“Puritanos”… hoy es una palabra que se utiliza para ridiculizar y menospreciar a personas que tratan de mantener cierta moralidad… pero hubo una época en la historia que este término se utilizó para definir el carácter de los pastores de las iglesias bíblicas. Hombres que entendieron mejor que nadie lo que Dios requiere de aquellos a los que Él ha llamado para pastorear Su rebaño.

Uno de estos hombres afirmó que, “No son los grandes talentos lo que Dios bendice tanto como la gran semejanza a Cristo. Un ministro santo es un arma imponente en las manos de Dios.” Este hombre se llamaba Robert Murray M’Cheyne, y su ministerio, aunque breve, estuvo caracterizado por esta convicción, “La mayor necesidad de mi congregación es mi santidad.”

Esa es la gran carencia de nuestros días. Ese es el problema número uno de nuestra época en el liderazgo de las iglesias; y ésta era la gran preocupación del apóstol Pablo cuando escribió a su joven colaborador Timoteo, cuando éste estaba pastoreando la iglesia en Éfeso. Unos siete años antes, Pablo ya había advertido a los ancianos de aquella iglesia acerca del peligro que les acecharía si no se mantenían firmes en la palabra de Dios (Hechos 20:29-32). Algunos se levantarían de entre los propios ancianos “hablando cosas perversas para arrastrar a los discípulos tras ellos”.

Ahora, unos años después, Timoteo estaba lidiando con esta realidad. Hombres perversos en su enseñanza, porque eran perversos también en su conducta. Es ante este grave hecho que Pablo le escribe a Timoteo cuáles son los claros requisitos de Dios para los pastores de las iglesias (1ª Timoteo 3:1-7). Y lo más llamativo de estos requisitos es que todos están determinados por una virtud: “debe ser… irreprensible”. No significa que debe ser un hombre perfecto. Pablo mismo sabía que eso no era posible “a este lado de la eternidad”. Lo que significa es que, en todos estos requisitos mencionados, el pastor no podía ser señalado como uno que no es ejemplo de estas cosas.

Analizar cuidadosamente cada uno de estos requisitos es una necesidad fundamental para todo pastor, pero no es el propósito de este artículo (un libro sería más apropiado que un artículo). Mi propósito es que recordemos una vez más cuál es la esencia de estos requisitos, porque ahí reside la clave para ser un pastor como Dios manda. Pablo estaba motivado por la gloria de Dios y por Su estándar de santidad, porque un ministro santo es el instrumento eficaz de Dios para pastorear la iglesia.

Y la esencia de los requisitos comienza con un entendimiento solemne del llamado de Dios. Pablo habla del deseo que un hombre tiene por una obra “buena”. El liderazgo de la iglesia es parte del plan de Dios para Su iglesia. Y es una tarea honorable. Es una tarea noble, que consiste en guiar al pueblo de Dios según la palabra de Dios. La responsabilidad de la que Pablo habla se nos describe en el Nuevo Testamento con 3 términos diferentes, pero apuntan a una misma tarea: está el obispo, que señala la labor de supervisar, de observar con atención, de estar atento a las necesidades espirituales de cada miembro de la iglesia local específica en la que Dios le pone (1ª Timoteo 4:16).

Está también el anciano, que apunta a la madurez de aquel que Dios ha puesto como un ejemplo de los creyentes (1ª Timoteo 4:12), para que éstos puedan tener una referencia clara de cómo vive una persona de gran semejanza a Cristo. Y está el término “pastor”, que indica la labor fundamental de alimentar y proteger al rebaño, por medio de la enseñanza precisa de la palabra de Dios (1ª Timoteo 4:6; 2ª Timoteo 4:1-2).

Si un hombre no entiende el cargo, no importa los muchos talentos que humanamente pueda tener. No importa si es un hombre de éxito empresarial, o si es un hombre de carisma popular. Lo único que importa es si ha entendido la noble tarea a la que Dios llama. Y si no lo entiende, entonces Dios no lo ha llamado. Pero si lo hace, entonces su deseo estará marcado por la búsqueda de la santidad. 

Porque la esencia de los requisitos continua con un reconocimiento solemne de la santidad de Dios. De todas las cualidades que el texto presenta, de todos estos requisitos, solo uno tiene que ver con la capacidad del pastor, “apto para enseñar”, y Pablo aquí se está refiriendo a una capacidad espiritual, al don de enseñanza que el Espíritu Santo reparte como Él quiere y a quien Él quiere. Los demás requisitos tienen que ver con el carácter del pastor. Es evidente que la prioridad de Dios es la conducta que refleja un carácter transformado por Su poder y Su gracia. La gloria de Dios se ve en hombres que son irreprensibles, hombres que despliegan el carácter de Dios con sus vidas. El mejor respaldo para la enseñanza de la palabra de Dios es una vida que manifiesta el poder de la Palabra de Dios. Así lo expresó otro de aquellos puritanos, Thomas Brooks, cuando dijo que, “Las vidas de los ministros convencen con mayor fuerza que sus palabras; sus lenguas pueden persuadir, pero sus vidas dan órdenes.”

Por eso, la esencia de los requisitos culmina con una confianza solemne en la Palabra de Dios. Cada vez que rebajamos el estándar de Dios estamos pregonando que no confiamos en Él. Cada vez que ignoramos alguno de los requisitos de Dios estamos proclamando que no creemos en Sus criterios. Cada vez que añadimos algún otro criterio no bíblico estamos insinuando que nuestra sabiduría está a la altura de la sabiduría de Dios.

¿Quiénes somos nosotros para modificar o manipular los requisitos de Dios? Deberíamos pensar y actuar como el apóstol Pablo, cuando aún a pesar de haber sido perseguido y maltratado en Filipos, llegó a Tesalónica dispuesto a seguir predicando el mismo Evangelio, dispuesto a exhortar con la palabra inerrante de Dios, porque “así hablamos, no como agradando a los hombres, sino a Dios, que examina nuestros corazones…” (1ª Tesalonicenses 2:1-6).

Jonatán Recamán

Autor Jonatán Recamán

Pastor en la Iglesia Evangélica de Pontevedra (España) y profesor del seminario Berea (León, España).

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