Tener un matrimonio feliz es la meta de cada pareja que se anima a dar el gran paso. Así los enamorados, antes de su ceremonia nupcial, se imaginan cómo será su matrimonio. Según la sabiduría popular, un matrimonio ideal ha de tener como ingredientes ineludibles la confianza, la lealtad, la comunicación, el afecto, la flexibilidad y las metas comunes, entre otros. Ahora, la realidad es esta: nadie va a tener el matrimonio perfecto que ha soñado, y si la meta de su matrimonio es la felicidad, inevitablemente va a fracasar.

Entonces, ¿existe el matrimonio ideal? Sí, pero no en el sentido de inmejorable, porque no hay ningún matrimonio perfecto, ya que está compuesto de dos pecadores. Existe el matrimonio ideal según Dios lo ha ideado. Nuestros matrimonios nunca serán perfectos, pero sí pueden asemejarse a la idea de Dios para los mismos. La idea que Dios tiene sobre el matrimonio sólo es posible plasmarla y disfrutarla por aquellos creyentes cuyas vidas se caracterizan por estar bajo el control y la influencia del Espíritu, según la Palabra de Dios habita abundantemente en sus corazones (Efesios 5:18; Colosenses 3:16). Ese es el contexto en el que Efesios desarrolla el tema del matrimonio. Y de manera específica, en su capítulo 5:31-33, es donde sintetiza los pilares fundamentales de un matrimonio ideal según Dios.

1.Vive unido

Efesios 5:31 afirma: “Por esto el hombre dejará a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne.” La unidad es el plan de Dios para el matrimonio. Este pasaje es una cita de Génesis 2:24, que describe la unión matrimonial entre un hombre y una mujer, ambos tal y como Dios les ha creado desde su concepción y nacimiento. Ahora, Génesis 2:24 no sólo establece la unión matrimonial, sino su unidad. Esto es precisamente lo que está enfatizando Efesios 5:31.

Un matrimonio que vive unido, primero deja atrás su anterior relación familiar. Dejar al padre y a la madre significa que ellos ya no son la relación principal en la vida de los cónyuges, ni su prioridad; ya no van a estar bajo su mismo techo, cobijo, protección, autoridad, ni provisión. Todo esto se va a desarrollar en una nueva unidad familiar que ahora forman los esposos.

Un matrimonio que vive unido, además de dejar atrás las unidades familiares previas, también da lugar a una nueva unidad que cultiva y preserva. Unirse conlleva la idea de encolar o cementar, unir dos partes. Esta unión no es endeble, sino tremendamente fuerte. Esta unidad hace referencia a la unión física, lo cual ejemplifica que llegan a ser una sola carne. Ser una sola carne se refiere a que, aunque siguen siendo dos personas distintas y responsables ante Dios, ahora hay una nueva entidad compuesta por ambos delante de Dios. Lo que le pase a uno le afectará al otro, el bienestar de uno será el bienestar del otro, y los problemas del uno ahora serán también los del otro. En otras palabras, ambos juegan para el mismo equipo y no sólo eso, sino que son parte integrante de ese equipo.

Sin embargo, muchos matrimonios se separan o, como un mal menor, conviven mal avenidos. España está en el top ten mundial de divorcios, superando incluso en proporción, a los Estados Unidos. Ante este panorama, ¿cómo vivir en unidad matrimonial? No se trata sólo de convivir bajo el mismo techo, sino que va mucho más allá. La unidad de la que Dios habla y que ha diseñado como el ideal perfecto para el matrimonio deja a un lado el individualismo y la independencia, mientras que busca dar preferencia al cónyuge como primera opción por encima de los padres, los hijos, los amigos, los hobbies, o cualquier otra cosa.

2. Refleja a Cristo

Efesios 5:32 dice: “Grande es este misterio, pero hablo con referencia a Cristo y la iglesia.” El matrimonio está ideado para ser un modelo de la relación de Cristo con su iglesia.

Es un gran misterio. La palabra misterio no es la primera vez que aparece en Efesios (cp. 1:9; 3:3, 4, 9 y, posteriormente en el 6:19). Tal como se utiliza en la epístola, significa algo que ha estado oculto por Dios y que los seres humanos no podrían descubrir por su propia cuenta. Tenía que ser revelado por Dios para que lo descubriésemos y entendiésemos. En el capítulo 3, alude a este misterio como el plan divino de incluir a los gentiles como partícipes de la promesa hecha a los judíos y ahora miembros del mismo cuerpo en Cristo, sin distinción alguna (Efesios 2:11-22). Sin embargo, el gran misterio del capítulo 5 está en otro contexto. No se refiere a la unión entre gentiles y judíos, sino a la unión entre Cristo y la iglesia como referencia para la matrimonial. Es por eso que dice, “hablo en referencia a Cristo y la iglesia”. La iglesia y Cristo son distintos, pero están unidos. La iglesia es una entidad autónoma, pero al mismo tiempo conectada en tal dependencia y unión con Cristo que ambos llegan a ser uno. Este es un gran misterio ahora revelado.

Una vez revelado el misterio, esta unión de Cristo y su iglesia es la base de la unión matrimonial cristiana. Al igual que la esposa ha de someterse al marido como se somete a Cristo, así el marido ha de amar a su esposa como Cristo amó a la iglesia. Así es como el matrimonio ha de vivir unido, como Cristo y su iglesia están unidos. Pero aún más allá, el matrimonio ha de ser un ejemplo o modelo de la unión de Cristo y su iglesia. Esta es la manera de reflejar a Cristo. Cuando Dios creó el matrimonio no lo hizo simplemente como un fin en sí mismo. No es que meramente tuvo una buena idea, aunque obviamente lo fue como designio suyo. Dios creó el matrimonio no sólo para su propia gloria y el bien del hombre, sino para que llegase a ser una ilustración de la relación que estaba por venir entre Cristo y su iglesia, incluso antes de ser revelada. De esta manera, el matrimonio cristiano ilustra y ejemplifica el gran misterio de la relación de Cristo y su iglesia.

Tu matrimonio refleja a Cristo, y más concretamente la relación que Cristo tiene con su iglesia. Puede ser que lo refleje mejor o peor, más o menos, pero refleja a Cristo y con este propósito fue diseñado por Dios. En cierta medida, nuestros matrimonios son como la luna. La superficie lunar es muy oscura, prácticamente como el carbón. Sin embargo, la luna es el objeto más brillante que observamos cada noche en el cielo. Siendo que la luna no tiene luz propia y su superficie es tan oscura, ¿cómo desprende tal luminosidad? Porque refleja la luz solar. Así como la luna refleja al sol, nuestros matrimonios han de reflejar a Cristo. No hay nada en nosotros que tenga luz propia, pero como nuevas criaturas en Cristo somos llamados a reflejar a Cristo, y esto incluye nuestros matrimonios.

Para reflejar a Cristo, primero hemos de conocerle como nuestro Señor y Salvador. En segundo lugar, profundizar en su conocimiento por medio de las Escrituras. Y así, según Cristo brille más en nuestra vida por el poder de su Espíritu, le reflejaremos igualmente en nuestros matrimonios para su gloria. Cuanto más reflejen nuestros matrimonios a Cristo, mayor gloria le traerán y mayor herramienta evangelística serán. ¡Que nuestros matrimonios no sean lunas menguantes, sino claros de luna que reflejan la gloria de Cristo para su honra!

3. Cumple sus roles

Efesios 5:33 concluye: “En todo caso, cada uno de vosotros ame también a su mujer como a sí mismo, y que la mujer respete a su marido”. Este versículo 33, resume el rol de cada cónyuge en la relación matrimonial que se desarrolla en Efesios 5:22-30.

Así el rol del marido piadoso se resume con una palabra: amor. Cada marido, sin excepción, ha de amar a su esposa. El amor es lo que define su rol asignado por Dios. Sí, el marido es la cabeza en el matrimonio, es decir, tiene una autoridad delegada por Dios. Pero es innegociable que su liderazgo lo ejerza en amor. No podemos enfatizar suficientemente esta realidad. Se trata de un amor incondicional, sacrificado, continuo, creciente y abnegado. Maridos, ¡ya tenemos más amor propio del que necesitamos! Sin embargo, necesitamos seguir creciendo en la manera en que amamos a nuestras esposas. El estándar de Dios para nosotros es que las amemos con la misma entrega y ocupación con la que ya nos amamos a nosotros mismos (Efesios 5:25-30). El amor hacia nuestras esposas al que Dios nos llama antepone sus deseos y preferencias a las propias. Busca cuidar, proteger y proveer para sus necesidades. Nos lleva a atesorar su vida como un precioso regalo que Dios nos ha concedido. Después de todo, somos uno. Y cuando les amamos así y ellas están bien, nosotros estaremos bien.

De la misma manera, el rol de la esposa espiritual se resume con otra palabra: respeto. El papel de la mujer en el matrimonio ya había sido establecido previamente en Efesios 5.22-24. Este rol es de sumisión, es decir, colocarse voluntariamente bajo la autoridad que Dios ha atribuido al marido. Este liderazgo no es ganado, ni merecido, sino que es delegado por Dios. Así, la esposa piadosa se pone voluntariamente bajo ese liderazgo en su matrimonio, siguiendo el ejemplo de la iglesia con respecto a Cristo.

Este rol de sumisión no es posicional, sino funcional. Es decir, el marido no es mejor que la esposa, ni mucho menos el hombre es superior a la mujer. Ambos han sido creados a la imagen de Dios (Génesis 1:27), y salvados por la gracia de Dios por medio de Cristo (Gálatas 3:28; 1 Pedro 3:7). Pero Dios ha establecido un orden para el matrimonio, al igual que lo ha hecho para la sociedad, la iglesia o la familia. La palabra respete en este pasaje tiene un fuerte énfasis, ya que se refiere a un respeto reverente. Sería la idea de “adorar a su marido”, no de la manera que se adora a Dios, pero sí en el uso coloquial de tal expresión. La esposa ha de respetar a su marido y, de manera concreta, como cabeza de familia. Pero ¡ojo! Ni la sumisión de la mujer depende del amor del marido, ni el amor del marido depende de la sumisión de la mujer; así tampoco el respeto de la mujer depende del amor del marido, ni el amor del marido ha de depender del respeto de la mujer. De ninguna manera el respeto de la esposa se debe al carisma, merecimiento, ni mucho menos atractivo o encanto del esposo, sino que depende de su amor a Cristo y su adoración a Él. Sólo Cristo es merecedor de nuestra obediencia gozosa a Él en todos los ámbitos de nuestra vida.

El matrimonio ideal según Dios no existe para el placer o la felicidad propia, sino para seguir el plan divino que va a redundar en su gloria y nuestro propio bien. De esta manera, y con esta motivación adecuada, los cónyuges han de asumir sus roles para la gloria de Dios, confiando en su plan perfecto. Y al hacerlo, encontrarán satisfacción y contentamiento verdadero y duradero.

El rol y posición de cada miembro de un equipo o grupo, en cualquier ámbito de la vida, es muy importante para el buen devenir del mismo. El matrimonio no es menos. Cuando el portero quiere jugar de delantero, y el delantero de portero, entonces ese desorden llevará inevitablemente al caos y al fracaso.

Hermanos, Dios sabe mejor que nosotros cuál ha de ser nuestra posición y función en cada momento de la vida, también en el matrimonio. Los maridos puede que piensen que el amor no es para los hombres, que eso es cosa de mujeres, incluso que Dios les está haciendo jugar fuera de posición. Las esposas pueden concluir que su parte no es respetar a su marido ni su liderazgo, o hacerlo a regañadientes y con fastidio, en lugar de confiar en el Señor y facilitar que su marido ocupe su lugar. ¡Pero Dios nunca se equivoca! ¡La Biblia nos enseña su perfecto plan! Aún la manera en la que nos ha creado ratifica cuáles son nuestras necesidades reales: las esposas anhelan que sus maridos las amen, y los maridos desean que sus esposas los respeten. Y estos deseos y anhelos son buenos cuando están encauzados y son guiados por la Palabra de Dios, porque este es el diseño y plan divino para un matrimonio ideal.

No hay matrimonio perfecto, ni lo habrá. Y la meta final del matrimonio no es simplemente la felicidad conyugal. Nuestro anhelo como matrimonios cristianos es crecer en lo que Dios establece como un matrimonio ideal para su gloria: que vive unido, que refleja a Cristo y que cumple sus roles. Según crezcamos en nuestro amor por Dios y en la confianza en su Palabra, y según ésta habite abundantemente en nuestros corazones, el Espíritu controlará nuestras vidas y esto se verá reflejado en nosotros, incluidos nuestros matrimonios. Sólo de esta manera, el matrimonio reflejará a Cristo al vivir en unidad y al cumplir los roles que Él ha establecido.

¡Qué nuestro anhelo sea ver brillar a Cristo en nuestros matrimonios! Y que nuestra meta no sea la felicidad pasajera, sino reflejar a Cristo para su gloria, y así encontrar verdadera satisfacción en la unión matrimonial que Dios nos ha regalado para deleitarnos aún más en Él.