Cristo es superior.  Nada en toda la Creación le llega a la suela de Sus zapatos.  Él ha sido exaltado por encima del universo, y toda lengua, le guste o no, quiera o no, acabará reconociendo que Él es Señor. Cristo es el Rey y Legislador del Reino de los Cielos. Él es el Juez que regirá a las naciones con vara de hierro. Nadie podrá llevarle la contraria ni hacerle frente. Él es el vencedor y conquistador de la muerte. Él es el Cordero sin mancha que purificó nuestros pecados de una vez por todas, y ha limpiado nuestras conciencias. Él es el mediador de un nuevo y mejor pacto. Cristo es el Sumo Sacerdote perfecto para siempre que obtuvo nuestra redención eterna. Sin duda alguna que Jesús es único y excelso.

Creo que todos estaríamos de acuerdo con lo que acabo de decir. No obstante, hay una pregunta que necesitamos hacernos: ¿Por qué? ¿A qué se debe que Jesús sea superior a todo? La respuesta corta y fácil sería, porque Él es Dios. Y, aunque es verdad, la Escritura defiende Su superioridad no en base a Su divinidad, sino a Sus logros por medio de Su humanidad.

  1. Jesús es superior porque aprendió obediencia

“Cristo aprendió obediencia.” Esto es lo que afirma el autor de Hebreos en su capítulo 5, versículos 7 y 8.  Obviamente al leer algo así surge la pregunta… ¿qué significa que aprendió obediencia? Se supone que Jesús es Dios, y, por tanto, si es así, Él no necesita aprender a obedecer. Sin embargo, el versículo 7 no tiene en mente a Su divinidad, sino a Su humanidad. Fíjate como empieza, “Cristo, en los días de su carne.” Esta frase afirma que Cristo tuvo que aprender obediencia tras haberse encarnado y no antes cuando sólo era Dios.

¿Por qué tuvo que aprender a obedecer al hacerse hombre? Porque al encarnarse añadió a Su divinidad la naturaleza humana. Y esta naturaleza es débil, de ahí que el versículo 7 la llame “carne.” Es verdad que Jesús, no tenía una naturaleza pecaminosa como la nuestra, pero en Su carne de hombre experimentó debilidad. Tuvo hambre y sed, Su cuerpo envejeció, enfermó e incluso murió. El versículo 7 no se avergüenza de reconocer esa profunda flaqueza. Por eso describe a Jesús “ofreciendo oraciones y súplicas con gran clamor y lágrimas al que podía librarle de la muerte.” Este lenguaje comunica la imagen de un hombre quebrantado y sumido en absoluta agonía gritando a todo pulmón “¡ayúdame!” El autor de Hebreos está aludiendo a la escena del huerto de Getsemaní antes de la crucifixión. En ese momento, Cristo, en Su debilidad humana, fue tentado a no beber la copa del juicio de Dios reservada para los pecadores. Pero Él oró diciendo “que no sea mi voluntad sino la tuya.”  Sus ruegos fueron oídos, no para ser librado de la muerte, sino para ser capacitado a obedecer hasta la muerte a pesar de Su debilidad.

Eso no significa que en algún momento fuese desobediente. Él siempre obedeció, pero Dios Padre, lo puso a prueba desde Su infancia para que Su obediencia se hiciese cada vez más fuerte. La vida de Cristo fue un gimnasio espiritual. Cada día, durante 33 años, Dios exigió de Su Hijo una obediencia mayor y más difícil. De tal modo que, según iba creciendo, Cristo ejercitaba más y más Su músculo de la obediencia, aprendiendo a obedecer hasta el fin. Todo esto para capacitarlo a obedecer en la cruz del Calvario.

Él dijo “en tus manos entregó mi espíritu” y en las manos del Padre, Jesús de Su propia voluntad en obediencia a Dios, entregó el espíritu. Incluso la muerte para Él fue un acto de obediencia. Jesús tenía que obedecer a Dios y hacer que Su espíritu dejase Su cuerpo. La obediencia que el Padre exigió al Hijo al pedirle que entregase Su vida llegó a niveles que jamás podremos imaginar. Jesús estaba sumido en una profunda debilidad física y emocional. Y fue en ese preciso instante, cuando el Padre pidió al Hijo la mayor muestra de obediencia: morir de Su propia iniciativa. Por eso “aunque era Hijo, aprendió obediencia por lo que padeció.” Donde cada hombre fracasó Cristo venció. Por esta razón Él es superior a todos los demás. Jesús no desobedeció como Adán. Ni se emborrachó como Noé. Tampoco mintió como Abraham, ni estafó como Jacob. No se acostó con rameras como Judá. No se enfadó como Moisés. Ni se rebeló contra Dios como el pueblo de Israel. No asesinó como David, ni codició como Salomón. Él, como hombre, logró lo que ningún otro ser humano pudo hacer. Sólo Jesús de Nazaret, obedeció a Dios hasta el fin, sin fallo, ni fracaso alguno.

  1. Jesús es superior porque fue hecho perfecto

Si Jesús aprendió a obedecer en todo incluso hasta en la muerte, entregando Su propio espíritu, entonces Él nunca pecó. Jesús hizo lo que nadie más pudo lograr: obedecer perfecta y completamente a Su Padre celestial en absolutamente todo. Y, por tanto, llegó a ser perfecto. Si antes nos preguntábamos qué significaba que aprendió obediencia, ahora debemos preguntarnos ¿qué significa que fue hecho perfecto? Al fin y al cabo, Jesús no sólo fue hombre, también era Dios, y Dios no puede ser imperfecto, de lo contrario no sería Dios. Esto implica que si en algún instante de Su vida, Jesús fue imperfecto entonces en ese momento dejó de ser Dios. Obviamente, el autor de Hebreos no está diciendo tal cosa.

La palabra que se traduce por “perfecto” significa maduro. Es en este sentido que el texto dice que Jesús fue hecho perfecto. No en sentido de pasar de la imperfección a la perfección, sino de llegar a una madurez completa a la que no le falta de nada. En otras palabras, si Jesús obedeció colgado del madero y entregó Su espíritu, entonces, Su obediencia maduró hasta el fin. Fue una obediencia total, a la que no hacía falta añadirle nada más. Totalmente equipada y preparada para obedecer hasta la muerte. Por lo tanto, Jesús fue un cordero sin mancha, porque obedeció en todo, demostrando que sólo Él es la fuente de la salvación. Debido a que Cristo creció hasta lo sumo en obediencia llegó a ser el Salvador de los que le obedecen.

Tiene sentido que, si Jesús tuvo que obedecer, también nosotros tengamos que hacerlo. Eso no significa que la salvación sea por obras. Ni mucho menos, es un regalo de la gracia de Dios, para todos los que creen en Jesús para el perdón de Sus pecados. Pero lo que sí quiere decir, es que todos los que han recibo Su perdón se caracterizaran por lo mismo que Cristo: crecer en obediencia. Nuestra obediencia no será perfecta como la Suya, pero madurará. Cada día que pasa, cada semana, cada mes, cada año, seremos caracterizados por decir más veces “no” al pecado y “sí” a Cristo.

Él nos entiende perfectamente en nuestra debilidad porque también pasó por ella y tuvo que aprender a obedecer en medio de ella. Por eso es profundamente compasivo y tierno. Pero también es un Sumo Sacerdote perfecto, que no tiene que hacer sacrificio por Su pecado, por lo tanto, la sangre que ofrece, que no es otra que la Suya es limpia y sin mancha. Suficiente y eficaz para borrar nuestros pecados y alejarlos como el oriente del occidente. Su obra es superior, porque Él es superior. Ningún otro Sacerdote se sentó a la diestra de Dios, diciendo que no hay que ofrecer más sacrificios por los pecados. Sólo Cristo. Nadie más cómo Él. Realmente Jesús es superior.

¿Cómo debería impactarnos estar verdad?  Spurgeon nos da la aplicación:

“Tu motivación central y principal como cristiano debería ser vivir para Cristo. ¿Vivir buscando la gloria? Sí, pero la de Cristo. ¿Vivir buscando el consuelo? Sí, pero el de Cristo. ¿Vivir para el deleite? Sí, pero el de Cristo. ¿Vivir para la riqueza? Sí, pero la de la fe en Cristo… que lo único que hagas y desees hacer sea vivir para el Cristo supremo y glorioso.”[1]


[1] C. H. Spurgeon, “The Clean and the Unclean,” en The Metropolitan Tabernacle Pulpit Sermons, 9 (Londres: Passmore & Alabaster, 1863), 148.

Rubén Videira

Autor Rubén Videira

Decano académico de Seminario Berea. Profesor de exégesis. Master en Divinidad y Teología.

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