El pregonero ha sido una figura emblemática en nuestro país, España, así como en otras naciones. Lo hayas podido observar en vivo y en directo o no, todos conocemos la famosa frase: “¡se hace saber!” precedida con un sonido de corneta que anunciaba su presencia, y todo dando paso a la información importante que tenía que ser proclamada, normalmente de parte de las autoridades.

Espero que a nadie se le ocurra tocar ninguna corneta en pleno culto del Domingo (aunque ya he sido testigo de la llamada al servicio religioso usando un shofar… hay de todo en la “viña del Señor”), pero sí que quisiera que meditáramos brevemente en la importancia de leer públicamente, como congregación, la más importante información y mayor fuente de la autoridad que el hombre posee: la Palabra de Dios.

Precedentes

  • En Éxodo 24:7, Moisés leyó el libro del pacto a oídos de todo el pueblo.
  • En Deuteronomio 31:11 leemos cómo Moisés encarga a los sacerdotes de Israel «leer esta ley delante de todo Israel, a oídos de ellos».
  • Asimismo, en 2 Reyes, vemos cómo la ley fue re-encontrada y leída en voz alta a Josías; el rey respondió abrumado y consciente de que el olvido de las Escrituras había causado un gran pecado en el pueblo: «nuestros padres no han escuchado las palabras de este libro, haciendo conforme a todo lo que está escrito de nosotros» (22:13, énfasis mío).
  • Es bien conocido el ejemplo de Esdras y los levitas, quienes en Nehemías 8, y ante el pueblo reunido para oír (v.2), leyeron la ley de Dios durante horas.
  • Ya en el Nuevo Testamento, la lectura pública de las Escrituras se había convertido en parte de la liturgia de la sinagoga (Hechos 13:15; 2 Cor 3:14), así, en Lucas 4:17 nos encontramos a Jesús leyendo en voz alta el rollo de Isaías ante una congregación expectante.
  • Esto tiene relación con las palabras de Jacobo en Hechos 15:21: «Moisés desde generaciones antiguas tiene en cada ciudad quienes lo prediquen, pues todos los días de reposo es leído en las sinagogas» (énfasis mío)
  • Pablo también pide a los Colosenses que lean la carta de recibieron de él y, asimismo, que lean la carta proveniente de Laodicea (Col 4:16); exactamente lo mismo que pidió a los tesalonicenses en 1 Tes 5:27: «os encargo solemnemente por el Señor que se lea esta carta a todos los hermanos».
  • En Apocalipsis 1:3 nos encontramos con una increíble bendición específica para aquel que lee, oye, y luego aplica la profecía, lo cual implica una lectura pública del texto.

Todos estos ejemplos nos van a ayudar a comprender cuál era el fundamento del mandato de Pablo a Timoteo que recoge el mandato más claro de la necesidad de que integremos la lectura pública de la Palabra de Dios en nuestros cultos, 1 Timoteo 4:13 dice: «entretanto que llego, ocúpate en la lectura de las Escrituras». Pablo pide a Timoteo que preste atención constante a la lectura de la Palabra de Dios, no privada, por cierto, sino que el verbo implica que ha de hacerse de manera pública, de Timoteo a la congregación.

Por qué

Como hemos podido constatar brevemente, el hecho de que el pueblo de Dios, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, enfatice la lectura pública de las Escrituras tiene un por qué. La razón se encuentra en la importancia suprema de la Palabra de Dios.

Si creemos que Dios ha condescendido con nosotros y se ha revelado de forma especial por medio de la Palabra escrita, una palabra que trae vida (Deut 8:3), salvación (Rom 10:8; 2 Tim 3:15), santificación (Juan 17:17a; 2 Tim 3:17) y es verdad (Juan 17:17b); si hoy, y a diferencia de tantas generaciones en el pasado, tenemos el incomparable privilegio de poseer varias copias de la Palabra en nuestras casas, iglesias, o móviles, una copia de una Escritura que es inspirada y útil para que todo creyente crezca en semejanza a Cristo y tenga todo recurso para servirle diariamente (2 Tim 3:16-17); si lo creemos, aplicaremos los textos a nuestro contexto y obedeceremos el beneficioso mandato de Dios de leer su gloriosa Palabra revelada como congregación.

Para qué

Acabamos de ver que la Palabra de Dios trae salvación al perdido y santificación al creyente. Lo creemos ¿cierto? Expongamos, pues, a la iglesia a oír el texto revelado con la esperanza de que el Espíritu Santo y perfecta voluntad traiga arrepentimiento, confesión y adoración (Nehemías 9:2-3).

Leemos, pues, la Palabra de Dios para de esta manera manifestar que todo creyente, sea pastor, diácono, joven, mayor o visitante, que la iglesia debe vivir sujeta a la autoridad suprema de las Escrituras. Recordemos que los sacerdotes, y los propios reyes de Israel debían ser eruditos sujetos a la autoridad de Dios revelada (Deut 17:18-20), cuánto más en la iglesia hoy.

Leemos, pues, la Palabra de Dios porque es un método de evangelización. Es muy probable que recibas visitas un Domingo por la mañana. Y es muy probable también que tal persona haya sido expuesta por primera vez a oír las Escrituras y, sin duda, que el Espíritu de Dios haga su obra poderosa en su vida.

Leemos, pues, la Palabra de Dios públicamente para no perder otra oportunidad más de que la congregación oiga el mensaje divino en forma audible. Sería un error asumir que todo el mundo ha leído durante la semana en sus casas, aun viviendo rodeados de copias. Leer públicamente puede ser el vehículo de confesión para el creyente.

Leemos, pues, la Palabra de Dios públicamente porque debemos crecer en conocimiento que lleva a la piedad. Pablo ora en Efesios 3:18 por una mayor comprensión del amor de Dios. Tal comprensión es cognoscible y solo se puede profundizar desde la Palabra revelada, una palabra que va a hacernos crecer en piedad, en recursos para combatir el pecado (Ef 6:17). La lectura no sustituye al sermón, sino que se complementan, y ambas son diseñados por Dios para traer crecimiento.

Son muchos los ejemplos, incontables, de cómo la iglesia ha comprendido el llamado, pero quedémonos con uno: el primer siglo, Justino Mártir, creyente del siglo II, escribe en el capítulo 67 de su Primera Apología:

Y en el día llamado domingo, todos los que habitan en las ciudades o en el campo se reúnen en un solo lugar, y se leen las memorias de los apóstoles o los escritos de los profetas mientras el tiempo lo permite; luego, cuando el lector ha cesado, quien preside instruye verbalmente y exhorta a la imitación de estas cosas buenas.

Alguien dijo hace mucho tiempo: «si quieres oír la voz de Dios, lee la Biblia en voz alta». Así, sea en unísono, sea con pregunta-respuesta, sea de manera antifonal, sea desde el púlpito, sea antes o después de la predicación, sea relacionada con el tema de la predicación… sea como sea, no desaprovechemos la oportunidad de que otra persona más esté expuesta a escuchar la preciosa y poderosa voz del Salvador (Juan 10:27) en nuestros servicios dominicales gracias a nuestro pregonar constante de todo el consejo de Dios.

Tan Molina

Autor Tan Molina

Es pastor de la Iglesia Bíblica de Santiago y es profesor del Seminario Berea.

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