El fruto es algo característico de todo buen árbol, por ejemplo un buen olivo es conocido sin duda por dar aceitunas, y en muchos casos se espera que, como resultado de este fruto, podamos obtener y disfrutar de un buen aceite de oliva virgen extra. En otras palabras, todos esperan que un árbol frutal de el fruto que lo caracteriza, pero hay una práctica en el campo de la agricultura quizás poco conocida por la gran mayoría que se llama injertar. Esta consiste en insertar un tallo de un árbol en otro de diferente fruto, permitiendo así que dos árboles de frutos dispares queden soldados y unidos de forma que se desarrollen como una única planta, dando ambos frutos.

El creyente en Cristo ha sido injertado en el Señor, obteniendo así toda bendición en los lugares celestes en Cristo [Ef.1.3] con el propósito de dar furto en obediencia. A pesar de que no dejamos de morar en un cuerpo de muerte, no queremos dar frutos que proceden de nuestra vieja naturaleza, pero tampoco queremos convivir con ambos frutos porque en Cristo tenemos la bendición y los beneficios de ser una morada de Dios en el Espíritu [Ef.2.22]. Ahora bien, ¿por qué no siempre obedecemos? O lo que es pero aún ¿por qué como hijo de Dios no encuentras deleite en obedecerlo? En la Palabra de Dios encontramos la respuesta:

  1. Obediencia posicional “Cambio de dueño”

Vivimos en un mundo que no solo malinterpreta la autoridad, sino que, la denigra a tal punto que nos presenta la verdadera felicidad no en obedecer sino en ser tú mismo y no someterte a nada. La idea es vivir vidas hedonistas que no se sujetan a nadie. Pero el hijo de Dios ha recibido un milagro glorioso a este respecto, y es que la salvación obra en nosotros un cambio de dueño, hemos sido injertados en otro reino, en otro dominio, vivimos bajo otro amo. Eto es lo que Pablo describe en su oración de gratitud por los creyentes en Colosas dando las razones de esta nueva realidad como hijos de Dios: “Porque Él nos libró del dominio de las tinieblas y nos trasladó al reino de su Hijo amado, en quien tenemos redención: el perdón de los pecados.” [Col.1.13, 14].

Qué gozo es para el hijo de Dios encontrarse capacitado para obedecer a un nuevo amo, que fue rico en misericordia al darnos vida junto con Cristo a pesar de estar muertos en nuestro pecado [Ef.2.4-6]. Saber que Su gracia fue suficiente y que nosotros no hicimos nada de lo cual nos podamos gloriar [Ef.2.8-9] hace que descanses en Su obra perfecta, la cual te capacita para hacer lo que agrada al Señor: “Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para hacer buenas obras, las cuales Dios preparo de antemano para que anduviéramos en ellas” [Ef.2.10].

  1. Obediencia doctrinal “Cambio de instrucción”

Como hijos de Dios que hemos cambiado de dueño y autoridad en nuestras vidas, nuestro deseo se manifestará por medio de ser dóciles a la instrucción. Esto es el resultado que el mismo Pablo describe cuando habla a los creyentes después de haberlos exhortado a no perseverar en el pecado abusando de la gracia divina. El Espíritu Santo, de forma magistral, describe por medio de Pablo como del mismo modo que antes sin Cristo vuestro dueño era el pecado y lo obedecíais fielmente, aunque os llevase a la misma muerte, hay un bendito “pero” que cambió vuestra obediencia: “Pero gracias a Dios, que aunque erais esclavos del pecado, os hicisteis obedientes de corazón a aquella forma de doctrina a la que fuisteis entregados;” [Ro.6.17].

Para el creyente en Cristo debe ser un gozo responder a la instrucción del Señor de forma fiel, sabiendo que la instrucción produce ahora un cambio radical en los frutos que cosechamos, los cuales ya no son muerte [Ro.6.21] sino que “…ahora, habiendo sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como resultado la vida eterna” [Ro.6.22]. Hermano, tu obediencia no convierte en Señor a Cristo, sino que manifiesta en la práctica que Él es Él Señor de tu vida.

  1. Obediencia práctica “El deleite de obedecer”

Una vez como hijos de Dios, ahora estamos capacitados para ser obedientes prácticos, esto es para aplicar la Palabra de Dios a toda área de nuestra vida. El apóstol Pedro hace una llamado de exhortación a la santidad en su primera carta precisamente en esta misma línea. Ya no somos ignorantes, ni podemos mirar para otro lado, sino que: Como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que antes teníais en vuestra ignorancia” [1 Ped.1.14]. El creyente ya ha sido informado por la verdad, y no solo informado, sino que ha sido injertado en la misma, por lo tanto no tiene el deseo de seguir conformándose a deseos de su carne, sino a los deseos que apuntan a una vida de santidad [1 Ped.1.15]. El verbo conformarse que usa Pedro alude a la realidad de amoldarse o vivir según el patrón establecido. En otras palabras, si estás en Cristo desearás obedecerle por medio del patrón establecido en Su Palabra. Pablo habla en estos mismos términos cuando dice: “Y no os adaptéis a este mundo, sino transformaos mediante la renovación de vuestra mente, para que verifiquéis cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno, aceptable y perfecto” [Ro.12.2].

De modo que, obedecer es un beneficio que, como hijos de Dios, hemos sido capacitados para disfrutar. A tal punto que al ponerlo en práctica será una dicha de felicidad genuina. En otras palabras, tu amor por Dios se manifestará por medio de una obediencia a la instrucción de Su Palabra [1 Jn.5.3], la cual no supondrá una carga sino un deleite en la medida que comienzas a obedecer y encontrar satisfacción en hacerlo. Independientemente de que te vaya mejor en esta tierra, tu obediencia al Señor estará anclada en hacer Su voluntad y encontrar bendición en hacerlo. Esto es lo que el propio Santiago considera por medio de su exhortación: “sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, que se engañan a sí mismos” [Sg.1.22]. Sólo aquel que halla deleite al fijar sus ojos en La Palabra de Dios “…será bienaventurado en lo que hace [Sg.1.25].

Como hijos de Dios agradecidos, nuestro mayor deseo será obedecerle a Él, y esto se mostrara, en la práctica, por medio de un deleite en obedecer su Palabra. El salmista David lo expresa de esta manera: me deleito en hacer tu voluntad, Dios mío; tu ley está dentro de mi corazón” [Sal.40.8]. Es increíble ver como existe una conexión inherente entre deleitarse en obedecer al Señor y tener Su Palabra en el centro de nuestro corazón. Esa es la clave.

Por tanto, la pregunta para ti en este día es la siguiente: ¿Estás disfrutando de los beneficios de la obediencia? ¿Qué hay en el centro de tu corazón? Recuerda que tu corazón, lo más profundo de ti, es el centro neurálgico de tu obediencia. Examina tu corazón y pregúntate ¿Cómo se manifiesta en mi vida práctica la solidez de la obediencia bajo el señorío de Cristo? Solo quien ha sido injertado en Cristo, por medio de una obediencia posicional y doctrinal, encontrará deleite en obedecer.

“Pero gracias a Dios, que aunque erais esclavos del pecado, os hicisteis obedientes de corazón a aquella forma de doctrina a la que fuisteis entregados” [Ro.6.17]

 

Samuel García

Autor Samuel García

Samuel García sirve al Señor en la Iglesia evangélica de León y es profesor del Certificado de Estudios Bíblicos en el Seminario Berea.

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