¿Por qué oramos por la salvación de los incrédulos? La respuesta a esta pregunta es variada. Oramos por ellos porque es un mandato bíblico (1 Timoteo 2:1-2), por compasión, o sencillamente porque es lo que siempre se ha hecho. Sin embargo, por muy legítimas que puedan ser estas razones, existe una que predomina sobre todas, y es que oramos por su salvación porque sólo Dios puede salvarles.

Jesús afirmó esto mismo en Lucas 18:27 cuando dijo que “lo imposible para los hombres, es posible para Dios”. Antes de continuar necesitamos aclarar qué significa “lo imposible”. Aquí Cristo está hablando de la salvación, y no de cualquier otro tipo de reto difícil para el hombre. Este versículo comienza con las palabras “y Él respondió”. Es decir, la declaración de Lucas 18:27 surge a raíz de una pregunta que le hicieron con anterioridad, en el versículo 26: “los que oyeron esto, dijeron: ‘¿Y quién podrá salvarse?’”. Ahora bien, ¿qué fue lo que estos oyeron que los llevó a plantearse este interrogante? Básicamente las palabras de los versículos 24 y 25: “Mirándolo Jesús, dijo: ‘¡Qué difícil es que entren en el reino de Dios los que tienen riquezas! Porque es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que el que un rico entre en el reino de Dios’”.

Jesús está usando una hipérbole para pintar un cuadro exagerado y con tintes cómicos en la mente de Sus oyentes. Cuando la audiencia lo escuchó, rápidamente se dio cuenta de que es imposible hacer pasar a un camello por el ojal de una aguja de coser.[1] Dicho esto, Jesús lleva a los oyentes a concluir que, si están de acuerdo en que tal cosa es imposible, entonces también deberían aceptar que es aun más imposible que un rico entre en el Reino de los Cielos. Estas palabras no significan que los ricos vayan al infierno automáticamente por ser ricos, sino que Jesús se aprovecha de lo que acababa de suceder con un rico para ilustrar una verdad espiritual.

Justo antes (Lucas 18:18-23), un hombre prominente, que era joven y rico, vino a Jesús para preguntarle qué tenía que hacer para heredar la vida eterna. Jesús le responde citándole los cinco últimos mandamientos (Lucas 18:20, y Éxodo 20:12-16). Estos mandamientos son los que se resumen en la famosa afirmación “amarás al prójimo como a ti mismo” (Lucas 10:27). A lo que el rico respondió: “todo esto ya lo he hecho desde pequeño”. Así que Jesús para demostrarle que estaba equivocado, y que realmente no amaba al prójimo como él pensaba, le reta a que reparta todas sus riquezas con los pobres y le siga. El joven rico se puso muy triste al oír estas palabras y se fue. Si realmente amase al prójimo como a sí mismo, tal y como él suponía que hacía, no habría tenido ningún problema en repartir sus bienes, porque lo que él deseaba para sí, también lo desearía para los demás. Una vez que es evidente para este hombre que no cumplía la Ley como creía, Jesús afirma las palabras de los versículos 24 y 25, “es muy difícil para un rico entrar en el Reino de los Cielos”. A lo que los que habían oído esto responden en el versículo 26, “entonces ¿quién podrá salvarse?” Y Jesús les dice en el 27: “tenéis razón, nadie podrá salvarse, porque es imposible para vosotros”.

Esta conversación, aunque se encuentra en el Nuevo Testamento tiene lugar bajo el Antiguo Pacto. En el Pacto mosaico Dios prometió a Su pueblo que si le obedecían Él los bendeciría con riquezas, honor, y prominencia (Levítico 26:1-13; Deuteronomio 28:1-14). Y si le desobedecían, Él los maldeciría, les dejaría pobres y hambrientos y los echaría de la tierra prometida (Levítico 26:14-39; Deuteronomio 28:15-68). Por esta razón, para la mente judía era prácticamente imposible separar las riquezas de la bendición de Dios. Si eras rico y recibías honra era porque Dios te había bendecido. El hombre que vino a Jesús a preguntarle qué necesitaba hacer para heredar la vida eterna, tenía una posición de liderazgo entre los judíos, a pesar de su juventud y, además, poseía muchos bienes. Supuestamente, había recibido la bendición divina. Por eso la audiencia se quedó boquiabierta cuando Jesús dijo que es más fácil estrujar a un camello por el ojal de una aguja de coser que, que un rico se salve.

Si para las personas benditas por Dios es imposible salvarse ¿qué pasará con el resto de los mortales?¿quién podrá lograr su salvación? (Lucas 18:26). La respuesta de Jesús es fascinante porque les da la razón al confirmar que tal cosa es imposible para ellos. Pero ¡gloria a Dios que no se detuvo ahí!, sino que continuó y afirmó que “lo imposible para los hombres, es posible para Dios”. Si parafraseásemos Sus palabras Jesús afirmó: “Así es, nadie puede salvarse, ni aun aquellos que creéis que Dios ha bendecido, pero para Él lo imposible es posible.” Única y exclusivamente sólo Dios obra el milagro de la salvación. Es por esta razón que, si realmente deseamos ver a los incrédulos rendidos ante la cruz de Cristo, les predicaremos el evangelio bíblico y nada más. Pero, no sólo proclamaremos la muerte y resurrección de Jesucristo, sino que también acudiremos a Aquel capaz de hacer lo imposible. Si sólo Dios puede salvar, lo lógico es que vengamos ante Él y le supliquemos: “¡salva al pecador!” Cuando tu hijo le ha dado la espalda a la verdad en la que fue criado, o tu cónyuge te prohíbe hablar de Dios, cuando parece imposible que estas personas a las que tanto amamos sean salvas ¿qué hacemos? Oramos: “Padre, obra lo imposible para mí y sálvalos”.

¿Por qué oramos por los perdidos? Porque sólo Dios puede salvarles. Al orar específicamente sobre este tema reconocemos nuestra impotencia, y encomendamos sus almas incrédulas a la omnipotencia divina. Tal y como dijo el teólogo inglés de principios del siglo XX, James Sidlow Baxter: “Los incrédulos podrán rechazar nuestras súplicas, despreciar nuestro mensaje, oponerse a nuestros argumentos… pero se encuentran indefensos frente a nuestras oraciones”.[2] Por tanto, lo mejor que podemos hacer después de haberles predicado el evangelio, es orar para que Dios los traiga de muerte a vida, y les dé la fe y el arrepentimiento necesarios para su salvación. Una obra imposible para nosotros, pero posible para Dios, quien se deleita en salvar al pecador.

 


[1] Jesús no está hablando de una puerta pequeña por la que tenían que pasar los camellos agachados. 1) arqueológicamente no hay evidencias de que existiese ese tipo de apertura en las murallas de las ciudades. 2) Textualmente, Jesús está exagerando algo surrealista y cómico, no describiendo un evento posible; y 3) teológicamente, si se entiende que se trata de una puerta de tamaño reducido se podría concluir que Jesús estaría afirmando que los que se esfuerzan por entrar logran hacerlo, y, por ende, uno puede ganarse su salvación.

[2] James Sidlow Baxter citado por Vernon K. McLellan, Thoughts that Shaped the Church, 20th Century Reference (Wheaton, ILL.: Tyndale House Publishers, 2000), 188.

Rubén Videira

Autor Rubén Videira

Decano académico de Seminario Berea. Profesor de exégesis. Master en Divinidad y Teología.

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