Es decir, que su vida recta y devota al Señor era inseparable de su esperanza por la salvación del Mesías. De hecho, de manera extraordinaria, “le había sido revelado por el Espíritu Santo, que no vería la muerte antes que viese al Ungido del Señor” (Lc. 2:26), por lo que, tras conocer a Jesús en persona estaba preparado para decir: “Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz” (Lc. 2:29). ¡Su esperanza fue satisfecha! No había nada pendiente; vivió para este momento. ¿Es también tu paz encontrarte con Cristo? ¿Eres tú conocido por una vida ya bien preparada para ese día, o hay cuentas pendientes?

Por otro lado, Lucas también nos habla de la profetisa Ana, viuda de muy avanzada edad, conocida por no apartarse del templo, “sirviendo de noche y de día con ayunos y oraciones” (Lc. 2:36–37). La gente debía considerar que Ana formaba parte indivisible del propio atrio de las mujeres. Su esperanza por Cristo se vio reflejada en que, tras encontrarlo allí, “daba gracias a Dios, y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención en Jerusalén” (Lc. 2:38). ¡No dejó de anunciar a Cristo y servir a Dios pese a su edad y debilidad! Su perseverancia demostró su esperanza. Aquello en lo que perseveras demuestra en qué está tu esperanza también. ¿A qué están dedicadas tus fuerzas? ¿Qué es aquello de lo que no te cansas?

Cada nuevo año, los inconversos ponen sus esperanzas en “dejar atrás lo malo” del año anterior. Se convencen a sí mismos de que nuevos propósitos y empeños lograrán, por fin, darles la satisfacción que no encontraron durante los doce meses anteriores. Creo que, al inicio de año de manera particular, el diablo promueve toda clase de falsas esperanzas con tal de cegar al mundo a la realidad de que su final se aproxima. Por tu parte, eres llamado a velar y ser sobrio, comportándote como quien está por recibir al Rey venidero, para lo cual debes equiparte con la esperanza de la salvación como yelmo (1 Ts. 5:4–8). En medio de gran oposición, la iglesia en Tesalónica fue conocida por cómo se convirtieron de los ídolos a Dios, “para servir al Dios vivo y verdadero, y esperar de los cielos a su Hijo, al cual resucitó de los muertos, a Jesús, quien nos libra de la ira venidera.” (1 Ts. 1:9–10). Su esperanza se demostró en una adoración perseverante ante el mundo.

Estás ante 2023 y la cuestión es, ¿te comportas con la expectativa de que Cristo regrese este año? ¿Muestras la diferencia entre “saber que Jesús dijo que vendría” y esperarle realmente? Espero que puedas comenzar el año con una perspectiva celestial, y decir con esperanza: ¡un año menos!

Eduardo González

Autor Eduardo González

Es graduado del seminario Berea y sirve al Señor como pastor en una iglesia en Albacete (España).

Más artículos de Eduardo González