Cualquier marinero sabe de la importancia de mantener el rumbo en la navegación, porque éste es vital para llegar al puerto de destino. Una mínima desviación en la dirección con la que navegamos provocará grandes trastornos. Por ejemplo, si pretendemos navegar desde el maravilloso puerto de Vigo en dirección a New York, y nada más salir de la ría nuestro rumbo sufre un desvío de 1 grado, jamás llegaremos al destino sino a punto distante en 100km. De la misma manera sucede con el Evangelio. Una ligera desviación en el mensaje del evangelio nos conducirá a un destino incorrecto. Un pequeño desvío nos llevará a un puerto equivocado.

Esto es lo que motivó al apóstol Pablo a escribir su carta a las iglesias de Galacia. Los gálatas se estaban alejando para seguir un evangelio diferente (1:6). Estaban siendo perturbados (1:7) y trastornados por falsos hermanos (2:4) que imponían la circuncisión y el guardar la ley como obras necesarias para la salvación. Por esta razón, el apóstol expone que no hay otro evangelio diferente del que él les ha anunciado (1:8). El rumbo correcto de navegación es el mensaje de la justificación sólo por la fe. Y Pablo desarrolla su exposición en 3 partes: definición, explicación y aplicación. Esta carta es, sin duda, la mejor demostración bíblica de lo que es la predicación expositiva.

Definición del Evangelio

En primer lugar, el apóstol Pablo dedica los capítulos 1 y 2 para definir que el Evangelio es la justificación sólo por medio de la fe. Este es el mensaje divino que el mismo Señor Jesucristo reveló a Pablo de una manera inerrante (1:12). No se trata de un mensaje humano. El origen del evangelio es Dios, y por tanto su mensaje es puro y poderoso para salvar a todo aquel que cree. Por tanto, no debe ser adaptado o contextualizado al pensamiento humano. El evangelio transforma la vida, la cambia radicalmente, convierte a un blasfemador como Saulo en un adorador (1:23).

Este mensaje de salvación ofrece justificación por medio de la fe y no por las obras de la ley. El apóstol explica cómo las obras no salvan a nadie (2:16). De hecho, las obras meritorias atacan, falsifican y pervierten el evangelio, lo hacen inútil. Por eso, Pablo confrontó el error de Pedro quien estaba arrastrando a otros a creer que debían guardar la ley para ser salvos (2:14). La justificación es sólo por medio de la fe. Reconocemos que somos pecadores e incapaces de salvarnos por nuestra propia justicia (2:17). Reconocemos que la obra de Cristo en la cruz es suficiente para redimirnos de nuestros pecados (2:20). Y reconocemos que somos salvos por la gracia de Dios (2:21). Esta es la fe por medio de la cual somos declarados justos en Cristo.

Explicación del Evangelio

En segundo lugar, siguiendo con su exposición, Pablo escribe los capítulos 3 y 4 para explicar en qué consiste la justificación por la fe. Es por la fe que recibimos el Espíritu Santo (3:2) el cual obra en nosotros y nos hace partícipes de la promesa de Dios (3:14). Esta promesa de salvación fue anunciada a Abraham en Génesis 12. Dios le anunció el evangelio prometiéndole que, en su simiente, la cual es Cristo (3:16), serían benditas todas las naciones de la tierra (3:8). Y Abraham creyó a Dios, de modo que por su fe fue declarado justo (3:6). Esta misma fe en Jesucristo es el medio para que nosotros también recibamos la promesa de la herencia (3:29).

Esta justificación por la fe en la simiente prometida nos otorga la potestad de ser hechos hijos de Dios. Cristo nos liberta de la esclavitud a la ley para que seamos adoptados hijos de Dios, y por tanto herederos (4:7). Ahora somos hijos suyos, libres por gracia por medio de la fe. Y en esto consiste el evangelio. No hemos recibido la adopción de hijos para volver a estar bajo el yugo de la ley, sino para vivir como libres en Cristo (4:31). El verdadero evangelio liberta.

Aplicación del Evangelio

Así pues, esta libertad en Cristo ha de ser el modo de vida del creyente y es lo que Pablo expone en los capítulos 5 y 6. Aplicamos el evangelio a nuestra vida cuando estamos firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no sucumbimos ante el legalismo (5:1). Ahora bien, esta libertad no es licencia para seguir los deseos de la carne (5:13), porque no hemos sido liberados para pecar, sino para no pecar. Mientras que la vida en la ley es vivir por la carne, la vida en la fe es vivir por el Espíritu. El creyente anda por el Espíritu. Y el apóstol afirma que es por el Espíritu que aguardamos por fe la esperanza de la justicia (5:5) porque nuestra justicia está en Cristo.

Por tanto, vivir el evangelio es vivir por el Espíritu Santo. Libres del dominio del pecado, ahora somos llamados a andar en el Espíritu para no satisfacer los deseos de la carne (5:16). Es decir, para no seguir la inclinación pecaminosa de nuestro cuerpo todavía no redimido (Rom.8:23). Esto, sin duda, provoca una lucha constante que se libra en nuestro corazón para decidir qué deseos vamos a seguir. Si nuestra carne se exhibirá por medio de sus obras (5:19-21) o si por el contrario el Espíritu Santo manifestará Su fruto en nosotros (5:22-23). Esta batalla caracteriza la vida del creyente. Por eso debemos recordar lo que somos en Cristo, libres de la esclavitud al pecado para obedecer al Espíritu, no por mis propios méritos sino por la cruz de Cristo (6:14).

Conclusión

No hay otro evangelio. No hay otro medio de salvación. Nadie será jamás justificado delante de Dios por medio de sus obras o méritos porque si la justicia se lograse por el cumplimiento de la ley, entonces Cristo murió en vano (2:21). La justificación es sólo por medio de la fe en Jesucristo. Este es el rumbo correcto para llegar al puerto de destino de la vida eterna.

David González

Autor David González

Pastor de la Iglesia Evangélica Teis en Vigo (España) y profesor adjunto del Seminario Berea en León (España). Tiene una Maestría en Divinidad de The Master’s Seminary. David está casado con Laura y tienen 2 hijas (Noa y Cloe).

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