Durante varios años, anduve a diario por un pasillo en el que en una de las paredes principales se podía leer un grabado que citaba: “Ser un buen soldado se traduce en ser el primero en el cumplimiento del deber y en el amor sin límites a España”. Sin duda, se espera de un buen soldado, que tenga un gran amor a la Patria, sea fiel a su cadena de mando y buen compañero, valeroso, abnegado y tenga un gran espíritu militar, y que esto se refleje en su vocación y disciplina.

Los soldados siguen de manera voluntaria a hombres forjados con este perfil. Hombres que demuestran actos de abnegación incluso en el más espantoso de los escenarios. Como soldados de Cristo, somos emplazados a seguir de forma valerosa y abnegada a aquel que soportó el sufrimiento y la muerte para librarnos del destino más terrible de todos, toda una eternidad en el infierno (Rom. 6:23). En Efesios 6:10-24, Pablo nos posiciona en medio de una gran batalla, nos fija el campo hostil que enfrentamos como cristianos, recordándonos que la guerra espiritual es real y que Dios nos ha dado todos los recursos que precisamos, no sólo para defendernos, sino de igual forma para tomar la iniciativa y ganar la victoria sobre las fuerzas de las tinieblas.

Pablo le escribe también al joven Timoteo (quien enfrentaba un conflicto grave en su ministerio en Éfeso con herejes, apóstatas y perseguidores que querían destruirle) y le recuerda que su trabajo era sufrir penalidades como buen soldado de Jesucristo: «Sufre penalidades conmigo, como buen soldado de Cristo Jesús. Ningún soldado en servicio activo se enreda en los negocios de la vida diaria, a fin de poder agradar al que lo reclutó como soldado” (2 Timoteo 2:3-4) Un buen soldado es aquel que no se restringe a hacer lo mínimo por sus superiores, sino, más bien, es el que les sirve con todo lo que es y tiene. Como cristianos, eso es lo que estamos llamados a ser para con nuestro Señor y Salvador.

En estos versículos, Pablo le presenta a Timoteo tres particularidades que definen el estilo de vida de un soldado de Cristo:

  1. Está prevenido para «sufrir penalidades».

Un buen soldado está dispuesto a sufrir penurias. «Sufre penalidades» literalmente significa «sufrir el mal o el dolor». Somos llamados a soportar dificultades, tal como todo cristiano ha tenido que hacerlo a lo largo de sus días en esta tierra. Y aunque no hemos sido llamados a derramar nuestra propia sangre por causa de la fe (Hebreos 12:4), todos, de una manera u otra, repararemos en adversidades por nuestra fidelidad a Dios. La aflicción y el conflicto forman parte de la realidad de la vida, de forma específica si estamos en Cristo (Salmo 34:19; Juan 15:20; 2 Timoteo 3:12).

  1. No se enmaraña “en los negocios de la vida»

Un soldado de Cristo está separado de su entorno habitual, pues está llamado a no «enredarse en los negocios de la vida.» Pablo no está hablando de que, como cristianos, no podamos tener ningún contacto en absoluto con nuestros antiguos amigos y el entorno del mundo. Lo que está diciendo es que nunca nos debemos encontrar atrapados o enredados en ellos.

Nunca debemos permitir que asuntos terrenales nos entorpezcan en el cumplimiento del deber para con nuestro Señor. Esta es la gran prioridad. De la misma forma en que un buen soldado, con total abnegación pone voluntariamente su vida en el frente, también, como cristianos fieles, corresponde negarnos a nosotros mismos, tomar la cruz y seguir a Cristo (Lucas 9:23).

  1. Busca agradar a «aquel que lo reclutó como soldado»

El mayor deseo de un cristiano debe ser agradar a Cristo y la mayor esperanza el ser galardonado por su servicio fiel y poder escuchar a su Señor decir: » Bien, siervo bueno y fiel; en lo poco fuiste fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor» (Mateo 25:21).

Y con esa misma esperanza, somos impulsados hacia adelante, hacia la meta, hacia la victoria, por amor a Jesucristo.

Ahora bien, no debemos ser imprudentes ni pretender afrontar nuestra vida cristiana como si de un camino de rosas se tratara. Debemos de tener claro que el enemigo con el que nos enfrentamos no descansa. Mientras poseamos aliento en nuestros cuerpos debemos tener puesta nuestra armadura y recordar que avanzamos por tierra hostil.

En cualquier escenario, ya sea en público o en privado, en las cosas pequeñas o en las magnánimas, la guerra del cristiano debe continuar incansablemente. Satanás pretende fiscalizar nuestras vidas y el mundo a nuestro alrededor con la esperanza de algún día ganar el control sobre toda la humanidad. Desde el principio, Satanás ha hecho todo lo que está a su alcance para hacer oposición al control soberano que Dios ejerce sobre toda Su creación, ya que su anhelo codicioso continuamente ha sido usurpar el trono de Dios y ser como Él.

De esto trata la guerra espiritual en medio de la cual los hijos de Dios estamos llamados a permanecer firmes en el Señor, no dando oportunidad a que el enemigo ejerza control sobre nuestras vidas. “Por lo demás, fortaleceos en el Señor y en el poder de su fuerza. Revestíos con toda la armadura de Dios para que podáis estar firmes contra las insidias del diablo. Porque nuestra lucha no es contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los poderes de este mundo de tinieblas, contra las huestes espirituales de maldad en las regiones celestiales.” Ef. 6:10-12.

El triunfo en esta batalla llega cuando identificamos a nuestro verdadero enemigo, resistimos sus ataques cimentados en el Señor y luego tomamos la iniciativa contra él. Y para librar de forma exitosa la batalla espiritual necesitamos:

  • En humildad, reconocer nuestra tremenda dependencia del Señor. Si nos creemos autosuficientes perderemos la batalla.
  • La dependencia en oración es vital a la hora de batallar a favor de la causa de Cristo (Ef. 6:19).
  • Mantenernos firmes en la sana doctrina nos ayudará a permanecer estables en medio de las turbulencias. No podemos descuidar la doctrina porque esto nos llevará a la inmadurez espiritual, dando margen así a doctrinas falsas, al orgullo y la autosuficiencia.

En medio de la batalla, humíllate, ora y permanece firme en la doctrina revelada en la Palabra de Dios.

¿Necesitas una referencia a seguir? Jesucristo es el jefe supremo, quien es perfecto, quien durante todo su ministerio predicó con el ejemplo y aquel que nos llevará a una victoria segura al final. En Él estamos seguros, el Él hay esperanza, con Él la batalla es llevadera, con Él la victoria final sobre el enemigo es indudable.

Gersón Heredia

Autor Gersón Heredia

Gersón Heredia es graduado del Seminario Berea en los programas de Predicación Expositiva y Biblia y Teología.

Más artículos de Gersón Heredia