Una Adoración basada en la Palabra de Dios

Si hay algo en lo que posiblemente todas las iglesias cristianas están de acuerdo es que la meta central de todo creyente es dar gloria a Dios. No creo que ningún verdadero creyente piense que hay una meta mayor en nuestra vida. Pero en lo que tristemente diferimos es en nuestra comprensión y convicción de qué es lo que da gloria a Dios. La adoración en la iglesia evangélica hoy tiene que ver más con una experiencia específica que con un compromiso continuo. Muchos buscan adorar a Dios por medio de experiencias centradas en el ser humano más que por la obediencia a los principios bíblicos, y la búsqueda genuina de la gloria de Dios.

Esa es la “paradoja” de nuestros días: hemos tomado la adoración, aquello que sólo le pertenece a Dios, y lo hemos centrado en el ser humano. De manera que, la prioridad principal del creyente (adorar a Dios exclusivamente de acuerdo a Su Palabra) se convierte en la preferencia del creyente, esto es, adorar a Dios según métodos y experiencias humanas.

El problema está en el auge de lo que podríamos describir como Adoración Pragmática: adorar a Dios según actividades y principios que funcionan, es decir, que aparentemente producen el resultado de adorar a Dios. Por ejemplo, cuando los creyentes buscan adorar a Dios para apaciguar a Dios, para que “esté contento con nosotros”. Esta adoración es pragmática porque busca el bien del adorador antes que la gloria del Creador. Adoración pragmática es, también, cuando los creyentes buscan adorar a Dios para obtener algo a cambio de parte de Dios. El objetivo en este caso es una “manipulación” disfrazada de piedad. Es como decirle a Dios, “Señor bendíceme, porque yo te estoy alabando”. Es un concepto arraigado en muchos creyentes, que piensan que cuando las alabanzas “suben”, entonces el resultado es que las bendiciones “bajan”. En otros casos se trata de una búsqueda de una experiencia emocional. Es hacer aquello que “nos llena”. Una sensación conmovedora. Una actividad inspiradora. Es adorar a Dios buscando sentirnos bien. En todos los anteriores, el objetivo final no es que Dios sea exaltado o que Sus atributos sean elevados por encima de cualquier persona y obra. Irónicamente, no hay bendición cuando buscamos la bendición por medio de la adoración. La adoración pragmática no es la adoración que Dios bendice.

La adoración es buscar a Dios con el único objetivo de encontrar a Dios. Bruce Leafblad explica que la “adoración auténtica ocurre cuando los creyentes centran la atención de sus mentes y el afecto de sus corazones en el Señor, glorificando humildemente a Dios en respuesta a Su grandeza y a Su Palabra”. El Señor Jesús lo tenía tan claro que, cuando el diablo le tentó, ofreciéndole todos los reinos del mundo, Jesús contestó categóricamente: “… escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y sólo a Él servirás.” (Mateo 4:10). Jesús estaba citando la ley de Moisés, donde Dios explicó claramente que el único que merece adoración es el único Dios verdadero (Deuteronomio 6:4-6, 13), y que la adoración consiste en amarle sobre todas las cosas, y servirle exclusivamente de acuerdo con Su Palabra (Deuteronomio 10:12-14). Jesús sabía que la adoración que Dios bendice es aquella que se basa exclusivamente en buscar y servir a Dios de acuerdo a Sus mandamientos, Sus ordenanzas, Su Palabra.

Hay una historia en la Biblia que específicamente nos muestra este principio. Se encuentra en 2 Samuel 6:1-11, un pasaje que nos narra como el rey David decidió llevar el arca del pacto a la ciudad de David. Lo trágico de esta escena es la muerte de un hombre, Uza. Podría parecer una respuesta desproporcionada de Dios al intento de un hombre de hacer algo tan “práctico” como intentar que el arca no se cayera al suelo. Muchos encuentran en este pasaje una reacción “exagerada” de parte de Dios ante las buenas intenciones de un hombre sencillo. Pero lo que realmente ocurre en esta escena es que Dios actúa tal como había dicho que actuaría cuando las cosas no se hacen como Él había especificado (Números 1:47-51). La intención de Uza era buena y sincera. La intención de David era noble, y aparentemente buscaba la gloria de Dios. El arca en el antiguo pacto representaba la presencia de Dios, y la fidelidad de Dios a Su pueblo. Y por 20 años, este elemento, que formaba parte del tabernáculo de Dios, había estado “abandonado” en la casa de un tal Abinadab. Así que David montó una gran celebración. Un “culto de adoración”, para llevar el arca a Jerusalén (6:1-2). David decidió usar un “carro nuevo” para trasladar el arca, porque era algo práctico, algo que les había funcionado a los filisteos en el pasado (1 Samuel 6:6-7; 7:1-2). Y pensó que sería un buen gesto de agradecimiento para con Abinadab el pedirle a sus dos hijos (Uza y Ahío) que se encargaran de “dirigir el culto”, de guiar la procesión.

David estaba emocionado. Estaba adorando a Dios. Pero Dios no estaba contento, ni mucho menos, con la adoración de David. ¿Por qué? ¿Por qué murió Uza? Porque David no estaba adorando a Dios de acuerdo a Su Palabra. David estaba siendo “pragmático” en Su adoración. Aquel cuyo corazón era conforme al de Dios (1 Samuel 13:14) en este caso no estaba buscando la gloria de Dios. ¿Cómo lo sabemos? En el libro de 1 Crónicas capítulo 15:1-2; 11-15, encontramos la explicación. Dios había determinado la manera de llevar el arca. Y Dios había determinado quién debía llevar el arca. David finalmente reconoció esto: “… no le buscamos conforme a la ordenanza” (15:13).

Nuestra adoración ha de ser ofrecida de acuerdo a la Palabra de Dios. Ese es el principio a lo largo de toda la Escritura. Adorar a Dios ofreciéndole lo que a nosotros nos gusta, lo que tenemos por costumbre hacer, o lo que aparentemente funciona y tiene a las personas de la iglesia contentas no es adoración. Sólo cuando buscamos glorificarle humildemente de acuerdo a Su grandeza y a Su Palabra es cuando le estamos adorando.

La adoración que Dios bendice no es aquella que busca la bendición de Dios. Es aquella que busca agradar a Dios por medio de la obediencia a la Palabra de Dios.

Jonatán Recamán

Autor Jonatán Recamán

Pastor en la Iglesia Evangélica de Pontevedra (España) y profesor del seminario Berea (León, España).

Más artículos de Jonatán Recamán