La iglesia cristiana tiene como propósito fundamental ser la columna y sostén de la verdad (1Tim.3:15). Por eso, la tarea fundamental y responsabilidad de los pastores de una iglesia local es predicar, enseñar, proclamar la verdad de Dios revelada en la Escritura. Este ha sido desde el comienzo de la iglesia cristiana la meta y tarea insustituible de sus líderes (Hechos 6:4, 1 Tim. 3:2). Y esto es lo que hacemos como maestros de la Palabra de Dios: la exponemos y explicamos para que los oyentes entiendan lo que Dios demanda de ellos en Su revelación escrita.

Tristemente, no todo el mundo está siendo obediente a esta comisión, y algunos consideran la predicación expositiva simplemente como una técnica o una moda. Sin embargo, no existe en todo el Nuevo Testamento otro mandamiento que nos exhorte a hacer otra cosa en el ministerio. Este es el llamado obligatorio y apremiante de todo siervo de Dios (2 Timoteo 4:1–2)  y las consecuencias de no practicarlo resultan realmente negativas para la vida de la iglesia. ¿Qué sucede cuando la predicación deja de ser un elemento central para sus pastores y responsables?

  1. Usurpamos la autoridad de Dios sobre la mente y el corazón de los que escuchan.

Mucha gente piensa que cada uno es su propia autoridad y el capitán de su propia vida. Parece que nadie le puede decir lo que está bien o está mal, lo que es verdad o mentira. La sociedad en general es tolerante con cualquier tipo de creencia y conducta por más perversa que esta sea. ¿Por qué sucede esto? Porque cada individuo es una ley para el mismo. Pero cuando vamos a la Escritura vemos que Dios es el Soberano absoluto. Él ha hablado Su Palabra declara ser la verdad. No está abierta al debate, lo que dice es la autoridad final.

Como predicador mi función es enseñar lo que Dios dice y mover a los oyentes a ver las implicaciones de esa enseñanza en sus vidas y hacer algo al respecto. La Palabra de Dios es la que debe reinar en sus vidas, no mis ideas o preferencias. Mi labor es predicar su Palabra y que los que escuchen se sometan a su autoridad revelada.

  1. Rechazamos el Señorío de Cristo sobre su iglesia.

Jesucristo es el Señor de la iglesia y la manera que El ejerce su señorío es por medio de su voluntad expresada en su Palabra. Él habla a su iglesia por medio de la Escritura. Ninguno más tiene el derecho de ser la cabeza de la iglesia y dirigir a la iglesia. El Papa no es la cabeza de la iglesia, ningún líder eclesiástico, ningún rey o gobernante es la cabeza de la iglesia.

La historia de la iglesia cristiana esta salpicada con la sangre de mártires que murieron sosteniendo y predicando esta verdad bíblica. Y como pastores y lideres de la iglesia fuimos llamados a predicar y enseñar lo que el Señor dijo en la Escritura (Mateo 28:18–20)

En Efesios 2:20, Pablo nos recuerda que somos edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo. Si esto es cierto entonces la función de todo predicador es explicar lo que Dios ha revelado en la palabra escrita.

  1. Entorpecemos la obra del Espíritu Santo.

Algunos de ustedes han tenido la oportunidad de asistir a algún servicio o han participado en algún evento donde muchos evangélicos se reúnen y lo que se experimenta es un sentido de algarabía, música voluminosa, algún predicador que habla fuerte a veces a gritos, pero en ningún momento la Escritura es explicada, sino que se escuchan ideas y conceptos que provienen del predicador. La realidad es que en esos contextos no existe ninguna obra espiritual porque la única manera que el Espíritu trabaja es por medio de la Palabra de Dios que Él mismo inspiró (2 Pedro 1:20).

¿Cómo lo hace? dando vida a pecadores 1:23 y edificando y madurando, a los creyentes por medio de la Palabra (Juan 17:17; 1 P. 2:2): “desead como niños recién nacidos, la leche pura de la palabra, para que por ella crezcáis para salvación”. El Espíritu siempre obra a través de la Palabra salvando a pecadores y edificando a los que pertenecen a Dios. Y lo que buscamos al predicar expositivamente es que Dios haga su obra por medio de Su Palabra.

  1. Demostramos falta de sometimiento a la Escritura.

Esto es lo que Pablo mando a los ancianos de la iglesia en Efeso en Hechos 20:28: Por tanto, mirad por vosotros, (tened cuidado de vosotros) y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre. 

Un pastor no estudia para dar un sermón. Un hombre de Dios estudia para conocer mejor a Dios, someterse a su voluntad revelada, crecer espiritualmente y, como resultado de su creciente relación con Dios, enseñar a otros.

Enseñamos la Biblia y usamos como base nada mas que la Biblia. No enseñamos temas y gustos culturales; no dependemos de métodos de mercadeo y esquemas que vienen del contexto social en el que vivimos. No anunciamos“opiniones de expertos”; enseñamos y explicamos la Escritura con el propósito de someternos a lo que Dios manda en ella.

  1. Desaprovechamos el efecto santificador de la Palabra.

Un anciano debe antes que nada ser un individuo que se caracterice por una vida irreprensible. “Palabra fiel es ésta: Si alguno aspira al cargo de obispo, buena obra desea hacer. Un obispo debe ser, pues, irreprochable”. (1 Tim. 3:1–2; Tito 1:5-6). Por esta razón es que Santiago dice en el capitulo 3:1 de su epístola “no os hagáis maestros muchos de vosotros, sabiendo que recibiremos mayor condenación”

Tristemente hay pastores en iglesias quienes han traído vergüenza al evangelio, al Señor, y a la iglesia del Señor porque sus vidas no son irreprensibles. La única manera de vivir irreprensiblemente es estar sumergido en la Palabra, día a día, semana a semana, mes a mes, siendo expuesto a la obra santificadora de la Palabra en el corazón.

Personalmente, el estudiar y meditar continuamente en la Palabra me ha servido como el mejor medio de mantenerme protegido de la contaminación del mundo y la carne. El Salmo 119 lo expresa de esta manera v.11 “en mi corazón he guardado tus dichos, (atesorado tu Palabra) para no pecar contra ti”. No es de sorprenderse que pastores que no están sumergidos en la Palabra continuamente caigan en pecado. La Palabra de Dios atesorada en el corazón continuamente es lo único que previene caer en pecado.

  1. Impedimos el crecimiento espiritual y la alabanza genuina en el alma de los que escuchan.

La única manera de adorar a Dios como El lo merece es hacerlo conforme a lo que Él mismo revela acerca de sí mismo.

Dios se revela de manera general por medio de lo creado (Rom. 1:20) pero específicamente por medio de su Palabra (2 Timoteo 3:16). Para que un creyente pueda adorar a Dios profundamente debe conocer su verdad profundamente. Si ese es el caso, la tarea de un pastor es explicar la revelación escrita de Dios de tal manera que lleve a sus oyentes a conocer a Dios más y mejor, y, como resultado, adoren a Dios conforme a su Palabra.

Lo único que tiene poder para impactar el alma y movernos a la adoración verdadera es la exposición de la Palabra de Dios. Cuando aprendemos las tremendas verdades bíblicas y luego cantamos himnos que nos hablan de ellas, nuestra adoración a Dios cobra un sentido distinto, acompañado de gozo real, y un profundo agradecimiento. Ya no es una adoración rutinaria y común. ¿Cómo vamos a conocer al Señor si no somos expuestos a su Verdad? La respuesta es: no vamos a conocerle ni entenderle y, por lo tanto, no vamos a adorarle como Él se merece.

  1. Dejamos de ser heraldos de Cristo.

Demasiados predicadores en las iglesias contemporáneas están faltos de conocimiento bíblico. Tal vez conozcan la cultura, sean astutos y carismáticos en cuanto a su personalidad. Pero no hablan la mente de Cristo, porque no predican ni trazan con precisión la palabra de Verdad.

El resultado de esta ignorancia bíblica entre los líderes es una iglesia superficial y con muy poco impacto espiritual en el mundo. Sin embargo, la tarea de los predicadores es trazar y enseñar todo el consejo de Dios (Hechos 20:20, 27). Todo individuo que desea ser pastor debe, por encima de todo, ser conocedor de la Palabra y estar capacitado para hablar la mente de Cristo (2 Cor 2:14­–16) ¿Qué dice la Escritura? Este es el punto de partida. Y si uno no conoce lo que la Escritura dice, no esta en condiciones de hablar en nombre de Cristo.

Todo verdadero siervo de Dios es consciente de su llamado. Se trata de un privilegio incomparable e inmerecido. Hemos sido comisionados a llevar a cabo una tarea sublime y sagrada: proclamar la verdad de Dios. Por eso no olvides que un día compareceremos ante Él y seremos aprobados o reprobados a la luz de lo que hicimos con Su Palabra (2 Timoteo 2:15).

Henry Tolopilo

Autor Henry Tolopilo

Henry Tolopilo desarrolla un amplio ministerio de predicación y enseñanza en EEUU e Iberoamérica y es profesor del Seminario Berea (León, España)

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