Jonathan Edwards en su famosa predicación titulada, “pecadores en las manos de un Dios airado” dijo lo siguiente: “Pecador, considera el terrible peligro en el que te encuentras: Dios te tiene colgando de un hilo sobre el infierno. Y para este Dios de quien depende tu próximo aliento, eres diez mil veces más asqueroso que la más venenosa de las serpientes. Sus ojos son tan puros, tan santos, que no soporta verte.”[1]

Estas palabras son muy duras, pero ilustran una verdad innegable: Dios es incapaz de hacer la vista gorda al pecado. Así como el fuego arrasa con todo, la ira divina destruirá al pecado y a todo pecador sin Cristo. Pero, si Dios es tan infinitamente puro y santo, ¿cómo es que todavía no ha destruido este universo maldito por el pecado?

Estos hermanos, al igual que nosotros, vivían en una época cuando la gente incrédula arrastrada por falsos maestros no sólo ponía en duda el regreso de Jesús, sino que además se burlaban de ello (2 Ped 3:1-3). Según el versículo 4, usaban a los propios patriarcas, para defender que Jesús no volvería. Básicamente lo que decían era: “mira a Abraham, Isaac y Jacob, Dios también les prometió algo y murieron sin recibirlo.” En otras palabras, “Dios no cumple su promesa, y si es así ¿por qué deberíamos creer que regresará tal y como supuestamente prometió?”

El apóstol Pedro advierte que en el pasado también hubo gente que no creía en el juicio que Dios había prometido. Y señala que de la misma manera que muchas personas disfrutaban de la vida hasta que vino el diluvio y se los llevó a todos destruyendo el mundo entero sucederá cuando Jesús regrese. Ese día, para los incrédulos será el día de la ira del Señor. El peor momento jamás experimentado en toda la historia de la humanidad, cuando Jesús condenará a todos Sus enemigos. Será algo terrible, sin embargo, los escarnecedores se burlan de esta promesa y dicen que Jesús no volverá. Porque si no lo ha hecho hasta ahora, no lo hará en el futuro… Es con esto en mente que llegamos 2 Pedro 3:8, que nos presenta la primera razón por la que Cristo está esperando pacientemente y todavía no ha regresado para destruir al pecador:

  1. Dios es paciente porque no está sujeto al tiempo (3:8)

 “Pero, amados, no ignoréis esto: que para el Señor un día es como mil años, y mil años como un día.” Es decir: “cuando escuchéis estas burlas que ponen en duda si Dios regresará para condenar al pecado y al pecador recordad que hay una razón por la que todavía no ha cumplido Su promesa.”

¿Cuál es esa razón? Muy sencilla, Dios no lleva reloj. Por Él no pasa el tiempo. Dios no se ve afectado por el ayer, hoy o el mañana. Dios no ha sido o será, sino que siempre es. No tiene pasado, presente o futuro. De ahí que, para Él, nuestra “larga” vida sea un instante pasajero. Él existe fuera del tiempo de tal modo que esta espera de miles de años no son tardanza, porque Él no mide el tiempo como nosotros. Lo que para el hombre es una eternidad para Dios es un instante. Por tanto, no debemos medir la supuesta “tardanza” de Su regreso en base a nuestro tiempo.

  1. Dios es paciente porque no quiere que nadie perezca (3:9)

 “El Señor no se tarda en cumplir su promesa, según algunos entienden la tardanza, sino que es paciente para con vosotros, no queriendo que nadie perezca, sino que todos vengan al arrepentimiento.”

¿Cuál es la causa por la que Dios decide esperar pacientemente por miles de años para ejecutar Su juicio? Tal y como dice Pedro, Dios no tarda porque ha fallado a Su palabra, sino que no quiere que nadie perezca, y así que todos sean salvos. Para entender bien el versículo es importantísimo identificar de qué personas está hablando. El propio texto dice para con quienes Dios está siendo paciente. Pedro no escribe que Dios es paciente para con la humanidad, o todos, como si de alguna manera, soportase el pecado de cada ser humano. Sino que los únicos destinatarios de Su paciencia son el grupo incluido en la palabra vosotros. Una vez más, Él es paciente, ¿para con quienes? Para con vosotros.

Esto es importante, porque si Su paciencia no es para con todos, sino que solo es para con vosotros, entonces el resto del versículo está hablando de ese grupo de persona y no de todo el mundo. ¿Por qué es que es Dios está siendo paciente con vosotros? Porque no quiere que nadie perezca. La palabra que se traduce por “quiere” no sólo expresa deseo, sino que además indica un deseo que actúa en base a un plan. Otra manera de decirlo sería que Él ha planeado que nadie perezca. Pedro no está diciendo que a Dios le gustaría, si fuese posible, salvar a cada ser humano, sino que lo que está afirmando es que Dios ha planeado salvar sólo a aquellos a los que muestra Su paciencia. También es necesario matizar que la palabra “nadie” literalmente es “ninguno” y se debe entender en base al grupo anterior. Es decir, Dios es paciente para con vosotros porque ha planeado que ninguno de vosotros perezca. ¿Y por qué Dios quiere tal cosa? Porque tal y como concluye el versículo, Dios ha planeado que todos vengan al arrepentimiento. Estos todos, no son todos los seres humanos, sino que son todos los del grupo de vosotros.

Si juntamos las piezas del puzle entonces el versículo sería: Dios es paciente para con vosotros porque ha planeado que ninguno de vosotros se pierda, porque Su propósito es que todos vosotros vengáis al arrepentimiento. Si es así, si solo vosotros seréis salvos porque Dios a quien está mostrando Su paciencia es a vosotros ¿quiénes son esos “vosotros”? Son los destinatarios de la carta, que curiosamente Pedro describe en el versículo 1, como aquellos que han recibido una fe como la de los apóstoles, mediante la justicia de Cristo. ¿Esto qué significa? Pues que “vosotros” incluye a toda persona que ha creído en Jesús para el perdón de sus pecados. Por tanto, la paciencia de Dios es para con los que han creído y con los que creerán en Él.

La razón por la que Dios no ha enviado Su juicio para destruir al pecador es porque Dios no quiere que ninguno de los que van a creer en Cristo como Su Señor y Salvador perezca. La tierra seguirá rotando sobre sí misma, orbitando en torno al Sol, siempre y cuando aún no haya creído la última persona que Dios ha preparado para salvación. Dios está soportando el pecado de la humanidad, con gran paciencia, porque en Su infinita compasión ha decretado salvar a todos aquellos que han recibido la fe en Jesús. Y mientras esa última persona no nazca y crezca y no sea alcanzada para el arrepentimiento Dios seguirá deteniendo Su juicio. Porque es paciente para con nosotros, los que hemos creído en Él, porque no quiere que ninguno de los que se arrepentirán se pierdan, sino que todos sean salvos.

El pecado de la humanidad, la continua depravación del hombre, la creciente rebeldía del pecador, no acabaran con la paciencia de Dios. Su paciencia perseverará y continuará hasta que Cristo haya salvado al último de todos aquellos que Él no quiere que perezcan.

El Dios santísimo de ojos, puro, inefable y trascendente ha soportado el pecado de millones de pecadores, por miles de años, porque fue paciente contigo y conmigo. No ha destruido la tierra completamente, ni al hombre, aunque eso supusiese soportar la rebeldía humana, porque estaba esperando a que yo fuese salvado el 21 de octubre del 2003. Y así también ha sucedido contigo, y con toda persona que recibirá la fe en Cristo y venga al arrepentimiento.

Dios es paciente, y Su paciencia es inmensamente inmerecida. ¿No es increíble pensar que el Dios de los cielos está dispuesto a esperar miles de años, soportando la insolencia del hombre, incluso nuestro pecado y rebeldía antes de la salvación, para salvarnos un día que Él determinó desde antes de la Creación?

¿Por qué ha sido tan paciente para con nosotros? Para que conozcamos y nos deleitemos en Jesús. La paciencia sufrida de Dios, quien soportó nuestra iniquidad para nuestra salvación, es la causa por la que Pedro termina como termina su epístola en el versículo 18. Si Dios ha sido paciente para que llegásemos a nacer y conocer a Cristo, entonces ahora, una vez que le hemos conocido, crezcamos más y más en ese conocimiento.

 


[1] Jonathan Edwards, “Sinner in the Hands of an Angry God,” en The Works of President Edwards, vol. 6 (New York: Burt Franklin, 1968), 458.

Rubén Videira

Autor Rubén Videira

Decano académico de Seminario Berea. Profesor de exégesis. Master en Divinidad y Teología.

Más artículos de Rubén Videira