John Milton Gregory nació en 1822, en la ciudad de Sand Lake (Nueva York, USA). Fue el presidente de la Universidad Industrial de Illinois, hoy Universidad de Illinois en Urbana-Champaign, desde su fundación en 1867 hasta su renuncia en 1880. Fue después de su renuncia, en 1886, cuando Gregory escribe un libro de 128 páginas titulado: “Las siete leyes de la enseñanza”[1]. La primera ley que enumera Gregory es la ley del maestro: «El buen carácter y las cualidades morales elevadas son deseables en el maestro; si no por su trabajo, al menos para evitar el daño del mal ejemplo. Pero si uno por uno, fuéramos descartando de nuestro catálogo de cualidades deseables, aquellas que no son indispensables, nos encontraríamos obligados a retener al final, como necesaria para toda enseñanza, el conocimiento de la materia que se ha de enseñar». En otras palabras, no puedes enseñar lo que no conoces a fondo.

Lo mismo sucede con la Biblia: resulta vital estudiar y vivir la Palabra de Dios antes de enseñarla a otros. Y, para alcanzar el objetivo, nada mejor que entender el llamado urgente de estudiar la Palabra, vivir una vida espiritual piadosa y enseñar a otros. Jesús es el modelo perfecto, tal y como observamos en su vida y ministerio a través de los evangelios. Pablo captó la idea de Jesús, la implementó en su vida y se encargó de que sus colaboradores siguieran el ejemplo de Jesús:

“Tú, pues, hijo mío, fortalécete en la gracia que hay en Cristo Jesús. Y lo que has oído de mí en la presencia de muchos testigos, eso encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros” (2 Timoteo 2:1)

  1. Estudia la Palabra: fortalécete

Estudia la Palabra, sin excusas. No puedes enseñar lo que no conoces. Pablo insta a Timoteo a encontrar su motivación en la “gracia” de Cristo (v. 1). Y Pablo da un paso más al exhortar a Timoteo a “fortalecerse” espiritualmente de manera continua en la gracia en Cristo Jesús. La gracia es el medio para estar anclado y firme en el cumplimiento de lo que Dios requiere en su Palabra (1:13-14). Timoteo tiene la responsabilidad de retener (v. 13) y guardar (v. 14) el contenido verdadero del mensaje del evangelio. Y el primer énfasis de Pablo está “guardar” o “preservar”, como un buen depósito. El evangelio es el mensaje de la Palabra. Debes estudiar y conocer el mensaje del evangelio tal y como Dios lo dejó descrito y escrito en la Biblia. Pablo añade un segundo imperativo: guarda (v. 14). Esta protección no debe hacerse con las fuerzas personales y humanas de Timoteo, sino con la ayuda del Espíritu Santo que mora en Él. Retén la norma de las sanas palabras, con fe y amor en Cristo (v. 13), y guarda el depósito mediante el Espíritu Santo (v. 14). Timoteo, esta es la necesidad de transmitir fielmente el evangelio. Este es tu llamado: fortalécete, retén y guarda. Estudia la Palabra. Pero hay más.

  1. Vive una vida espiritual piadosa

En los almanaques de la Historia Cristiana el 4 de octubre de 1911 se recuerda como el día que Benjamin B. Warfield (1851-1921) pronunció una conferencia dirigida a los estudiantes del Seminario Teológico de Princeton, titulada:  “La vida religiosa de los estudiantes de teología”[2]. Warfield dijo: “Un ministro debe ser a la vez erudito y espiritual. No se trata de elegir entre los dos. Debe estudiar, pero debe estudiar en la presencia de Dios y no con un espíritu secular. Debe reconocer el privilegio de realizar sus estudios en un ambiente donde Dios y la salvación del pecado son el aire que respira”.

Estudia la Palabra, sé un conocedor, un “erudito”, pero deja que la Palabra afecte a tu vida espiritual: se espiritual. La fidelidad al mensaje del evangelio consiste negativamente en no perder, no descuidar, no ignorar o falsificar el evangelio, la Palabra. “Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que maneja con precisión la palabra de verdad” (2 Timoteo 2:15).

Un obrero aprobado por Dios no se avergüenza, porque “corta” “con precisión”, es decir, de acuerdo con la propia intención de la Palara, sin comprometerla y, además, comunica fiel y adecuadamente su significado. Estudia la Palabra y vive la Palabra; sé un erudito (estudioso) y sé un hombre espiritual. Lutero comprendió esta realidad, como vemos en su prefacio al Comentario del Salmo 119: “El descuido de las Escrituras, incluso por parte de líderes espirituales, es uno de los mayores males del mundo. Todo lo demás, artes o literatura, se persigue y practica día y noche, y el trabajo y el esfuerzo no tienen fin; pero se descuida la Sagrada Escritura como si no fuera necesaria… Pero sus palabras no son, como algunos piensan, mera literatura; son palabras de vida, destinadas no a la especulación y la fantasía sino a la vida y la acción… Que Cristo nuestro Señor nos ayude por Su Espíritu a amar y honrar Su santa Palabra con todo nuestro corazón. Amén”[3]. Que la Palabra afecte tu vida espiritual, y, entonces:

  1. Enseña la Palabra

De la Palabra a Pablo, de Pablo a Timoteo y de Timoteo a “hombres fieles”. Y ahora de hombres fieles “a otros”. Timoteo, dedícate a enseñar lo que ha oído de Pablo a hombres fieles, marcados por su capacidad de enseñar a otros. Pero Pablo no busca una cualidad innata en el enseñador futuro, sino que cumplan con el valor absoluto y la importancia crucial de pasar a la siguiente generación, lo mismo que Pablo recibió de Jesús; lo mismo que Timoteo recibió de Pablo; lo mismo que estos hombres fieles recibieron de Timoteo, y lo mismo que estos hombres fieles deben pasar a otros. Nada más y nada menos que la Palabra, el evangelio de Cristo. Martín Lutero comprendió esta realidad: “¿Por qué nosotros, los ancianos, estamos todavía en el mundo, si no es para educar e instruir a los jóvenes? Es imposible que los jóvenes se guíen y se enseñen a sí mismos y, en consecuencia, Dios nos ha confiado a nosotros, que somos viejos y experimentados, el conocimiento que es necesario para ellos, y nos exigirá una cuenta estricta de lo que hemos hecho. con eso”.

Estudia la Palabra, vive una vida espiritual piadosa y, entonces, enseña la Palabra. Estas son las razones para aprender a interpretar la Biblia antes de enseñar a otros. O parafraseando a Gregory: No puedes enseñar lo que no conoces a fondo.

 


[1] John Milton Gregory. The seven laws of teaching (Boston, Congregational Sunday-school and publishing society), 1886.

[2] https://kirkmillerblog.com/2015/08/13/the-religious-life-of-theological-students-by-benjamin-b-warfield/

[3] Luther’s Works, eds. Jaroslav Pelikan y Helmut Lehmann, eds. Luther’s Works. (Edición americana) Minneapolis: Fortress, 1960, Vol. 14, 46.

Daniel Corral

Autor Daniel Corral

Sirve al Señor en una iglesia en Pontevedra y es profesor en el Seminario Berea (León, España).

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